La ONU y el daño social
Libre Mercado, Madrid
Este titular atrajo mi atención: "La ONU alerta del daño social que han causado las hipotecas". Las hipotecas
han facilitado el acceso a la propiedad de multitud de personas que no
habrían podido acceder al crédito sin esa garantía. ¿Cómo se puede decir
seriamente que eso ha sido nocivo para la sociedad?
Antes de leer el texto del artículo, se me ocurrió que igual se trataba
de un titular engañoso que apuntaba realmente en otra dirección. En
efecto, cabría ese texto en una denuncia del daño que el intervencionismo
de las autoridades ha provocado en muchos ciudadanos, confundiéndolos
con tipos de interés artificialmente bajos e induciéndolos a realizar
inversiones que a la postre se han demostrado equivocadas, o a cuya
financiación no pudieron finalmente hacer frente porque la crisis,
animada por la burbuja inflada por políticos y organismos públilcos, extendió la pobreza y el desempleo.
Esta interpretación es sostenible y guarda alguna relación con el
titular, aunque, repito, es engañoso porque "las hipotecas" de por sí no
solo no han causado ningún daño sino que en la mayoría de los casos han
sido fuente de grandes beneficios para la sociedad.
Debí haberlo pensado mejor, porque no suele brotar de la ONU nada que apoye la libertad de los ciudadanos sino, al contrario, torrentes de pensamiento único que solo desean apuntalar el poder político.
Así sucede con la señora brasileña objeto del artículo, Raquel Rolnik,
Relatora Especial de la ONU por el Derecho a la Vivienda, que asegura
seriamente que
el paso del concepto "vivienda adecuada como bien social" a[la consideración de la vivienda como] "un producto comercial y una
estrategia de las familias para acumular riqueza" ha llevado a la
generalización de burbujas.
Son tres disparates. Si la vivienda no es un bien comercial, entonces tampoco es un bien social sino un bien político,
es decir, algo que el poder suministra pero también cobra. La
experiencia de lo que ha sucedido en todo el mundo cuando los gobiernos
han intervenido masivamente en el sector inmobiliario no debería generar
aplausos ni anhelos sino más bien abucheos y cautelas. En segundo
lugar, el que la señora Rolnik censure que las familias acumulen riqueza
es revelador del escaso respeto a la libertad que tienen los burócratas de la ONU,
organización, ella sí, que ha causado daño social con su prédica
intervencionista incesante. En tercer lugar, alegar que la propiedad
privada de las viviendas ha generalizado las burbujas ignora el papel
fundamental del sector público en el inflado de las mismas.
Pero es el antiliberalismo y no la lógica ni el
análisis de la realidad lo que preside la ONU y a esta singular
relatora, que afirma que la maldita financiación "en general no ha
servido para promover el acceso de las personas pobres a una vivienda
adecuada"; es decir, justo lo contrario de lo que ha sucedido en
millones de casos en todo el mundo.
Esta negación masiva de la realidad, negación tanto
más peligrosa cuanto más poder e influencia tiene quien la niega, se
observa también en las propuestas de doña Raquel:
Los Estados deberían velar con su legislación para asegurar que los
gastos de vivienda se correspondan con el nivel de ingresos de las
familias.
Aparte del delirio totalitario al que apunta este
intervencionismo, lo notable es que en la crítica a las finanzas, en la
condena al exceso del crédito, la relatora de la ONU habla de los bancos
¡pero no de los centrales!
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