¿Creación de empleos o de riqueza?
Las
políticas públicas suelen ser evaluadas en base a cuántos empleos generan.
Puede que difieran sus propuestas en cómo lograr ese incremento en el empleo,
pero todos los candidatos presidenciales comparten el mismo objetivo y son muy
dados a repetir eslóganes como ‘No hay mejor política social que el empleo’.
Los gremios empresariales también suelen argumentar sus posturas en base a
empleos creados o destruidos. Sin embargo, ¿debería ser el trabajo el objetivo
de la actividad económica?
El
economista Dwight R. Lee indica que “es fácil olvidarse de que crear más
riqueza es lo que en realidad queremos lograr, y los empleos son simplemente un
medio para obtener ese fin”. Lee explica que tanto políticos como empresarios
tienden a promover sus intereses personales a expensas de la creación de
riqueza, si pueden hacerle creer a la gente que la creación de empleos es el
objetivo. Por ejemplo, los políticos y ciertos productores locales suelen
aliarse para promover las restricciones a las importaciones como una medida que
protege y promueve el empleo.
Hay
una anécdota que va así: A Milton Friedman lo llevaron a ver un masivo proyecto
de infraestructura en China. Miles de trabajadores con palas estaban
construyendo un canal. Friedman asombrado preguntó por qué no había ni una sola
excavadora o equipo mecanizado para mover la tierra y un funcionario público
respondió: “Las palas crean más trabajo”. Friedman respondió: “Entonces, ¿por
qué no usar cucharas en vez de palas?”. Esto sería hacer menos con más
trabajadores, crearía más empleo pero destruiría riqueza.
Russell
Roberts, de George Mason University, explica que el camino a la prosperidad es
“hacer más con menos”, esto es, aumentando la productividad, algo que
inicialmente puede que no resulte en más empleos. Roberts toma como ejemplo lo
que ha sucedido con la banca luego de que se adoptó la tecnología de los
cajeros automáticos, o con la industria de textiles que ahora es 120 veces más
productiva que hace medio siglo.
Esto
implica que inicialmente se da lo que Joseph Schumpeter denominó como “la
destrucción creativa”: se destruyen empleos, empresas y procesos de producción
existentes y se los reemplaza con empleos, empresas, máquinas y procesos más
productivos. Todo esto resulta en que los productos y servicios sean cada vez
más baratos y los consumidores cada vez tengan que trabajar menos horas para
obtener un ingreso que les permita consumir lo que desean. De esta manera,
estos trabajadores tendrán un mayor ingreso disponible para demandar otros
productos y servicios que antes ni se concebían. Y cada uno de esos nuevos
productos y servicios genera una cadena de productos y servicios
complementarios. Solo imagínense que además de los 43.000 empleos que Steve
Jobs creó en EE.UU. y los 700.000 que creó en el extranjero, él generó
muchísimos más empleos en programación, diseño de páginas web, diseño de
aplicaciones, mantenimiento de equipos y demás servicios que se complementan
con cada una de sus invenciones (iPod, iPad, iPhone, etcétera).
Por
supuesto que los empleos no tienen nada malo per se. El problema es que cuando
se considera a la creación de trabajos como el fin de una política pública
podemos llegar a respaldar toda clase de iniciativas que destruyen la riqueza
en lugar de crearla.
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