La restitución de Hong Kong
Historia – Libertad Digital, Madrid
El 1º de julio de 1997, los británicos descolonizaron Hong Kong y
restituyeron su territorio a China. Lo habitual es interpretar que tal
devolución fue la lógica consecuencia de los cambios en las relaciones
de poder durante el siglo XX. Pero ésa no es toda la verdad.
La colonia de Hong Kong nació a consecuencia de tres tratados. El
primero (1842) y el segundo (1860) fueron fruto de sendas guerras, por
las que el Reino Unido logró la cesión a perpetuidad de la isla de Hong
Kong y la península de Kowloon. En 1898 se firmó un tercer tratado,
mediante el que Pekín cedió a Londres los Nuevos Territorios por 99
años. Los británicos eran en aquella época lo suficientemente poderosos
como para haber podido arrancar una tercera cesión a perpetuidad. No lo
hicieron porque, para preservar la independencia y el prestigio del
Imperio del Centro ante sus súbditos, presionaron al resto de potencias
europeas a fin de que las cesiones territoriales que los chinos les
hicieron durante la segunda mitad del siglo XIX fueran sólo temporales.
La temporalidad implicaba que el emperador conservaba nominalmente la
soberanía sobre los territorios cedidos. Habiendo impuesto este sistema a
los demás, los británicos carecieron de autoridad moral para imponer
una cesión a perpetuidad. Por eso, el tratado de 1898 previó que los
Nuevos Territorios de Hong Kong serían devueltos el 1º de julio de 1997.
Los comunistas y Hong Kong
Naturalmente, los británicos estaban convencidos de que esos 99 años no
eran más que un eufemismo y que la cesión sería tan a perpetuidad como
las anteriores. Pero el imperio británico se fue debilitando y con el
tiempo no fue capaz de preservar la supervivencia del débil imperio
chino. Tras la invasión japonesa, la Segunda Guerra Mundial y una
cruenta guerra civil, en 1949 China pasó de imperio a república popular.
El nuevo emperador rojo se propuso recuperar los territorios que,
habiendo pertenecido al imperio, estaban en manos extrañas por unas u
otras razones (Hong Kong, Macao y Formosa). Pero tendría que hacerlo en
el contexto de la Guerra Fría. Ésta no permitía acciones militares
directas sin riesgo de enfrentamiento general, de modo que se decantó
por una política, frecuente durante toda la Guerra Fría, de subvertir la
estabilidad de Hong Kong respaldando a los comunistas locales.
Las autoridades británicas resistieron los sucesivos embates, pero eran
conscientes de que tarde o temprano tendrían que decidir qué hacer
cuando llegara 1997. La decisión que fuera habría que tomarla con
suficiente antelación, para que la incertidumbre sobre el futuro no
acabara con la próspera economía de la colonia.
La muerte de Mao y la caída de la Banda de los Cuatro dio paso a un
régimen moderado que vio a Hong Kong no sólo como una ignominia, sino
como un activo que podía ayudar y mucho a modernizar la atrasada
economía nacional. Los británicos, por su parte, creyeron ver en el
nuevo régimen y en su moderación una oportunidad para negociar el futuro
de Hong Kong en las condiciones más favorables. Así que fueron éstos
los que tomaron la iniciativa.
La cuestión se planteó por primera vez en Pekín en 1979, durante una
visita del gobernador Murray MacLehose. Éste sabía que China contaba con
la prosperidad y pujanza de Hong Kong para impulsar su propia economía.
El plan de MacLehose consistía en ofrecer tanta ayuda como pudiera dar a
cambio de una extensión del plazo de cesión de los Nuevos Territorios.
La idea del gobernador era que Pekín no podía permitirse el lujo de
convertir Hong Kong al régimen comunista, pues ello daría al traste con
su prosperidad y sus posibilidades de auxiliar a la economía china.
Pero MacLehose no contó con la respuesta de Deng Xiao Ping. Éste vino a
decirle que Hong Kong formaba parte de China y que su restitución
estaba fuera de toda negociación. Ahora bien, y aquí es donde Deng
sorprendió a los ingleses, eso no quitaba para que Hong Kong fuera
especial y que, por ser especial, tendría que continuar durante un
tiempo bastante prolongado disfrutando del sistema capitalista tal y
como venía imperando en la colonia.
Como puede verse, en esa primera respuesta de Deng se encuentra el
núcleo de la solución que los chinos dieron a Hong Kong: una nación, dos
sistemas. No obstante, el presidente chino tuvo que vencer grandes
resistencias dentro del aparato comunista, que con cierta lógica se
oponía a que parte de China fuera rabiosamente capitalista no obstante
estar gobernada por el Partido Comunista. En enero de 1982 Deng había
superado toda oposición.
Los británicos tratan de jugar sus cartas
Mientras, los británicos estaban cada vez más agobiados por el
calendario. La respuesta china les había dejado fuera de juego. Creyeron
que el interés de Pekín en que Hong Kong siguiera siendo capitalista
implicaba necesariamente que ellos tuvieran que seguir administrando la
colonia y nunca pensaron que unos comunistas estuvieran dispuestos a
asumir la contradicción que implicaba mantener un sistema capitalista en
un territorio de su soberanía. Margaret Thatcher llegó a Pekín en
septiembre de 1982 con idea de zanjar la cuestión. El momento era para
ella propicio porque la Gran Bretaña acababa de ganarle a Argentina la
Guerra de las Malvinas, conflicto muy parecido al que podría
desencadenarse si los chinos decidían recuperar la colonia por la
fuerza.
El problema, sin embargo, era que la base de negociación de Londres era
extraordinariamente frágil. Por un lado, Hong Kong, tal y como se había
desarrollado, era indefendible militarmente. Por otro, la total
integración que los Nuevos Territorios tenían con la isla de Hong Kong y
la península de Kowloon impedía devolver en 1997 sólo los Nuevos
Territorios y conservar el resto. De forma que había que lograr una
solución negociada y ésta tenía que ser aplicable a todo Hong Kong.
Con este punto de partida, la Dama de Hierro trató de chalanear
ofreciendo a los chinos lo que en realidad ya tenían a cambio de lo que
no querían dar, esto es, ofreció la devolución de todo Hong Kong,
incluidos los territorios cedidos a perpetuidad, a cambio de retrasarla.
Los chinos no se dejaron embaucar. Afirmaron que los tratados fueron
desiguales y que no se sentían vinculados por ellos. Que Hong Kong
formaba parte de China y su soberanía no estaba en discusión. Lo único
que estaban dispuestos a negociar eran las cuestiones prácticas de cómo
sería la devolución. Deng llegó incluso a decirle muy amablemente a la
primera ministra que estaría encantado de llegar a un acuerdo, pero que,
si se revelaba imposible en el plazo de dos años, daría con una
solución unilateral al problema. Thatcher sabía que, igual que podía
ganar en las Malvinas, como de hecho ganó, no podía hacerlo en Hong
Kong.
Las negociaciones se estancaron. Mientras, en Pekín se dedicaron a
hacer las reformas constitucionales necesarias para que la idea una
nación, dos sistemas encajara en el edificio jurídico de la República
Popular de China. Se dio nueva redacción al artículo 31, donde se previó
la existencia de regiones administradas especialmente. A Deng le
interesaba sobremanera demostrar la capacidad del régimen para someter a
su soberanía una región con sistema capitalista, lo que le serviría de
ejemplo ante sus compatriotas de Taiwán. Luego, el artículo 31 sirvió
también de instrumento para la devolución de Macao.
Corría el tiempo y los chinos no daban su brazo a torcer. La economía
de Hong Kong se iba degradando conforme aumentaba la incertidumbre sobre
su futuro. Finalmente, en julio de 1983, transcurrido casi un año desde
su visita a Pekín, la Dama de Hierro cedió mediante una carta dirigida
al premier chino. Allí escribió que recomendaría al Parlamento
británico la devolución de todo Hong Kong en 1997 si era eso lo que
deseaban sus habitantes.
La Declaración Conjunta
Nada se preguntó a los ciudadanos de la colonia. A partir de ese
momento las negociaciones se centraron en las cuestiones prácticas. Los
británicos se pusieron como misión lograr preservar la economía de la
colonia. Y, curiosamente, los chinos también, pues eran los primeros
interesados en que tal fuente de riqueza permaneciera intacta hasta el
momento de apropiarse de ella. De forma que la negociación se prolongó
no por la colisión de intereses contrapuestos, sino por desconfianza.
Pekín temía que Londres dañara intencionadamente la economía de la
colonia durante el período de transición, y los británicos querían
asegurarse de que los chinos no la destrozarían cuando fueran sus
responsables. Ni chinos ni británicos tenían tales intenciones, pero
cada cual dudaba de las del otro.
Finalmente, el 26 de septiembre de 1984, a punto de expirar el plazo
que se había dado Deng Xiao Ping, chinos y británicos hicieron pública
una declaración conjunta que fijaba el futuro de Hong Kong. Allí se
decía que, el 1º de julio de 1997, China recuperaría la soberanía sobre
todos los territorios que integraban la colonia de Hong Kong. Hasta
entonces, el Reino Unido, como administrador, se comprometía a preservar
su prosperidad económica, a lo que la República Popular de China
colaboraría en lo que le cupiera. En un anexo se especificó cuál sería
el régimen de Hong Kong una vez cayera bajo la férula de Pekín: sería
una región administrada especialmente; tendría un amplio autogobierno,
excepción hecha de relaciones exteriores y defensa; el Gobierno estaría
en manos de autoridades locales nombradas por Pekín pero teniendo en
cuenta los resultados de las elecciones que regularmente se celebrarían;
y conservaría su estatuto económico. Todo esto estaría recogido en una
Ley Básica que el Parlamento chino aprobaría.
Llegada la fecha, se produjo el traspaso, y cabe decir que ambas
partes, chinos y británicos, cumplieron poco más o menos con lo pactado y
superaron de mejor o peor grado las dificultades que surgieron.
Sigue no obstante en el aire la pregunta clave. ¿Qué fue lo crucial en
la descolonización de Hong Kong, la temporalidad de la cesión de los
Nuevos Territorios o el abrumador poderío militar adquirido por China
durante el siglo XX? Dicho de otra manera: si la cesión de los Nuevos
Territorios hubiera sido a perpetuidad, ¿habría el Reino Unido devuelto
Hong Kong, u hoy continuaría éste siendo una colonia británica? No es
fácil contestar. En todo caso, los dos factores, la fecha de devolución
pactada y el poderío chino, desempeñaron un papel. Si la China de 1982
hubiera sido tan débil como la de la segunda mitad del siglo XIX, es
seguro que los ingleses habrían sido capaces de arrancarle cuando menos
una prórroga de la cesión. Pero no lo es menos que si la cesión de los
Nuevos Territorios lo hubiera sido a perpetuidad, los británicos se las
habrían tenido tiesas con los chinos si éstos se hubieran empeñado en
una restitución no prevista por los tratados.
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