Argentina en 2013: El año de coaliciones personales y poliarquías superpuestas
Se terminó el 2013, y como no podría ser de otra manera, si no es por la creatividad de los funcionarios nacionales, el clima, la fauna o todo eso junto, no podríamos decir que nos encontramos ante una nueva prueba de civilidad, o bien, de tolerancia extendida. Sin lugar a dudas, los años impares parecen ser más complejos que los pares (89, 97, 2001, 09, 2013) y sin querer ponerme en el lugar del particular Horangel, resulta interesante ver si podemos retrospectivamente, y prospectivamente enunciar alguna somera descripción y reflexión sobre qué vivimos en materia social y política en este año que nos deja.
Primeramente, en julio pasado habíamos publicado en la Fundación Atlas y también en mi blog personal que sin sistemas de partidos y ante la constante de espacios y alianzas, la elección en el nivel de candidaturas nacionales, daba lugar a una red de actores con vocación transversal y no mucho más. Realizadas las elecciones y a posteriori, con la conflictividad propia de un nuevo fin de año, el resultado no pudo quedar plasmado de mejor modo. La diversidad de bloques en la Cámara de Diputados y en la de Senadores es importante, dando lugar una vez más a la configuración de interbloques que intenten dar orden y previsibilidad a las negociaciones. Y en la Capital Federal, Ciudad de Buenos Aires (la elección local más nacionalizada) el resultado de la diáspora de bloques de UNEN (6 bloques, 8 legisladores) y la delicada situación del grupo k, no dan lugar a más comentarios al respecto.
Así, la política, que va del relato al verso y sigue sin hacer foco en cuestiones de fondo, nos muestra que las candidaturas personales, no estructuradas por partidos y programas, resultan ambiguas y amigables al costo de no ser determinantes a los fines de prever futuro alguno, de cara por ejemplo, al cercano y radical 2015.
En estricta relación a todo esto, y sin ánimo de simplificar el escenario, la dinámica “liquida” (a la Bauman) en materia de candidaturas nos muestra como en los últimos meses esto ha repercutido en las jefaturas de los distintos niveles del estado repúblicano y federal.
Esto, porque, desde la Presidencia de la Nación hasta el intendente con menos competencias constitucionales en su provincia, o viceversa según se quiera ver, hemos visto cómo ante el menor resquicio en la amenaza al uso de la fuerza por parte de las policías provinciales se nos desmadran los vínculos básicos de convivencia y la dinámica ya no responde a la idea de conflicto sino más bien a la idea de conflictividad (releo al Dr. Luciano Elizalde y su artículo sobre Conflictividad y conflictos en el escenario público argentino, Conexiones, Vol 2, N°1) en tanto la agresividad, el robo, y todas las acciones de choque no respondieron a un esquema único, centralizado y programado o ritualizado. Más bien, tanto en Córdoba, y sobre todo pos Córdoba, las provincias afectadas por esta dinámica lo que tuvieron de común denominador fueron un ejercicio de fuerza y de repetida imitación, de sectores que ya no se sienten contenidos por las políticas sociales ni nacionales ni locales, y buscaban la oportunidad de hacer catarsis, mostrar su descontento y descargar su acumulada impotencia. Es en este sentido en donde uno puede ver más multiplicidad y horizontalidad en la conflictividad (retroalimentada por las redes) que algún atisbo de jerarquía y orden inter-territorial/provincial.
Este desarrollo de horizontalidad, que puso momentáneamente en entredicho la especificidad del Estado, nos permitió ver como emergieron poliarquías superpuestas, en competencia. Es decir, si lo miramos desde la cúpula de los poderes: la Presidencia de la Nación, Gendarmería, y los Gobernadores y sus Policías, se encontraron atados de manos entre sí, por internas y la inoportunidad de hacer uso estricto de la fuerza, o lo que equivale a decir desde la Economía de la Violencia (de Sheldon Wolin) no les permitía tener un saldo positivo de autoridad. Por otro lado, desde el llano: tanto los sectores que hoy se encuentran en descontento con las políticas sociales y el impacto negativo de la macroeconomía, más los escasos recursos de los punteros y los intendentes, no hay más lugar para la proyección de una pronta mejora en la calidad de vida. Lo que equivale a decir, no hay mas respuestas políticas locales. Resta entonces para muchos, volver a tomar la calle, realizar piquetes o cualquier otra vía de hecho ante el menor resquicio que deje el Estado, con lo cual se reactiva la ley de orgullosos contra orgullosos sin Leviatán a la vista.
De este modo, renacen poliarquías superpuestas, en tanto emergen desde el llano múltiples actores orgullosos, con latentes poderes de acción, y quien tiene todo el poder del derecho desde la cúpula, teme su uso (e incluso se esconde) porque entiende bien que ante el estado actual de situación, el uso estricto le repercutirá negativamente y puede generar más hechos que los que pueda prever o reconducir. La Argentina misma, cada ciclo populista mediante.
Finalmente, cerrando lo complejo del escenario podemos ver cómo las coaliciones personales no distan mucho del escenario de las poliarquías superpuestas, algún punto en común tienen, algunas semejanzas muestran. Ahora, resta por preguntarnos, ¿son hijas de la coyuntura argentina o son realmente hijas de la época “liquida”?. Sudamérica, al menos, no parece tan Argentina. Debe haber algo de la época, la historia y el avance tecnológico que compartimos con el mundo, pero también resulta claro que, increíblemente, le sumamos retrocesos, le sumamos social y políticamente la pizca extrema y sin término medio que va desde: la pura política del “vamos por todo”, facciosa en su pretendida homogeneidad, a la política de ocasión, apolítica por su ambigüedad e indeterminación. Esperemos que el 2014 nos encuentre pensando en algún momento en mejores contextos.
El autor es Coordinador del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de la Fundación Atlas de Buenos Aires.
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