Cumbre Iberoamericana de Cádiz: El tiro por la culata
SALAMANCA. – Pocos españoles deben haberse enterado de que el sábado se inauguraba en Cádiz la XXII Cumbre Iberoamericana que en esta edición tenía el plus de conmemorar los doscientos años de la Constitución, el primer documento democrático de España. Los principales periódicos poco o nada adelantaron sobre su realización.
Después del fracaso de la Cumbre realizada en Asunción en 2011 en la que once mandatarios hicieron el vacío –incluyendo a los de los países vecinos– se invirtió para la de este año todo el esfuerzo de la Casa Real. El rey Juan Carlos viajó a Brasil y Chile en junio, la reina Sofía estuvo en Bolivia y los príncipes de Asturias en Centroamérica. El resultado: la presencia de veinte jefes de Estado y la ausencia de otros seis, cinco de los cuales eran cifra segura: Cristina Kirchner (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela), Raúl Castro (Cuba), José Mujica (Uruguay) y Pérez Molina (Guatemala). La ausencia de Paraguay fue “inducida” por España, según el término diplomático utilizado para explicar la actitud inamistosa que tuvo el gobierno de Mariano Rajoy hacia nuestro país.
Entre la poca información aparecida en los días previos está la del periódico “El País”, el más importante de España, con una entrevista a Jesús Gracia, secretario de Estado de Iberoamérica quien dijo que no se presentarían disculpas a Paraguay debido a que “él mismo se había excluido de la Cumbre”. Una inexactitud palpable ya que Gracia había estado en Asunción y se entrevistó con Federico Franco el 12 de septiembre para pedirle que no viniera a la reunión. Este mismo pedido se lo reiteró Mariano Rajoy a Franco en Nueva York, durante la Asamblea de Naciones Unidas y el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo, había dicho en Lima, en el mes de julio que “era mejor para Paraguay y mejor para España” que Franco no viniera a Cádiz.
La política exterior de Mariano Rajoy siempre fue considerada “errática”. La carta que jugó en esta ocasión fue la equivocada. Decidió prescindir de un país amigo y respetuoso de sus compromisos internacionales, entre ellos las inversiones de empresas españolas, para decidirse en favor de los “países bolivarianos”, especialmente Cristina Kirchner y Hugo Chávez a quienes quería tener seguros para la fotografía de familia. Quizá guardaba esperanzas de poder solucionar, o, por lo menos llegar a un acuerdo mínimo, sobre los problemas del expolio que sufrió la empresa española Repsol por parte del gobierno argentino que hasta el momento no ha dado señales de pagar algún tipo de indemnización. Hay que sumarle la decisión tomada sobre un tren rápido entre Buenos Aires y La Plata gestionado por Renfe (ferrocarriles españoles) empresa a la que Kirchner les dijo que se pueden llevar de nuevo el Talgo a España porque le parece demasiado caro, a pesar que está en pleno funcionamiento desde hace varios meses atrás.
Kirchner no vino “por motivos de salud”, Mujica no vino “por motivos de salud” y Chávez ni siquiera presentó justificativo alguno pues habrá pensado que con el rey presente no tenía mucha autonomía para desarrollar el discurso disparatado que acostumbra en estos casos para convertirse en el centro de atención de la prensa. Corría el peligro de que le hicieran callar por segunda vez.
Entre los primeros en llegar estuvo Rafael Correa, presidente de Ecuador, que fue entrevistado por “El País”. Las tres primeras preguntas fueron sobre los inmigrantes ecuatorianos que suman unos 600.000. La cuarta, la quinta, la sexta y la séptima fueron sobre la libertad de prensa. Las respuestas ofrecieron la auténtica estatura intelectual de Correa y su formación política: apenas se levantan a un palmo del suelo. Dejó en evidencia su pensamiento autoritario además de la ingenuidad de un movimiento, la del “socialismo del siglo XXI”, que, en lugar de manejar ideas, manejan unas pocas frases hechas carentes de profundidad y, por lo tanto, de aplicación imposible.
Si el gobierno de Rajoy deseaba festejar por todo lo alto el segundo centenario de aquellas Cortes de Cádiz de 1812 que le dieron a España su primera Constitución liberal, pues el tiro le ha salido por la culata al haber privilegiado los intereses económicos a los que deberían haber sido el emblema principal: los principios políticos.
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