El Salvador: Marea baja
Hay un aspecto en el que las crisis como la que está viviendo el país se parecen al mar cuando está en marea baja. Cuando ésta baja se ve la arena, se ven las piedras y se ven las rocas firmes que antes no se veían debajo de la aparente uniformidad del agua. Las crisis también se parecen a las canchas de tenis, en las que hay una línea en medio que separa, sin ambigüedades, a los de un bando de los del otro.
Al apartarse el agua en esta crisis se han visto la gran variedad y la alta calidad de los que están dispuestos a pararse para defender la Constitución y, a través de ella, la incipiente democracia del país. Todos sabemos que esta democracia todavía es muy imperfecta y que lleva las cargas de violaciones pasadas. Pero también todos estamos claros de que el progreso hacia una democracia desarrollada requiere que haya un momento en el que digamos "Esto no lo vamos a permitir más", y todos sabemos que ese momento ha llegado con el desacato de los partidos que controlan la Asamblea Nacional a varias sentencia de la Sala de lo Constitucional.
Esta realización, producto de muchas frustraciones acumuladas, se ha afincado en muchas personas que hasta este momento se habían considerado muy diferentes entre sí y que jamás soñaron que se encontrarían defendiendo un ideal común. Personas de izquierda y de derecha, abogados de alcurnia que muchos de los primeros creyeron incapaces de defender un ideal, abogados rebeldes que muchos de los segundos pensaron que sólo querían destruir las bases institucionales de la democracia, periodistas de distintas tendencias, gentes de distintas preferencias que se han detestado por la mayor parte de sus vidas adultas, se han encontrado en el mismo campo, luchando por la misma causa, rompiendo el molde mental que habían tenido siempre de que, si alguna vez se encontraban en una lucha fundamental, estarían en campos opuestos. Y, al retirarse la marea, se han encontrado en el mismo campo.
No es que hayan corrido los unos a los otros para abrazarse y formar un frente común. En un país en el que se peleó una guerra civil y luego muchos años de una política extremadamente polarizada, hay muchos malentendidos, muchos rencores, muchas desconfianzas, muchas cosas, reales e imaginarias, que separan a las gentes que están ahora, quieran o no quieran, formando un frente común.
Hay tres puntos en los que debemos reflexionar en estas circunstancias. Primero, que es hora de redefinir los elementos fundamentales que definen los campos ideológicos que se enfrentan para determinar el futuro de este país. Una persona de izquierda democrática está más cerca de una de derecha democrática que de una que crea en imponer sus ideas al resto de la sociedad, sean éstas de izquierda o de derecha. Esto es muy diferente de cómo se veían las cosas durante los últimos cuarenta años.
Segundo, es hora de darse cuenta de que el asalto a la institucionalidad del país y a nuestras libertades fundamentales está conduciendo a El Salvador por un camino que sólo puede llevarnos a una tiranía peor que cualquiera de las que hemos tenido.
Tercero, que esta amenaza puede vencerse fácilmente si nos unimos todos los que creemos en la democracia. Somos muchos más, mucho más capaces, mucho más competentes. Todos somos civilizados y podemos competir con ideas diferentes sobre la conducción del país- siempre que vivamos en un ambiente democrático y respetuoso de los derechos ciudadanos. Lo único que nos separa de apartar la amenaza actual y formar las bases de un firme desarrollo democrático lo tenemos dentro de nosotros-esa resistencia a aceptar que en el fondo hemos estado de acuerdo en los puntos más fundamentales con gente que siempre hemos considerado enemigos. En el fondo, tenemos que decidir si vamos a sacrificar un futuro promisorio a los rencores de un pasado que ya no podemos cambiar.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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