Cuando el estatismo decreta el significado de las ideas
A
lo largo de la historia, el estatismo no ha hecho más que desprestigiar y
desacreditar a todas aquellas ideas que proclaman la libertad, y ha utilizado
al liberalismo como chivo expiatorio para atribuirle la culpa de los males que
el mismo estatismo ha originado, creando así una visión del liberalismo que
claramente no ilustra lo que en verdad es y que lamentablemente muchos legitiman
de manera inmerecida. De esta forma, el capitalismo suele tener sinónimos tales
como “crisis” y “pobreza”; la globalización se interpreta en términos de
“desigualdad”; y al liberalismo – o “neoliberalismo” como los enemigos de la
libertad suelen llamarlo- como “desinterés por los pobres”. Lo cierto, es que
todos estos sinónimos atribuidos por el estatismo son ampliamente erróneos y
ficticios.
Desde
hace siglos, el estatismo –enemigo de la libertad en todos sus aspectos- ha
regido sobre la vida privada de cada individuo, decidiendo cómo debemos manejar
nuestro sueldo, qué debemos disponer y qué no, qué debemos escuchar y leer, qué
contenido deben tener los programas de estudio, cómo deben ser las relaciones
personales, cómo debemos interpretar las ideas, entre otras tantas
descabelladas regulaciones.
Una
etiqueta que tiende a ser asociada al liberalismo es la de “derecha”. Es
importante examinar qué hay detrás de etiquetas tales como “izquierda” o
“derecha” y olvidar este tipo de clasificaciones que no hacen más que
encasillar erróneamente a las ideas. Para comenzar, éste tipo de clasificación
tan particular y predominante en la política actual tuvo su florecimiento en
los parlamentos europeos, específicamente el francés. Allí aquellos que
apoyaban a la monarquía –digamos oficialismo, para transportar el concepto a la
actualidad- se sentaban a la derecha del monarca y aquellos que se oponían a la
misma se sentaban a la izquierda.
Por
el momento, razonando y poniendo en tela de juicio a este tramposo concepto,
vale aclarar la abundancia de gobiernos de corte “socialista” o de “gran
tamaño” que se presentan ante nosotros a lo largo y ancho del mundo. En este
caso y de acuerdo al origen de la “izquierda” y “derecha”, ¿no debería el
liberalismo encasillarse en la llamada “izquierda” por no compartir y oponerse
a las políticas oficialistas que predominan en la región? Es aquí cuando se ve
cómo éste concepto ha sido claramente tergiversado y hoy no es más que una
simple y falaz etiqueta que no tiene mucho que sostener. El liberalismo no es
de “derecha” ni de “izquierda”.
Para
comenzar, dentro de las ideas y principios de carácter liberal, cada individuo
tiene el derecho a vivir su propia vida de acuerdo a sus elecciones personales
-siempre brindando respeto a la libertad y a los derechos de los demás y nunca
perjudicando a terceros.
Un
punto vital a tener en cuenta, son los llamados “derechos naturales” expresados
en “la libertad, la vida y la propiedad privada”, los cuales forman los pilares
fundamentales del liberalismo, siendo denominados de esta manera debido a que
rigen desde antes que haya sido creado el gobierno y, es a partir de este punto
cuando el rol del gobierno debe ser puesto bajo lupa: la principal razón de
existencia del gobierno es proteger los derechos de los individuos y
protegernos de la violencia que terceros puedan provocar sobre nosotros.
Por
lo tanto, ¿debería un gobierno controlar y fijar precios, expropiar propiedades
en nombre del “estado” y el “bien común”, regular nuestras vidas imponiendo trabas
arbitrarias en la economía y en la vida privada? Si su respuesta es “Sí”,
entonces continuemos aclarando de qué se trata y a qué lleva “el gobierno de
gran tamaño”.
La
mayoría de los casos en los que un gobierno ha intentado jugar el rol de
“estado empresario” ha conducido no más que al fracaso y al derrumbe de la
economía o de la misma empresa que pretende manejar. Pero, ¿a qué se debe esta
falla? Es indudable que los gobiernos bajo ninguna circunstancia poseen
creatividad, y mucho menos incentivos para la producción. Estos puntos son la
clave para la generación de riqueza, y es evidente que se hallan en la
naturaleza de los individuos y no del Estado. Las empresas estatales han
demostrado estar carentes de eficiencia, han evidenciado la falta de innovación
y han demostrado ser capaces de gastar dinero –por supuesto, dinero de los
contribuyentes- de manera irresponsable.
Una
de las herramientas del “gobierno de gran tamaño” para quitar incentivos a los
individuos –de las más antiguas y excesivamente utilizadas además de la
expropiación- es el impuesto. Es así como una considerable fracción del fruto
del esfuerzo de cada individuo “debe” ser destinada –y de manera forzosa e
imperativa- a financiar aquel aparto estatal que cada día aumenta su tamaño de
manera exorbitante.
He
aquí cómo mediante la imposición de los distintos impuestos de carácter
nacional, provincial y municipal, el individuo crece y se desarrolla con la
idea de que es la responsabilidad de todo individuo que “ama y defiende a su
patria” el entregar una contribución – involuntaria por cierto- para otorgar
“ayuda” al resto de sus “compatriotas” y brindar apoyo al gran Estado; y por
supuesto, uno de los tantos puntos que “no se ven”: financiar el sueldo de los
políticos y burócratas del gobierno –sueldo que aumenta junto con la cantidad
de empleados públicos.
Empero,
todavía no se ha hecho mención de los problemas que genera que el Estado se
encargue de manipular y operar la economía: desempleo, inflación, desincentivo,
surgimiento de monopolios, nacionalización de industrias. Y no siendo un dato
menor, cuando el “gobierno de gran tamaño” interviene la economía, florece
–inevitablemente- otro de los grandes enemigos de la libertad: la corrupción.
Actualmente
la falta de crecimiento económico en distintos puntos del globo se debe
principalmente a la ilimitada intervención del Estado en el ámbito económico,
no se debe al capitalismo o a la globalización –como quizás muchos estén
acostumbrados a oír- el caso es totalmente opuesto: el capitalismo y la
globalización han producido enormes mejoras. De esta manera, si vemos más allá
de los simples enunciados que los populismos han logrado imponer en la
mentalidad humana, allí donde hay crisis hay un gobierno interviniendo de
manera dilatada.
Por
esto, el liberalismo se opone fervientemente a un gobierno de tamaño descomunal
que se adjudique roles que no le corresponden y que no se hallen en su
naturaleza. Defendiendo así una sociedad libre donde el gobierno esté bajo
control y vigilancia constante.
Es
menester tener presente que los individuos no somos “iguales” tal como los
gobiernos han pretendido e intentado imponer. Cada individuo piensa por sí
mismo, es único y posee su propia cuota de exclusividad. Es por esto la
importancia de puntos tales como el respeto y la tolerancia.
Karl
Popper expresaba en “La sociedad abierta y sus enemigos” que “la tentativa de llevar el cielo a
la tierra produce como resultado invariable el infierno”. Y efectivamente esto
es lo que han originado los gobiernos desde el comienzo de la historia. Es así
como bajo las promesas de lograr “igualdad de oportunidades”, de eliminar la
pobreza mediante la “redistribución”, y quitando a “quienes más tienen” para
darle a los que no producen, solo han logrado algo que es evidente y lo opuesto
a lo que buscan establecer: más crisis, más pobreza, y menos oportunidades.
Durante
las últimas décadas, los gobiernos de carácter estatista han hecho dependientes
a millones de individuos, quitándoles la pasión y el incentivo de superarse a
sí mismos y desarrollarse como seres humanos productivos. Hoy ha llegado el
momento de eliminar esa dependencia y de comenzar a comprender que el
crecimiento es posible sin estar anclado a un gobierno que nos ofrezca limosnas
y nos haga creer que “sin su ayuda” es imposible crecer.
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