Seductores, tiranos y demagogos
En su Carta a Germania escrita en 1946, al concluir la Segunda Guerra Mundial, desde Suiza, país que le sirvió de refugio ante las amenazas mortales que sobre él se cernían como claro opositor al nacionalsocialismo, el escritor Herman Hesse analizaba por qué una nación como Alemania le dio la espalda a toda la tradición cultural que le había acompañado por siglos, dejándose cautivar por la prédica disolvente de un hombre que traumatizó la historia del mundo contemporáneo.
Hesse cuestionaba a sus conciudadanos por “la locura de mantenerlo hasta el amargo final” y de seguidas les planteaba a sus conciencias las siguientes interrogantes: “¿Y por qué la gente de Alemania no se dio cuenta de Hitler antes de 1933? ¿No se percataron acaso de sus intenciones? ¿Por qué en vez de apoyar y dar vigor a la República Germana, se unieron para sabotearla al votar por Hitler, con lo que indudablemente, se hizo muy peligroso comportarse como un decente ser humano?”. Sin duda, Hitler como otros a su estilo han encarnado, ayer y hoy, el rol de seductores de masas.
Así, historiadores y filósofos estudiosos de la vida pública en la civilización grecorromana coincidieron en establecer analogías entre las figuras del demagogo seductor y el tirano. Polibio, por ejemplo, en sus Historias relacionó la manipulación de determinadas técnicas de la retórica que tenían por fin persuadir y convencer a los ciudadanos para que dieran su apoyo incondicional a un determinado líder. A los efectos, Polibio hizo referencia a los rasgos de personalidad de Cayo Flaminio, de quien opinaba que era “un hombre ávido de popularidad y un demagogo total” que aun cuando desconocía las artes bélicas, demostraba “una ciega confianza en sus propias fuerzas”. Asimismo, dio a conocer a otro personaje que encaja con dichas características, se trata de Molpágoras, a quien describió como un “hombre hábil para hablar y para obrar, pero arrogante y de tendencias demagógicas”.
Aristóteles en su tratado Política igualmente estableció un puente entre el ejercicio de la demagogia y la práctica de la tiranía, sobre lo cual afirmó que “puede decirse que la mayoría de los tiranos han surgido de entre los demagogos, que han logrado la confianza del pueblo por sus calumnias. Así, Fidón de Argos y otros se hicieron tiranos, siendo ya reyes. Los tiranos de Jonia y Falaris procedían de las magistraturas; Panecio de Leontinos, Cipselo en Corinto, Pisístrato en Atenas, Dionisio en Siracusa y otros, procedían de la demagogia”.
Dentro de ese contexto, Platón en el diálogo República ofrece un “retrato hablado” del demagogo populista devenido en tirano y presentándolo con trazos muy firmes y claros: “Es evidente que de esta estirpe de protectores del pueblo es de la que nace el tirano. Pero, el protector del pueblo ¿por dónde principia a hacerse tirano? Por lo pronto, en los primeros días de su dominación ¿no sonríe graciosamente a todos los que encuentra, y no llega a decir que ni remotamente piensa en ser tirano? ¿No hace las más pomposas promesas en público y en particular, librando a todos de sus deudas, repartiendo entre el pueblo y sus favoritos y tratando a todo el mundo con una dulzura y una terneza de padre?”.
Luego, ya consolidado y atornillado en el poder, se quitará la máscara de corderillo, atosigará a los ciudadanos de deberes e impuestos, querrá gobernar él solo y para ello tendrá “que quitar de en medio a todos hasta que no deje persona alguna de provecho ni entre los amigos ni entre los enemigos”. Y observa finalmente Platón: “Muy digna de lástima es la condición de un tirano, si se ve obligado a destruir a los mejores ciudadanos”.
Generalmente se piensa que los tiranos se imponen por la fuerza; sin embargo, aun cuando en ocasiones así puede suceder, lo trágico es que son los mismos pueblos quienes en la búsqueda del que resuelva sus problemas llegan a elegir por la vía del voto, dentro de una democracia, a su “hombre providencial”, el cual luego, haciendo uso de sus facultades persuasivas, se transmuta en el terrible “gendarme necesario” que la destruye sin piedad al instaurar un régimen autoritario o totalitario.
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