¿Qué le pasó a Obama?
Esa fue la pregunta que me hice a lo largo del primer debate presidencial de Estados Unidos. Pienso que el debate lo ganó Mitt Romney, y por mucho.
Mientras que el candidato republicano se vio contundente, el presidente
Obama se observó incómodo, lejano, como si no hubiera querido estar
ahí.
Hace cuatro años tuve la oportunidad de
cubrir las elecciones en aquel país. El entonces candidato demócrata,
hoy presidente, era un hombre tremendamente carismático, afable y con
gran capacidad de entusiasmar al electorado. No por nada ganó y, hay que
decirlo, dos veces: primero a la poderosísima Hillary Clinton en la
elección interna de su partido y luego al republicano John McCain, quien
también era un buen candidato.
No es, para nada, el mismo Obama que observé el miércoles por la noche. Me
dio la sensación de que el presidente estaba hasta la coronilla,
cansado, desgastado, de mal humor. Quizá lo más impactante de la noche
fue su lenguaje no verbal. Mientras que Romney lo veía a los
ojos cuando éste hablaba, Obama bajaba la cara, cerraba los ojos y hacía
muecas extrañas en el momento en que el republicano tomaba el
micrófono.
Nadie ha dicho hasta ahora que Obama ganó el primer debate. El consenso es que el triunfador fue Romney. Algunos,
pocos, dicen que en el mejor de los casos hubo un empate. No lo creo.
Como dije: Romney se llevó la noche de principio a fin.
Obama se enredó en sus argumentos. Se metió
en detalles técnicos. No tuvo buenos sound-bytes, esas frasecillas que
son las que, después del debate, quedan en la mente de los electores.
Creo que el presidente estadunidense se dio cuenta de que no le estaba
yendo bien y por eso, quizá, se fue desesperando. Tuvo la capacidad,
empero, de cerrar mejor de lo que empezó con la que fue, me parece, la
única idea que logró trasmitir: que Romney se opone a muchas cosas, pero
no propone alternativas aterrizadas.
Inmediatamente después del debate, los
periodistas, comentaristas y analistas estadunidenses se mostraron
sorprendidos por el mal desempeño de Obama. Uno dijo que a lo mejor sus habilidades de debatir se encontraban “oxidadas” después de cuatro años que no lo había hecho. A
lo mejor es cierto, pero no es una buena excusa. En todo caso, el
presidente debió de haberse preparado. No debió de haber menospreciado a
su rival.
Otro comentarista, identificado con los
demócratas, afirmó que, mientras Romney se la ha pasado debatiendo estos
meses (para lograr la candidatura de su partido tuvo que participar en
más de veinte debates), Obama estaba gobernando al país. Que ésa era la
diferencia. Puede ser. Pero el presidente ahora está en campaña para
reelegirse y, como gobernante que es, debió haber mostrado una gran
superioridad frente a su retador. No lo hizo.
Ganarle a un presidente en funciones es un
evento raro en la historia de EE.UU. Por lo general los mandatarios se
reeligen porque tienen todas las ventajas que vienen con la institución
presidencial. Lo primero que deben hacer sus retadores es enseñar que
están a la altura de desafiar al presidente. Reagan lo logró con Carter
precisamente en el primer debate presidencial. Lo mismo ocurrió con
Clinton y Bush padre. Ya sabemos el desenlace de estos casos: el retador
le ganó al presidente en funciones.
Eso es lo que obtuvo Romney este miércoles:
posicionarse como un candidato con credibilidad para ganarle a Obama.
Con la altura de desafiar al presidente. No digo, desde luego, que Obama
ya perdió. Lo que cambió después del primer debate fue la tendencia. En
las últimas tres semanas, el presidente claramente iba al alza y Romney
a la baja. El republicano se encontraba, de hecho, muy rezagado. Todo
parecía que la elección sería un día de campo para Obama. El miércoles,
en vísperas del debate, en el mercado de predicción de eventos futuros
de intrade.com, los apostadores le daban 75% de probabilidad de
reelegirse. Consecuentemente, Romney tenía 25% de sacarlo del puesto. La
mañana siguiente al debate, los momios habían cambiado: Obama 65%,
Romney 35%. Por primera vez en mucho tiempo, el republicano se
encontraba al alza y el demócrata a la baja.
En conclusión, la elección presidencial
estadunidense se ha tornado más competida de lo que se contemplaba el
miércoles por la tarde. Y yo me sigo preguntando: ¿qué le pasó a Obama?
Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.
Leo Zuckermann es analista político y
académico mexicano.
- 28 de diciembre, 2009
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- 4 de septiembre, 2015
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