Reforma en México: acabar con los sueños de Alicia y las certezas de Kafka
La discusión sobre la ley laboral mexicana nos ofrece una
excepcional ventana al mundo de irrealidad en que vive el conjunto de
nuestra clase política. Aunque sin duda hay muchos intereses y
valores de por medio, nada del debate se ha concentrado en las únicas
tres cosas que importan en materia económica: la creación de
fuentes de empleo, el crecimiento de la productividad y la vinculación
del sector manufacturero nacional con el de exportación. Esos son los
tres ejes que importan y en los cuales debería centrarse la atención del
congreso y del próximo gobierno.
Desafortunadamente, la discusión parece más
una combinación de Alicia en el país de las maravillas con un dejo
kafkiano de irrealismo burocrático. Como en Alicia, se parte de
supuestos que nada tienen que ver con la realidad. Como con Kafka, se
asume que el statu quo funciona y arroja tasas elevadas de crecimiento y
mantiene satisfecha a toda la sociedad.
Tendemos a preferir soluciones grandiosas y
complejas cuando mucho de lo que nos diferencia de las economías que
crecen con celeridad se refiere más a regulaciones y obstáculos
cotidianos que a grandes reformas constitucionales. Puesto en términos
de economistas, los problemas de crecimiento del país tienen mucho más
que ver con asuntos de la microeconomía (la abrumadora mayoría de los
cuales están bajo el control del ejecutivo y de los gobiernos estatales y
municipales) que con el poder legislativo.
Si se acepta que el objetivo último es elevar
la tasa de crecimiento como medio para crear fuentes de empleo e
incrementar los satisfactores a la población, entonces todo el actuar
del gobierno (en el sentido más amplio y comprensivo del término)
debería abocarse a crear condiciones para que eso ocurra. Ciertamente, hay
muchas vertientes de acción que pueden emprenderse para lograrlo. Entre
éstas está el propio gasto público y los proyectos de infraestructura,
así como el conjunto de reformas de que se habla comúnmente (como las
referentes a energía y asuntos hacendarios). Sin embargo, aunque indispensables, esas reformas e instrumentos no siempre conducen a una mayor tasa de crecimiento.
Mucho más relevante para el crecimiento es el
conjunto de obstáculos que enfrentan las empresas y potenciales
inversionistas para desarrollar nuevos proyectos o hacer exitosos los
existentes. La economía es la suma de millones de decisiones que
realizan los consumidores y los creadores de bienes y servicios todos
los días. Todo lo que impida o afecte esas decisiones impacta el nivel
de actividad general de la economía.
El proyecto de ley aprobado por el congreso
en materia laboral es un buen ejemplo de lo que funciona y de lo que no
funciona: por una parte, la minuta que salió de la Cámara de Diputados
abre espacios para nuevas formas de contratación de personal que, en el
tiempo, favorecería un mayor dinamismo en las relaciones laborales. Sin
embargo, me parece que la pregunta pertinente es si esos cambios harían
más atractiva la formalización de las empresas que han optado por ese
otro mundo de la economía. Hay evidencia abrumadora de que la mayor
parte de los empleos en el mundo se crean en empresas chicas o medianas,
la gran mayoría de las cuales son informales en nuestro país.
¿En qué medida contribuye esta legislación a atraer a esas empresas a la
formalidad? Esa debería ser la medida del éxito y de la relevancia de
una nueva ley en esta materia.
Como decía al inicio, los temas cruciales
para el crecimiento de la economía son la productividad, el empleo y la
vinculación del sector manufacturero "tradicional" con el de
exportación. Se trata de tres asuntos de muy distintas dinámicas y
características, pero en el conjunto reside la llave del crecimiento.
La productividad es el resultado del conjunto
de esfuerzos que realizan los productores y de los obstáculos que les
impone el medio. Al emplear sus instrumentos -como la tecnología,
metodología de producción y relaciones laborales- el empresario produce
bienes y servicios. Cualquier cambio u obstáculo en estos elementos
eleva o disminuye sus costos y, por lo tanto, su capacidad para producir
mejores bienes, a un menor costo y de mayor calidad. El entorno en que
operan las empresas determina su capacidad para competir en el mercado.
Mientras más terso es el entorno, menores los costos y mayor el
potencial de elevar la productividad, factor crucial en la creación de
fuentes de empleo y en la compensación que reciben los empleados y
trabajadores.
Cuando comparamos el entorno en que opera una
empresa mexicana con la de sus competidores, el panorama comienza a
nublarse. No es necesario hurgar muy profundo para identificar las
fuentes de problema: dispersión arancelaria, protección selectiva
(importaciones), subsidios discriminatorios, inseguridad, trámites,
contrabando, costo de los servicios, tráfico, burocratismo, etc.
Si uno observa esos factores en países como China, Corea, Chile y otros
con quienes las empresas mexicanas compiten, el problema se torna
evidente de inmediato. Y la solución a todos estos depende no de grandes
reformas macroeconómicas sino de pequeños cambios regulatorios,
transformación de la forma de operar de los gobiernos locales y
estatales y una mucho mayor competencia en los mercados internos. Nada
legislativo en todo esto.
Quizá no haya asunto de mayor relevancia para
el crecimiento en el corto plazo que el de la vinculación del sector
manufacturero con el de exportación. La economía mexicana se caracteriza
por la existencia de dos sectores manufactureros distintos, casi
divorciados entre sí. En lugar de que la industria nacional se convierta
en proveedora de la de exportación, ésta se ha anquilosado y quedado
dependiente, en buena medida, de mecanismos formales e informales de
protección. Una buena estrategia microeconómica llevaría a la
liberalización y desregulación del sector manufacturero y a la creación
de mecanismos que incentiven la conformación de una formidable industria
de proveedores, por parte de empresas nacionales y extranjeras. Quizá
no haya oportunidad mayor de crecimiento tanto del empleo como del
producto en el corto plazo.
El empleo depende de que existan condiciones propicias para que las empresas contraten. Los
mejores empleos son los formales que, además, son los que con mayor
fuerza inciden sobre el desarrollo de largo plazo de la economía.
De ahí que sea tan importante simplificar el entorno regulatorio y
fiscal, además de laboral, para incentivar la creación acelerada de
empresas formales. No hay nada como simplificar, liberalizar y
abrir para generar crecimiento. Nada como acabar con los sueños de
Alicia y las realidades de Kafka.
Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación
para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la
investigación en temas de economía y política, en México.
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