Los hombres que no amaban
Las terribles imágenes del atentado en Boston se
han quedado grabadas en la mente colectiva. Las hemos visto mil veces y
siempre impresionan. El instante en que el júbilo de una tradicional
carrera se quiebra en el espanto de la explosión. Un niño muere después
de abrazar a su padre. Las extremidades de víctimas inocentes saltan por
los aires. En el tumulto nadie repara en los dos jóvenes que se alejan
impávidos.
Habríamos deseado no ver nunca tan duras imágenes, pero
gracias a los vídeos de los aficionados y a las cámaras de seguridad se
pudo identificar a los responsables de la masacre. Fue una labor de
horas y horas diseccionando la película recuadro tras recuadro. Era el
único modo de armar el rompecabezas que, una vez completo, podía
ilustrar los momentos previos a la tragedia.
No pude evitar recordar la trama de la famosa trilogía de Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres.
En la novela del desaparecido autor sueco los protagonistas, Lisbeth
Salander y Mikael Blomkivst, desentrañan el secreto de un crimen
horrendo visionando una vieja grabación que encierra el misterio. Y en
el rebobinar, la ampliación del grano y la cámara lenta el singular dúo
compuesto por el periodista y la hacker consigue poner al descubierto las atrocidades cometidas por los hombres que no amaban a las mujeres.
Aún
no se conocen a ciencia cierta los motivos que empujaron a los dos
hermanos a causar tanto daño, pero es evidente, y el vídeo donde
aparecen es prueba de ello, que no albergaban remordimiento sino el
convencimiento de que llevaban a cabo una cruzada. Ese lunes soleado en
el que la multitud festejaba y los bostonianos presumían de su bella
ciudad, los terroristas deambulaban ajenos, a la espera de ver volar por
los cielos las vidas fragmentadas de desconocidos que seguramente les
sonrieron antes del instante fatídico.
En la película que recoge
el momento último de la felicidad antes de la mortal sacudida, el
público se mezcla con los dos fanáticos y sus destinos se cruzan en la
curva de una esquina. Hay globos en la escena y niños que corretean. Si
la imagen se hubiera congelado, todos los ojos se habrían posado en dos
individuos indiferentes a la celebración. Enajenados en su quimera. A
punto de detonar las esquirlas de su odio.
Pero en los filmes todo
fluye frente a la cámara y los protagonistas pasaron por alto la
ominosa presencia de unos personajes secundarios que sobraban en el
encuadre y rompían la secuencia de una historia que se había escrito con
final feliz.
En la novela de Larsson los villanos eran hombres
que no amaban a las mujeres. En la pesadilla de Boston dos jóvenes que
no amaban desbarataron la felicidad que rozaba la meta.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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