Nueva oportunidad para Costa Rica y El Salvador
2014 comenzó “movido”: Las crisis económicas inocultables en Argentina y Venezuela, que en cualquier momento podrían transformarse en serias crisis políticas; los preocupantes datos que se van acumulando sobre la economía brasileña; las muchas informaciones sobre la Alianza del Pacífico, que pese a todo, no pasa de ser por ahora sólo un proyecto ambicioso más que una modesta realidad; los datos que refuerzan que las buenas noticias y las oportunidades económicas para América Latina ya terminaron, al menos en el corto plazo y de desatarse una crisis financiera de grandes proporciones, muchos de sus buenos índices del pasado reciente podrían terminar hechos humo… En ese contexto, adquieren importancia los siete procesos presidenciales en igual número de países latinoamericanos, pues significan una buena oportunidad de modificar inercias y derroteros históricos, si sus sociedades deciden rectificar el rumbo.
Eso es precisamente lo que puede suceder en Costa Rica y El Salvador, países que coincidentemente eligen nuevos presidentes el próximo fin de semana, el domingo 2 de febrero. En ambos países se disputa no sólo el más relevante cargo político de la estructura burocrática, sino fundamentalmente el modelo de Estado: Si uno intervencionista, dirigido a usar las necesidades sociales como cortina tras la cual los dirigentes favorecen a aliados, correligionarios y a ellos mismos, aumentando la pobreza en el largo plazo aunque en el corto hagan creer lo contrario por su asistencialismo-clientelista, o uno de libertades efectivas, mediante la promoción de la responsabilidad individual, la vigencia de las leyes, la separación de poderes, el respeto a los contratos y a la prensa, y entendiendo que la función del Estado no es crear riqueza, sino estimular a la sociedad civil para que haga tal tarea.
Así, Costa Rica puede significar un cambio copernicano en la tradición corrupta y clientelista del estado tico, si los costarricenses tienen la valentía de dar el paso que necesitan el próximo domingo. Allí, tres candidatos con posibilidades reales se disputan la Presidencia entre 13 postulados: Johnny Araya (Partido Liberación Nacional, PLN, en el poder), Otto Guevara (Movimiento Libertario) y José María Villalta (Frente Amplio) son los candidatos que encabezan la carrera para la Presidencia. Según las encuestas más recientes (las últimas que permiten la legislación costarricense se darán a conocer esta semana), ninguno de los aspirantes llegaría al 40% de los votos válidos emitidos necesarios para ganar la Presidencia este 2 de febrero, por lo que se requerirá una segunda vuelta el próximo 6 de abril (un escenario inusual en Costa Rica), donde se enfrentarían los dos candidatos más votados.
Hay muchas posibilidades de que uno de esos dos candidatos sea precisamente Otto Guevara, quien disputa la segunda plaza a Villalta, quien es postulado por un partido pequeño de izquierda dura que no ha gobernado y que nunca ha tenido más de un diputado en el Congreso. Tras los pésimos resultados de las gestiones de izquierda en Argentina y Venezuela, sería extraordinario que la candidatura de Villalta saliera indemne y tuviera un mínimo de seriedad, por más que haya buscado posicionarse en un justo medio, desmentido por su trayectoria de radicalismo y oposición a las reformas que ha aplicado Costa Rica en los últimos años, en particular la firma del TLC (DR-CAFTA) con EEUU. En tal sentido, cabe echar luz sobre la candidatura de Guevara. Al respecto, es mínimo reconocer que antes de él, ningún político en Costa Rica hablaba de apertura de los mercados, y era herejía hablar de la competencia en telecomunicaciones, seguros, educación o cualquier otro ámbito económico. Y ha sido consecuente en esa lucha, a pesar de protestas y abucheos. Tras años de una esforzada lucha, no exenta de señalamientos nunca comprobados y, desde mi perspectiva, azuzados por el gobierno de la presidenta Chinchilla y sus medios adictos, Otto Guevara toca las puertas de la Presidencia, con un programa económico que tiene muchas de las respuestas que Costa Rica necesita.
En contraste, hay liberales que recriminan hoy a Otto Guevara no pronunciarse en temas difíciles y disruptivos en las sociedades, como el matrimonio gay o el aborto, más en una sociedad tan conservadora como la costarricense (y donde ni los liberales estamos siquiera de acuerdo con una postura única). Yo también lo lamento. Pero más me sorprenden esos liberales que buscan los defectos de otros liberales, en aras de convertirse en el non plus ultra del liberalismo, mientras callan y desvían su “escrutadora” mirada de las estratagemas contrarias, como esa de la izquierda más dura de posicionarse en el “justo medio” y a favor de las clases medias, como si tal postura fuera creíble y no supieran que tras de ello se esconden el engaño, la premeditación y la alevosía del populismo latinoamericano, una maquinaria hecha sólo para crear más pobres. No pido callar los defectos de otros liberales. Sólo pido destinar igual tiempo y rigor a criticar las ideas de otras corrientes. Por mi parte, creo que la exitosa campaña de Otto Guevara (hasta ahora) no puede ser más que una buena noticia para cualquiera que crea en las libertades, en todas las libertades –las económicas, las políticas, las sociales, las del individuo.
En el Salvador, en tanto, se disputan el poder los dos partidos tradicionales, como si el tiempo no pasara: Por un lado, el Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN, en el poder) que postuló a uno de sus líderes históricos, el vicepresidente de la república, Salvador Sánchez Cerén. Por la otra, la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), nominó al alcalde de San Salvador, Norman Quijano. La única novedad en este escenario fue la postulación del ex presidente (2004-2009) Elías Antonio Saca, al frente de la coalición Movimiento de Unidad, formada por disidentes de ARENA y que buscó posicionarse como una tercera vía en la bipartidista vida política salvadoreña, sin suerte en ese propósito según las encuestas y motivado, según rumores, por la amenaza del gobierno del FMLN de procesarlo por corrupción si no se prestaba a dividir a su partido. Otros partidos no tienen real relevancia o terminaron apoyando al FMLN.
Cabe prestar atención a la desconfianza que el proceso electoral está generando: la opinión de la población salvadoreña sobre la transparencia de los próximos comicios presidenciales está dividida, ya que la mitad de los salvadoreños “confía” en el proceso y la otra mitad cree que “habrá fraude”. Por otra parte, la falta de uniformidad en los resultados de las encuestas, dando como vencedor a uno u otro candidato, también hace pensar que el gobierno, los partidos y hasta el gobierno venezolano están interviniendo oscuramente en el proceso. De cualquier manera, las últimas encuestas (la prohibición de publicarlas entró en vigor hace una semana) parecen apuntar a que ninguno de los candidatos obtendrá el 50 por ciento más uno de los votos válidos para acceder directamente a la Presidencia, por lo que tendría que efectuarse una segunda vuelta el próximo 9 de marzo, que posiblemente ganaría ARENA, al reagrupar a su disidencia, mientras que al FMLN y a su gobierno (y al gobierno venezolano) pocos trucos les quedarían ya en la chistera.
Hubo momentos en que El Salvador fue un gran ejemplo a nivel internacional, cuando diversas administraciones en los 20 años de gobiernos de ARENA iniciados en 1989, impusieron la racionalidad económica, al establecer el curso legal del dólar y dolarizar la economía, desincorporar muchas empresas de servicios estatales, que eran refugio de la ineptitud y la corrupción, abrir el comercio al mercado global, firmar el DR-CAFTA con EEUU y colocar a El Salvador en uno de las más altas posiciones del Índice Mundial de Libertad Económica, desde donde ha venido descendiendo en las años recientes. Ojala que el muy probable gobierno de Norman Quijano esté dispuesto a reverdecer esos logros.
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