Venezuela: un desgaste que no puede tapar la ideología
La elocuencia de la anécdota ilustra sobre de qué se trata hoy Venezuela
. Días atrás y en plena campaña, Hugo Chávez llegó con toda la
escenografía armada y en cadena nacional a un complejo industrial en el
estado de Bolivar, de fiel voto oficialista. Cuando se disponía a hablar
un murmullo comenzó a crecer entre los trabajadores: “contrato,
contrato” repetían como queja y demanda porque muchos de ellos desde hace 30 meses no tienen blanqueados sus empleos.
Pero la protesta excedía aun esa reivindicación. Denunciaron ahí mismo
el colapso de una planta local de tubos de aluminio que el mandatario
elevaba como un éxito de su gestión, y exigieron el despido inmediato
del presidente de Sidor, la empresa que el Estado arrebató al grupo argentino Techint
, nombrado por el gobierno tras echar de mal modo al ejecutivo que los
obreros habían elegido según la fórmula de participación popular que la
retórica oficialista defiende como clave del modelo bolivariano. Chávez
desconcertado comenzó a entonar en el micrófono “lealtad, lealtad …” pero los obreros siguieron gritando y en ese instante se cortó la cadena.
Si la política se arma de señales, hay una multitud para atender en ese
episodio. Pero el dato central quizá sea el que desnuda el agotamiento en las propias filas bolivarianas después de casi 14 años de este experimento . Ese cansancio no surge estrictamente del largo lapso en el poder del teniente coronel paracaidista, sino por los resultados reales del modelo
y no los que consagra el relato. Si se observan números oficiales se
ven esas sombras. Entre 1999 y 2011, en medio de un espectacular boom
petrolero, el ingreso por habitante creció apenas 1,1% anual. Ese escaso
nivel cohabitó con una inflación de 23%, de las más altas en el mundo.
La pobreza cayó, es cierto, pero desde 2007 se estancó
. Este panorama no implica –aunque tampoco lo descarta– que pueda
producirse un cambio de timón mañana. Pero explica la enorme dificultad
que esta vez, al contrario de las anteriores carreras electorales,
desafió al mandatario y con la novedad de encuestas que sugirieron hasta inesperadas paridades.
Por primera vez Chávez tiene enfrente un adversario, Henrique Capriles,
sostenido por un consistente arco opositor y que hace campaña con la
mística que el comandante parece haber perdido en el laberinto de la
economía y por las secuelas de su enfermedad. Esta batalla obligó al
presidente a poner en riesgo su legitimidad utilizando todo el aparato
del Estado, dinero, vehículos, aviones para fortalecer la campaña. La
estrategia que consagró una extraordinaria inequidad entre los dos
postulantes, reveló hasta qué extremo el modelo asume a la democracia como una herramienta utilitaria y maleable.
Ese es el punto que más debería observarse de esta deriva. Se trata de un enorme retroceso respecto a los ideales por los que combatió esta región
durante la larga noche de las dictaduras militares que reprimieron
cualquier visión alternativa. La concepción republicana del Estado no es
un mérito del capitalismo o del imperio, sino un derecho humano básico.
Consiste en brindar espacio al pensamiento disidente. Por el contrario,
la noción de que no deberían existir formas diferentes al criterio
imperante, estimula un integrismo que se vuelve aun más dominante cuando la realidad contradice las ilusiones oficialistas
como sucede con la economía bolivariana. El integrismo chavista,
por cierto, excede las fronteras de ese país. Hay una generación de
liderazgos políticos de auto-caracterización progresista en
buena parte de Sudamérica, nacidos, como en Venezuela, en los escombros
sociales que dejó la era del fanatismo ultraliberal de los ‘90. Pero la
escasa capacidad de cambio y adaptación de estas dirigencias dio paso a formas de autoritarismo y unicato
. Es una mutación impresionante. El poder es asumido como un dogma en
el cual sólo se debe creer sin hacer preguntas. De ahí la furia contra
la prensa indócil.
En una notable exhibición de esa visión
cerrada, Chávez utiliza su apellido como adjetivo de lo bueno. Ya ni
socialista, llama él mismo chavistas como traducción de patriotas a las fuerzas armadas o a sus partidarios
. No se puede, por lo tanto, no ser chavista porque en ese desamparo
sólo queda la antipatria. Esa concepción mesiánica de la realidad es una
llave que todo parece permitirlo. Parte del enorme universo de los
empleados públicos venezolanos han sido obligados a llenar un formulario que deben firmar y agregar la huella digital indicando dónde votarán.
Es muy difícil que en Venezuela se pueda hacer un fraude pero este tipo
de maniobras alimentan la sospecha de que el gobierno pueda indagar,
como alguna vez lo hizo, por quién voto cada uno y eso derive en
sanciones. Es la noción opresiva del panóptico: no importa donde uno
este estará ahí siempre vigilando.
Es notable que a ese armado autocrático se le llame socialismo
. Lo cierto es que cualquiera que gane mañana, deberá lidiar con la
parte peor del legado de estos años de improvisación. La descomposición
es tal que la petrolera Pdvesa, la caja para toda la estructura, ha
perdido eficiencia y además de los incendios en las refinerías, su
producción es muy inferior a los 3,5 millones de barriles/día de hace 14
años.
Hoy apenas son 2,4 millones según cifras de la OPEP .
De esa cantidad, medio millón va al mercado interno venezolano a
valores subsidiados y otro medio millón se distribuye entre naciones
aliadas, particularmente Cuba y Nicaragua, parte del cual acaba en la
reventa. El remanente que se comercializa es poco más de un millón de
barriles, muy poco para sostener el gasto expansivo del Estado .
Eso en parte explica que la deuda externa que era de US$ 37 mil millones
en el 99, hoy se acerque a los US$ 100.000 millones pese a la bonanza. O
que el Banco Central tenga liquidez para un puñado de semanas de
importaciones en un país que no produce ninguno de los alimentos que
consume. Casi como si de lo que se tratara fuese de un colorido y
ruidoso decorado.
Copyright Clarín, 2012.
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