La importancia del papel
Analizar el triunfo o fracaso económico de un
proceso llamado revolucionario, en base a la presencia o no del papel
higiénico en los hogares, deja muy mal parados a los gobiernos de Cuba y
Venezuela. Por supuesto que La Habana le gana a Caracas en decenas de
años de escasez en los baños de las viviendas de sus ciudadanos, pero no
por ello Nicolás Maduro debe sentirse en desventaja: tiene por delante
un futuro de miseria.
Al igual que esos papeles tornasol, que se
introducían en los tubos de ensayo de los laboratorios químicos durante
el bachillerato o el preuniversitario, para determinar la alcalinidad o
acidez de los líquidos, ahora el estante vacío del papel higiénico, en
los supermercados venezolanos, también señala un color: rojo, rojito.
“No
sé cómo se las arreglan”. He escuchado la pregunta al referirse a ese
arte de gobernantes que son capaces de desaparecer artículos y convertir
a una simple compra en una espera de horas o una operación de bolsa
negra.
Las respuestas son múltiples, y comienzan por las
justificaciones de que los culpables son los oligarcas, los explotadores
del pueblo, quienes se dedican a la especulación y al sabotaje y, en
última instancia, los “enemigos de la revolución”.
Otros explican
que ello ocurre cuando se tratan de controlar las leyes del mercado, que
una imposición de controles de precios y de moneda provocan siempre
grandes o pequeños cataclismos (coloco a la falta del papel en la
categoría de desastre mayor), porque la teoría económica tradicional nos
enseña que la oferta de una mercancía disminuye y la demanda aumenta
cuando los precios son bajos. Si no se permite al mercado regularse a sí
mismo, mediante la ley de la oferta y la demanda, ocurren estas cosas,
dice el economista liberal, mientras otro socialista le contesta que la
cuestión radica en que todos los pobres en la Venezuela actual tienen el
dinero suficiente para comprar el ahora añorado papel higiénico.
Hay,
sin embargo, una explicación más simple, y se resume en una palabra:
desprecio. Tanto a quienes mandan en La Habana como en Caracas les
importa poco la escasez de este o cualquier producto.
Años y años
han transcurrido en Cuba, y la falta de papel higiénico no se ha
resuelto. Se acabaron los oligarcas, se marcharon los burgueses,
supuestamente se metieron en la cárcel a los especuladores y
contrabandistas, ahora van para las prisiones los corruptos, pero el
papel higiénico sigue sin aparecer, salvo que se cuente con CUC, pesos
convertibles que no son más que un disfraz del dólar, que se puede tener
pero no sirve para comprar en las tiendas: de cómo los hermanos Castro
establecieron las “tiendas de raya” sin ser mexicanos, y lograron
convertir a todos los cubanos –los de la isla y los del exilio– en sus
clientes.
De la escatología al sainete, las historias de papel
higiénico podrían llenar una antología, y es una lástima no se haya
hecho: los rollos sustraídos de los baños de restaurantes y hoteles, la
compra a sobreprecio a bodegueros y vecinos –a finales de la década del
70 y comienzos del 80, se entregaba un rollo por núcleo familiar al mes,
sin que se garantizara su llegada todos los meses– o los sacrificios de
padres y abuelos abnegados, que lo reservaban para los más pequeños de
la casa.
También hay que agregar el valor adicional que siempre ha
acompañado la prensa oficial cubana –no por el contenido sino por el
continente– y esa valoración sui géneris de Cuba, en que según las
circunstancias libros y publicaciones periódicas eran valoradas por su
posible uso del momento, como por ejemplo papel para cigarrillos –“El
libro rojo de Mao” se destacó en ese sentido–, pero siempre mantenían su
puesto cimero en el baño.
El papel higiénico volverá a los
anaqueles venezolanos. El gobierno de ese país anunció la compra de 50
millones de rollos para hacer frente a los problemas de escasez y
combatir lo que ha denominado la “guerra económica” que estarían
ocasionando los sectores adversos al gobierno para estimular “compras
nerviosas” y generar desabastecimiento. El nuevo “presidente” –quitarle
las comillas sería un abuso de generosidad hacia un gobernante impuesto–
cuenta aún con fondos suficientes para hacer compras de este tipo, más
en momentos en que su legitimidad se cuestiona a diario y su capacidad
de gobierno se pone en entredicho cada minuto.
Pero los
venezolanos no deben sentirse tranquilos cuando compren los nuevos
paquetes del producto. Caracas se parece cada vez más a La Habana, y no
es precisamente en construcciones y carreteras, algo en lo que ambas
ciudades muestran cada vez más deterioro: puede que los venezolanos
vuelvan a tener mañana el papel higiénico, pero los cubanos llevan más
de 50 años casi sin conocerlo.
- 23 de enero, 2009
- 23 de junio, 2013
- 7 de marzo, 2025
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