La Guerra de Secesión Americana (II)
Por Alberto Illán Oviedo
(Puede verse también la Parte I)
Un conflicto militar se desarrolla en tres niveles de fronteras
confusas, difíciles de establecer. El nivel táctico es el más intuitivo
para el común de los ciudadanos y al que nos solemos referir en
comentarios improvisados, generalmente referido al intercambio de fuego,
aunque es mucho más amplio. El nivel operacional, que tiene mucho que
ver con el logístico y el movimiento de las tropas, muchas veces se da
por supuesto y, sin embargo, ciertas decisiones en este nivel pueden
determinar el éxito o el fracaso de un choque violento, incluso antes de
comenzar, al colocar los ejércitos en posiciones ventajosas o cortando
el acceso a los suministros del enemigo. El tercero es la estrategia, a
la que en muchos casos se añaden las decisiones políticas. El nivel
estratégico-político establece de alguna manera el contexto en el que se
van a desenvolver los otros niveles, establece los objetivos a
conseguir para alcanzar el triunfo y, de alguna manera, las reglas que
se imponen al conjunto. Para que exista una mayor probabilidad de
victoria, las decisiones en los tres niveles deben ser coherentes y
acertadas, o al menos, más coherentes y acertadas que las del enemigo.
Son esta complejidad y la incertidumbre del resultado las que
invitan a los militares, al menos a los más formados, a no acudir al
enfrentamiento de manera frecuente y, en todo caso, echar mano de la
disuasión. Suele ser frecuente que los políticos tengan poca o nula
experiencia militar, por lo que esta reflexión puede no ser realizada a
tiempo. Teniendo en cuenta la rapidez con la que ambos bandos entraron
en conflicto, no parece que esta preocupación hubiera tenido mucho peso
en el cálculo político de los líderes de Norte y Sur.
Aunque a posteriori es fácil ver por qué se produjo la derrota del
Sur y no la del Norte, había algunos aspectos que tendrían haber hecho a
los políticos sudistas reflexionar, percatarse de que su plan de
secesión era una locura política, pues podía convertirse, como así fue,
en una pesadilla militar. Para que el Sur hubiera tenido la oportunidad
de derrotar al Norte, se tenían que haber dado dos circunstancias, a
saber: que su ejército hubiera conseguido una victoria rápida, en unas
pocas batallas decisivas, y que su Gobierno hubiera obtenido un rápido
reconocimiento internacional, en parte alentado por tales victorias.
Ninguna de las dos se dio.
La planificación de un hecho caótico como es la guerra resulta harto
complicada, y si el tiempo y los recursos son suficientes, suelen
ponerse las cosas en su sitio. Pero lo anterior no implica que no tenga
que haber planes de guerra y preparación para la misma, algo que el Sur
no había hecho. No había realizado acopio de armas ni municiones, no
tenía un ejército formado y preparado, sino una milicia con pocos o
nulos conocimientos militares, no tenía objetivos estratégicos, sólo
improvisación, voluntad política y apoyo popular. Y es que hay que
reconocer que ambos bandos encontraron un más que entusiasta respaldo de
sus ciudadanos, al menos los primeros años de conflicto, lo que es
difícil de entender desde una sociedad como la nuestra.
Para que nos hagamos una idea de esta improvisación, quizá una de las
decisiones más importantes fuese la elección de la capital de los
Estados Confederados en Richmond (Virginia), a unos 160 kilómetros de la
capital federal, Washington, lo que en términos militares de la época
suponía sólo dos días de marcha. Ambas ciudades estaban protegidas por
una densa red fluvial y una gran masa boscosa que las hacía fácilmente
defendibles, pero a su vez, objetivos inevitables para ambos bandos. Una
capital más alejada, situada en una de las dos Carolinas o incluso en
Georgia, podría haber permitido una mayor flexibilidad en el manejo de
los ejércitos y no habría condenado a ambos bandos a situar importantes
ejércitos defendiendo y asaltando ambas ciudades, sobre todo para el
Sur, en una situación demográfica desfavorable.
La planificación del Norte era tan improvisada como la del Sur. Sin
embargo, presentaba una serie de factores que suavizaban estas
carencias. Una capacidad financiera y logística para adquirir armas en
el extranjero, una base demográfica con la que crear grandes ejércitos
en caso de un conflicto prolongado, la capacidad industrial para
satisfacer las demandas de dichos ejércitos, una marina de guerra que
garantizaba el comercio propio y lo negaba al enemigo, una red de
ferrocarriles que favorecía el movimiento de tropas y mercancías por su
propio territorio y que facilitaba así el acceso al del enemigo, y un
reconocimiento diplomático y político del que carecía el Sur.
A pesar de estas ventajas, sus efectos tardarían en hacerse
determinantes, pues también el Sur presentaba las suyas. Éstas eran
básicamente dos; por una parte, en el bando sudista se situaban los
mejores generales tácticos y operacionales de la guerra, Robert E. Lee,
Thomas "Stonewall" Jackson, J. E. B. Stuart, Nathan Bedford Forrest y
Joseph E. Johnston. La labor de éstos y algunos otros oficiales durante
los primeros años de la guerra fue fundamental. A diferencia de Lincoln,
Jefferson Davis no tenía demasiadas dificultades a la hora de buscar
militares que lideraran sus ejércitos. Mientras tanto, en Washington,
congresistas, senadores y otros políticos revoloteaban en torno al
presidente con la intención de conseguir gloria militar para adornar su
carrera política. Fueron éstos y otros militares menos capacitados que
los del Sur los que durante los primeros años de conflicto se
convirtieron en carne de cañón para las tropas sureñas.
El otro factor que jugaba a favor del Sur era la enorme superficie y
accidentada orografía del territorio confederado. Paradójicamente,
Estados Unidos era en esa época un país relativamente desconocido. Para
que nos hagamos una idea, la India estaba mejor cartografiada que los
territorios americanos en aquella época. Los mapas eran un activo
militar valioso que no debía caer en manos del enemigo. Como curiosidad,
la biblioteca de planos que llevaba Ulysses S. Grant a la batalla y que
había ido coleccionando como hobby, era más completa que la que tenía
oficialmente el Gobierno Federal. De hecho, estas distancias fueron
determinantes para que una victoria rápida, elemento esencial para el
Sur, fuera imposible.
Así pues, ambos bandos se enfrentaban a la gran extensión del teatro
de operaciones, de forma que los objetivos estratégicos, cuya toma podía
haber determinado el fin de la guerra, estaban demasiado lejos para que
tanto los ejércitos del Norte como los del Sur llegaran a ellos, pese a
que intentaron una invasión física en varias ocasiones, enfrentándose a
una pesadilla logística. Incluso para el Norte, el Sur tenía pocos
objetivos que pudieran ser considerados verdaderamente estratégicos,
dado el pequeño tamaño de sus ciudades y su escasa importancia relativa.
La Guerra de Secesión americana fue una guerra larga, una contienda
en la que los soldados y oficiales aprendieron a hacer la guerra casi
desde cero, pues tenían poca experiencia militar y desconocían en buena
medida las estrategias y tácticas de los más experimentados ejércitos
europeos. Ambos bandos aprendieron a costa de derramar sangre, y lo
hicieron tan bien que adelantaron algunas de las situaciones a las que
se enfrentarían los ejércitos europeos en la Gran Guerra medio siglo
después. La guerra americana vivió la primera guerra de trincheras, se
usaron por primera vez de manera efectiva submarinos y se construyeron y
se enfrentaron entre sí los precursores de los acorazados, barcos que
decidirían en las siguientes décadas y hasta la aparición de los
portaviones, la guerra en el mar. Se inventaron las primeras minas
terrestres, se usó el primer rifle de repetición, se hizo un uso
extensivo del telégrafo, se utilizaron las líneas ferroviarias para
transportar cantidades hasta ese momento desconocidas de tropas,
mercancías y municiones, así como los globos cautivos para la
observación, y por primera vez, los recursos industriales de uno de los
bandos para mantener el esfuerzo de guerra. Además, en el Norte, se
estandarizó la fabricación de uniformes y botas.
Y una guerra larga e innovadora suele ser una guerra cara. La
financiación de la guerra y sus consecuencias es uno de los principales
retos a los que se enfrentan los líderes durante el conflicto. Si éste
es corto, por lo general no tiene un peso relevante, pero si el
conflicto se alarga, la economía puede ser decisiva en su desarrollo y
desenlace. Y esto es más evidente cuando lo prestado puede y debe ser
devuelto, con sus respectivos intereses. Norte y Sur tuvieron distintos
retos en distintos escenarios.
- 31 de octubre, 2006
- 14 de septiembre, 2015
- 29 de febrero, 2016
- 16 de junio, 2013
Artículo de blog relacionados
El Nuevo Herald José Luis Merino es la cabeza ideológica más notable del...
25 de enero, 2009El Nuevo Herald En realidad constituye una tarea inútil ocultar información en los...
7 de marzo, 2012Por Mario Vargas Llosa La Nación Cuando la senadora Hillary Clinton comprendió que...
25 de mayo, 2008El Expreso de Guayaquil Se extiende el criterio de que, ante la incapacidad...
23 de abril, 2012