América Latina: Segunda llamada antes de la nueva crisis
No hace mucho, varios gobiernos latinoamericanos daban cátedra y consejos al mundo sobre cómo manejar la economía. Incluso, se presentaban como el modelo a seguir y los poseedores de la única verdad sobre cómo salir de la crisis que asola al mundo desarrollado.
El acelerado enfriamiento de la economía de América Latina durante los
últimos meses y, sobre todo, las duras crisis en ciernes en países como
Brasil o Argentina, o en marcha como en Venezuela, han atemperado su
arrogancia, aunque no la han sometido al realismo.
Después de que diversos organismos internacional habían venido hablando en el pasado, durante mucho tiempo, de una próxima ralentización del crecimiento en la región, en virtud de la menor demanda de commodities
o materias primas y el aumento en las tasas de interés, dicho panorama
se está materializando, sin que prácticamente ningún país
latinoamericano haya hecho un esfuerzo particularmente notable para
resolver los problemas que están en el fondo de la cuestión. Las
sucesivas bajas en las expectativas económicas de países como Brasil o México en
lo que va del año, han confirmado la desaceleración y se han reflejado
en una baja en el crecimiento general de la región. Sin embargo, los
problemas de América Latina van más allá de estos dos países, con mucho,
y hoy la mayoría de los países de la región han ajustado a la baja sus expectativas económicas, de forma que Latinoamérica estará creciendo a un ritmo menor que el mundo como un todo, sin perspectiva cierta de cuándo logrará recuperar el paso.
La desaceleración de la economía china afectará profundamente a
economías como las de Brasil, Perú y Chile, donde es el primer socio
comercial. Según cifras oficiales, la economía china crecerá este año el
7.5%, la tasa más baja en 23 años. Y aunque ese número es alto, la baja
será sostenida, anunciando el fin de las prodigiosas tasas de
crecimiento de China… y de los altos precios de las commodities latinoamericanas, responsables en gran medida en los últimos años del buen desempeño de varias economías de la región, que muchos gobiernos presentaron como un éxito propio. Precisamente por la alta dependencia en el precio de las commodities, la mayoría de los países latinoamericanos no afrontaron la necesaria reforma estructural de sus economías.
De allí que de concretarse los escenarios más pesimistas, con una
reducción en los precios de las materias primas a los niveles de 2003
por ejemplo (sin contar con una posible y cercana crisis de grandes proporciones en Brasil,
como se escucha decir cada vez más en voz alta entre los expertos), se
podría presentar una caída fatal en los PIB nacionales, seguida por un
crecimiento muy bajo durante un largo tiempo, con lo que la situación de
América Latina retrocedería a las dificultades de la llamada “década
pérdida” de los 80s, estancándose la inversión y el crecimiento,
reduciéndose los presupuestos públicos, y aumentando el desempleo y la
escasez de divisas.
En vista de dichas eventuales dificultades en el horizonte, aquellos
países de la región que hayan avanzado más en reformas para una mayor
competitividad y en la reestructuración de sus gobiernos, y que cuenten
con políticas más prudentes y realistas, terminarán sufriendo menos. Al
respecto, el sostenido crecimiento de países como Panamá, Chile, Perú,
Colombia, y México en cierta medida, durante los últimos años, indica
que contar con economías de mercado abiertas, diversificadas y
competitivas, economías liberales, es el camino más factible y expedito
hacia la prosperidad.
En contraste, el que los países del llamado Socialismo del Siglo XXI
(Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina), tengan
economías sobrereguladas y con cotas cada vez más elevadas de
proteccionismo y endeudamiento público, y que a pesar de ello sus PIB
per cápita ni siquiera lleguen al promedio mundial (con excepción de
Venezuela y Argentina, cuyos gobiernos sin embargo se esfuerzan mes con
mes con intensificar su declive), debiera ser un elocuente indicativo de
que marchan en la dirección equivocada. De allí que no extrañe que proyectos como Mercosur estén haciendo agua y ya no convenzan ni a sus principales beneficiarios, mientras otros, como la Alianza del Pacífico, se consolidan sobre una visión de competitividad y libre comercio.
Los peores escenarios para América Latina aún no se concretan.
Tampoco son una fatalidad inescapable. El poco tiempo restante debiera
ser un aliciente para actuar con dinamismo y responsabilidad, a fin de
acercarse a un modelo económico de mercado como el chileno o el
mexicano, lejos de un “modelo” como el argentino o el venezolano. Porque
de no actuar y afrontar las tareas pospuestas, la situación actual
podría tornarse en una bomba de tiempo.
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