Maceo, un héroe superior a su fama
Antonio Maceo, el Titán de Bronce, junto a José Martí y Máximo Gómez, forman la piedra angular en que se funda la República de Cuba. De origen humilde aunque no pobre, su padre Marcos Maceo fue un próspero comerciante en Santiago de Cuba y propietario de varias fincas en los alrededores de la capital oriental. A pesar de la gloria mítica y el fervor que su nombre despierta entre los cubanos, la importancia y magnitud de las hazañas militares del famoso guerrero escapan al conocimiento de la mayoría de nosotros. Maceo fue más grande que su fama. En las llanuras occidentales al este de La Habana derrotó en una forma decisiva a las tropas realistas comandadas directamente por el capitán general Arsenio Martínez Campos, quien al verse derrotado, renunció al gobierno de la Isla y decidió regresar a España. Martínez Campos comprendió que para continuar la lucha tendría que cometer genocidio y él no era capaz de manchar su historial militar con una infamia. Para ello España envió como su relevo al más cruel e infame de todos sus generales, Valeriano Weyler.
Y nos preguntamos: ¿quién era Arsenio Martínez Campos? Todos recuerdan que fue el artífice del Pacto del Zanjón, que terminó la guerra anterior en 1878. En aquella coyuntura histórica se distinguió por su hidalguía, su caballerosidad y su mano extendida en señal de paz para los alzados. Pero era mucho más que eso. Era la figura más alta de las armas españolas del siglo XIX, el hombre que restableció en el trono de España a la dinastía de los Borbones. Sus estrellas de general no fueron puestas en sus hombros por el soberano, sino que fue él quien sentó en su trono al rey. Y esa gloria militar de España mordió el polvo de la derrota ante los mal equipados mambises a las órdenes de nuestro Titán. La invasión de Oriente a Occidente, con una tropa improvisada de ciudadanos no entrenados en técnica militar, frente a un ejército europeo de 200,000 hombres bien entrenados y avituallados, fue una hazaña militar increíble. Maceo mismo no creyó en la sensatez de la misión cuando recibió la orden del general en jefe, Máximo Gómez. Maceo creía más sensato hacerse fuerte en Oriente, pero como militar disciplinado acató sin titubeos las órdenes superiores. El resto es historia, hoy Maceo es conocido como el caudillo invasor.
Como artemiseño no quiero dejar pasar esta oportunidad para recalcar la importancia que tuvo Artemisa en la campaña invasora de Maceo. Fue allí donde por primera vez los mambises entablaron una batalla usando artillería pesada. El general Rius Rivera, tras un desembarco de armas en la Ensenada de Corrientes, hizo llegar a las fuerzas cubanas varios cañones neumáticos que Maceo usó sorpresivamente contra la plaza de la Trocha, cuyo cuartel general radicaba en Artemisa. Es preciso también mencionar el papel protagónico de una dama artemiseña, Magdalena Peñarredonda Doley, la delegada de Vuelta Abajo, que en misiones muy importantes cruzó varias veces la Trocha de Mariel a Majana con mensajes y recursos para las tropas del Titán. También es necesario mencionar la eficaz labor de apoyo al esfuerzo libertador del párroco artemiseño Guillermo González Arocha, hombre que servía a la patria con el mismo fervor con que servía a Dios. Y no podemos olvidar la heroica acción del artemiseño Alberto Nodarse, que bajo fuego enemigo expuso su vida tratando de rescatar en San Pedro el cadáver de Maceo de manos españolas.
En el Cacahual, Punta Brava, la República de Cuba erigió un monumento sobre la tumba de Antonio Maceo. Cada año los cubanos rendíamos tributo a la memoria del héroe. Hoy ese lugar ha sido profanado por Fidel Castro, hijo de un soldado de Valeriano Weyler, el genocida general español que dirigió y organizó la cruel concentración de inocentes campesinos que murieron de hambre en los poblados cerca de sus fincas. Junto a los restos del Titán de Bronce, el tirano Fidel Castro mandó a sepultar a Blas Roca, fundador del viejo Partido Comunista de Cuba. Esa barrabasada no se le hubiera ocurrido ni al propio Blas, cuyo hijo sufrió prisión por oponerse cívicamente a la obra demencial del tirano. La facultad de corromperlo todo, de denigrarlo todo no tiene límites en la mente enferma del déspota que destruyó la república que Maceo ayudó a fundar con su heroico machete.
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