Chávez y las glorias vanas del poder
SALAMANCA. – A
poco de llegar a España se recordaron los treinta años de la muerte de
Francisco Franco. Con tal motivo pasaron por televisión una película que
narraba los tres últimos meses de vida del “generalísimo”. En medio de su
gravedad, los médicos quieren trasladarlo a un hospital para operarlo, pero sus
familiares y políticos más cercanos se oponen pues podría trascender el
verdadero estado de su salud. Decidieron operarle en el palacio de El Pardo,
donde residía y en pocas horas transformaron un viejo trastero en improvisado
quiróptero.
El edificio es
un palacio construido sobre las bases de un castillo medieval y concluido luego
bajo el reinado de Carlos III en el siglo XVIII. Una de sus características es
que las puertas son muy estrechas y muy altas (qué ironía, cuando su inquilino
de entonces no medía más de 1.60 metros). Por tal motivo no podía pasar por
ellas la camilla. Con las prisas de la urgencia decidieron envolver al
“caudillo” en una alfombra y llevarlo así hasta el trastero, o sea, el
quirófano.
A mitad de la
operación, hubo un corte de luz. El equipo que proveía de electricidad al
palacio en casos como este se había descompuesto y la operación debió seguir
con la luz de unas linternas que eran sostenidas por guardias de la residencia.
El hombre más poderoso de España a lo largo del siglo XX, uno de los más ricos,
dueño de vida y hacienda de todos los españoles, en el momento culminante de su
vida, a las puertas mismas de la muerte, estaba siendo atendido, médicamente,
como ni siquiera eran atendidos los míseros aceituneros cantados por Miguel
Hernández.
Se me ocurrió
en estos días que esta película ahora tiene su “remake”, solo que está rodada
en Venezuela y Cuba adonde acudió Hugo Chávez en busca de asistencia médica;
justamente el sitio menos adecuado.
Cuando enfermó
Fidel Castro los médicos cubanos pidieron auxilio a España que mandó a uno de
sus mejores médicos con los aparatos necesarios ya que Cuba carece de toda
tecnología. Chávez, poderoso, inmensamente rico, en lugar de haber acudido a
los grandes centros oncológicos del mundo resolvió ir a un sitio en el que sus
habitantes no saben si conseguirán arroz, pan y “frijoles” para comer mañana.
Ahora, el
gobierno de los Castro, que depende de los dólares y el petróleo de Venezuela
para poner en funcionamiento lo poco que todavía funciona en la isla, presiona
a los médicos para que reanimen a Chávez y pueda viajar a Caracas donde jurará
como presidente. Los partidarios de Chávez piden a los opositores que lo
respeten. ¡Pero son ellos quienes no lo están respetando! Recurrirán, si es
preciso, al mismo Geppetto (el carpintero que creó a Pinocchio) para hacer que
su “presidente-comandante” jure para bien, no nos engañemos, no de Venezuela,
sino de quienes están prendidos al poder como garrapatas y que tienen la
seguridad que ellos, sin el apoyo de Chávez, durarán menos de lo que dura un
suspiro.
El medievalista
Geroges Duby aprovecha la descripción de los funerales que se celebraron en
París con motivo de la muerte del rey Carlos VI de Francia en 1422, para
detallar las costumbres funerarias de la época. “En el momento de las exequias,
para que el cadáver soporte una prolongada exhibición, ha sido embalsamado y
vaciado de sus entrañas, las cuales a menudo eran dispersadas para recibir
sepultura en diversos sitios sagrados. A veces los restos eran reemplazados por
un maniquí de cuero, disfrazado, e incluso a veces por un figurante vivo”.
Luego describe
los funerales en la histórica iglesia de Saint-Denis, panteón de los reyes:
“Más de dieciocho mil personas fueron a visitarle, humildes, y se les concedió
a cada uno ocho duplos de dos dineros torneses. Se ofreció la cena a todos los
asistentes” (“La época de las catedrales”, Ediciones Cátedra, Madrid 2010, pp.
239-240). Como se ve, no hemos inventado nada: dinero y comida a cambio de vítores
o de lágrimas.
Estas son las
glorias vanas del poder y las ambiciones desmedidas de sus cofrades. Tanto
poder, tanto dinero, para que se le niegue toda dignidad en el momento de morir
y tal vez sustituido por “un maniquí de cuero, disfrazado” y hasta posiblemente
mal hecho.
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