La guerra que Obama no quiere
Barack Obama no es un pacifista. No es Gandhi.
Cuando ganó (prematuramente) el premio Nobel de la Paz, el presidente de
Estados Unidos habló en su discurso de aceptación en Oslo, Noruega,
sobre los momentos en que es necesario iniciar una guerra.
“No
erradicaremos los conflictos violentos durante nuestra vida”, dijo Obama
en diciembre del 2009, cuando apenas llevaba 11 meses como presidente.
“Y habrá ocasiones en que las naciones verán el uso de la fuerza como
algo necesario y moralmente justificable.”
Obama puso como ejemplo la guerra contra los nazis.
La
pregunta que le urge responder a Obama ahora es si atacar o invadir
Siria, para terminar con el sanguinario régimen de Bashar al-Assad, es
“algo necesario y moralmente justificable.” Durante los últimos dos
años, el dictador sirio ha ocasionado la muerte de miles de sus
compatriotas que se han levantado contra su gobierno. Sus métodos de
tortura son espeluznantes y culminan, muchas veces, con la muerte del
interrogado. Y recientemente la Casa Blanca investiga reportes del uso
de armas químicas en contra de la población.
Es entendible el
temor de Obama de iniciar una nueva guerra para Estados Unidos. Las
encuestas dicen que los norteamericanos ya no quieren involucrarse en
otro conflicto armado. Cuando Obama tomó posesión en enero del 2009 se
convirtió en comandante en jefe de un ejército que luchaba en dos
guerras: Irak y Afganistán. Hoy Estados Unidos ya se salió de Irak y
para finales del 2014 lo hará de Afganistán. Pero el costo ha sido
altísimo: en vidas humanas, en dólares y en credibilidad.
Obama
aprendió de los terribles y mortales errores de George W. Bush. Bush
inició una guerra en Irak en el 2003 por simples cuestiones ideológicas,
no porque fuera algo necesario. Saddam Hussein era un líder brutal y
asesino pero no estuvo involucrado con los actos terroristas del 11 de
septiembre del 2001ni tenía armas de destrucción masiva en el momento de
la invasión. Más aún, el régimen de Bagdad no era una amenaza directa
para Estados Unidos.
El gobierno Talibán en Afganistán, en
cambio, sí lo era. Ayudó y dio refugio Osama bin Laden y a su
organización terrorista (Al Qaida) y hubiera sido impensable para los
líderes de Estados Unidos el no atacar.
Siria, sin embargo, no
representa una amenaza directa para Estados Unidos en este momento. Su
autoritario y represivo gobierno lucha por sobrevivir frente a una
creciente rebelión. El problema está en que el presidente Obama aún no
logra encontrar una justificación para atacar militarmente a Bashar
al-Assad. Irán utiliza a Siria para entregar armas al grupo Hezbolá, un
enemigo declarado de Israel. Israel ha bombardeado depósitos de armas en
Siria pero Estados Unidos no lo ha hecho.
En agosto del 2012 el
presidente Obama, en una conferencia de prensa, dijo que si el gobierno
sirio usaba armas químicas contra su gente cruzaría “una línea roja” y,
por lo tanto, podría obligarlo a tomar una decisión militar. El propio
gobierno norteamericano ha reportado el uso de ciertos tipos de armas
químicas en Siria –cruzando, de hecho, esa “línea roja”– pero,
aparentemente, no tiene confirmación absoluta de que se trata de hechos
recientes y ordenados por al-Assad.
Cierto o no, el gobierno
sirio está realizando una masacre de enormes proporciones contra su
población y Estados Unidos no ha hecho nada –más allá de presiones
diplomáticas a través de Rusia– para evitarlo. Hasta el momento, la Casa
Blanca ha preferido ser criticada por falta de acción que por
involucrarse en otra guerra en el Medio Oriente. Y esto solo es
entendible por las duras y tristísimas experiencias en los últimos dos
conflictos bélicos.
La lección para Estados Unidos en Irak y
Afganistán es perturbadora: si te metes a un país, aunque ganes la
guerra, vas a perder. Estados Unidos, efectivamente, terminó con el
gobierno Talibán y con Saddam Hussein pero la amenaza terrorista no ha
desaparecido, ni fuera ni dentro de Estados Unidos (como quedó
comprobado hace poco en el maratón de Boston). Cientos de miles de
combatientes estadounidenses y sus familias siguen sufriendo los efectos
de esas guerras. Y la economía del país aún no se recupera de dos
guerras que apenas se han podido financiar con muchas deudas públicas.
Obama
también sabe que las declaraciones de George W. Bush –de que sus
invasiones en Irak y Afganistán serían el inicio de la democratización
del Medio Oriente– fueron simplemente alardes ignorantes. Las
democracias, hoy lo sabemos, no se pueden imponer con balas y bombas.
Por donde lo vea, Obama ve más problemas que ventajas en atacar al gobierno sirio.
Por
eso seguirán muriendo rebeldes y civiles sirios en una guerra civil
absolutamente dispareja. Siria es la guerra que Obama no quiere
comenzar, aunque resulte frustrante y casi cómplice el ver desde lejos
como un dictador mata sin consecuencias con el único fin de mantener su
poder.
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