Epoca de balances
Se termina el año y es época de balances. De
pasar raya. Entonces, a veces, uno se entera de cosas que ya sabía. Por
ejemplo que Venezuela está ubicado como el país más corrupto de América y
uno de los más corruptos del mundo y que Caracas es la segunda ciudad
del planeta donde hay más homicidios. Y citamos este ejemplo no por
destacar los logros de la revolución bolivariana y del Socialismo del
Siglo XXI, sino porque resalta que ello pase en un país que tiene las
mayores reservas de petróleo de la tierra. En cualquier lugar donde
aparece petróleo todo cambia para bien y eso se refleja, en mayor o
menor medida, pero siempre positivamente en el bienestar de la gente. En
todos lados menos en la Venezuela de Hugo Chávez, la que desde que
tiene al frente al Comandante ha visto multiplicar el precio de su
principal riqueza por diez, sin que nadie sepa a dónde se ha ido todo
eso ni quién se ha beneficiado de tanto ingreso de dinero.
También por
estos días se conocen números sobre periodistas asesinados,
encarcelados, amenazados o en el exilio. Se sabe que no es una profesión
cómoda –hace décadas se decía que era la más riesgosa, después de la de
piloto de prueba– pero cada año aumenta la cifra de colegas en
desgracia y no hay diferencia cualquiera sea la organización que se
ocupa de contabilizarlas: ya sea la SIP, el CPJ o Reporteros sin
Fronteras.
Ahora, paralelamente y en este mismo campo hay otras
cifras que no se dan, que son muy difíciles de establecer, que son los
porcentajes en que se recorta cada año el derecho a la información de la
gente en el mundo. Esto es, en qué medida se está privando al público
de acceder a cierta información y se le limitan las posibilidades y las
opciones para elegir cómo y dónde se informa y como cada vez se le da
una información más digitada desde el poder.
Porque el asesinato
de un periodistas, con todo lo condenable y repugnante que implica, a
despecho de los propósitos de los asesinos, no consigue impedir que, en
definitiva, más tarde o más temprano, la gente reciba la información que
se pretendía silenciar. Hay en cambio otra serie de ataques silenciosos
y permanentes, mucho más efectivos para alcanzar ese fin de restringir
el derecho a la información.
En Venezuela no se registran
periodistas asesinados, sin embargo Chávez está sindicado como una de
los mayores violadores de la libertad de expresión. En Cuba tampoco se
ha denunciado el asesinato de periodistas –en realidad es lo único que
le falta– y no hay libertad de prensa. Lo mismo pasa en Bolivia,
Ecuador, Argentina, donde la libertad de expresión sufre continuos
ataques.
En estos últimos dos países, además, como ya hemos
informado en artículos anteriores, tanto Rafael Correa como Cristina
Kirchner han arremetido por vía legislativa para apoderarse a través de
distintas formas de los medios de comunicación y así adueñarse de la
información que se da a la ciudadanía. Correa quiere directamente
transformarla en “un poder del estado” para manejarla él.
Es bueno
sí que se den cifra sobre los ataques a los periodistas, pero no es
bueno que no se insista y se destaque especialmente todo esto otro, y
peor aún que, como ocurre en casos, se ignore que eso está pasando. Es
preciso que se haga hincapié en que en materia de libertad de expresión y
de efectiva vigencia del sistema democrático esos avances contra el
derecho de la gente a informarse son mucho más graves que cualquier otra
cosa.
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