Las horas amargas de Venezuela
En su visita a Venezuela Mario Vargas Llosa hizo lo habitual en él: apoyó con energía a la oposición y dijo muy claramente que los venezolanos se habían equivocado al votar repetidamente en las urnas al fallido proyecto chavista.
El Nobel de literatura peruano siempre ha sido fiel a su papel de aguafiestas y no de cortesano del poder. Su valoración, dirigida a una sociedad que en un principio tomó a la ligera la más que dudosa reputación de un militar golpista como Hugo Chávez, es hoy una dolorosa realidad. Venezuela, con el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, al frente de un régimen incapaz de poner freno a la grave crisis socioeconómica, vive una situación en caída libre de la que sólo se libran aquellos que tienen el poder adquisitivo y los papeles en regla para instalarse en el extranjero.
Si hasta hace poco el chavismo contaba con el apoyo de las clases más populares, cada vez es más difícil tener contentas a las barriadas más pobres como Petare, en Caracas, donde los cortes de agua ya son diarios y los alimentos, si antes eran escasos, ahora se pretenden distribuir aplicando la libreta de racionamiento que el castrismo impuso en Cuba muy pronto, a causa del desabastecimiento que provocaron las políticas estatistas. Irónicamente, más de medio siglo después del fracaso del comunismo cubano, los venezolanos padecen el modelo del socialismo del siglo XXI.
Pero si el día a día es un purgatorio por los anaqueles vacíos, la inseguridad ciudadana y la insatisfacción de una juventud sin salidas laborales, el infierno lo encarna la creciente represión del gobierno y el acorralamiento cada vez más férreo de la oposición. Las manifestaciones que los universitarios iniciaron a principios de febrero continúan aquí y allá, pero nuevas y arbitrarias leyes tienen como objetivo sofocar las congregaciones multitudinarias. Un sector de la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD), dispuesto a buscar una solución dialogada con el gobierno, hasta ahora ha sido ninguneado y a la hora de crear una Comisión de la Verdad para esclarecer las muertes y torturas a manifestantes, el oficialismo ha anunciado que no contará con miembros de la oposición. La tan cacareada mesa de diálogo se reduce a otra pantomima de Maduro para ganar tiempo y echar cortinas de humo.
Lo que sí es real es que el ministro del Interior, el temido Miguel Rodríguez Torres, ha desmantelado con más de 700 agentes de la seguridad los “campamentos de la libertad” esparcidos en Caracas, donde los estudiantes acampaban exigiendo que una comisión de la ONU inspeccionara la situación de violación de derechos humanos en el país. El operativo terminó con más de 200 detenidos que serán fichados por la policía política y podrían acabar encerrados en calabozos como en el que se encuentra desde el 18 de febrero el opositor Leopoldo López.
A la incertidumbre de la oposición, se añade que la audiencia en la que se dirimiría la posible liberación del líder de Voluntad Popular ha sido aplazada. López continúa en la prisión militar de Ramo Verde junto a otros políticos opositores y la Ley de Amnistía que intentó propulsar la MUD también ha sido ignorada por Maduro y sus hombres. Al parecer, ahora la consigna de su oscilante gobierno es la de terminar de una vez con la presencia en las calles de los manifestantes y apagar la ebullición de una Primavera a la que todavía muchos universitarios no renuncian.
Precisamente el dirigente estudiantil Juan Requesens ha dicho: “Tendrán que preparar celdas más grandes, los estudiantes lucharemos por nuestros derechos”. Venezuela comienza a ser una gran cárcel. Nunca las palabras de Vargas Llosa han tenido un poso más amargo para los venezolanos.
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