El Salvador: ¿Cómo llegamos aquí?
El problema que el pueblo salvadoreño está confrontando como consecuencia de la rebelión de la cúpula del FMLN y sus satélites contra la Constitución es similar al que confronta el dueño de una propiedad al encontrarse con que los sirvientes se han tomado la casa y los terrenos y pretenden esclavizar a los verdaderos propietarios. Es un problema de usurpación del poder.
El evento ha causado gran shock entre la élite del país, tanto de izquierda como de derecha, generando grandes protestas y propuestas de solución al problema. Una de las propuestas que más se oyen es que haya una negociación, esa palabra mágica que da al que la pronuncia la sensación de ser civilizado y razonable. Pero en la mayor parte de los casos la sugerencia no define con precisión qué negociación se está recomendando, y hay diferencias enormes entre los tipos de negociación que se pueden dar. Unas llevan a la civilización, otras al caos y de allí a la tiranía.
La primera manera de entender negociación es que los diputados rebeldes se echen para atrás en su insubordinación y acepten la sentencia de la Sala de lo Constitucional, abriendo así la puerta para que todos los partidos políticos negocien los nuevos nombramientos de la Corte Suprema de Justicia, que son necesarios para cumplir con dicha sentencia. El usar la palabra negociación en este sentido es absolutamente legítimo. La segunda manera es sugerir que los diputados y la Sala de lo Constitucional lleguen a un acuerdo para modificar las sentencias de una manera que satisfaga a ambas partes. La negociación entendida de esta manera es ilegítima e inaceptable.
Hay expertos políticos que aturran la cara ante las negativas a negociar la justicia, calificándolas de faltas de realismo, apoyándose en la idea de que en el país siempre se ha negociado todo. No hay duda de que estos expertos tienen razón en términos acomodaticios. Pero es debido a que las cosas han sido siempre así, que somos un pueblo subdesarrollado, con instituciones frágiles y falta de seguridad jurídica. Es por haber negociado la justicia que llegamos a donde estamos.
Hay gente que se confunde con esto. Pareciera natural pensar que es de moderados negociar cualquier cosa, y que el negociarla lleva a la moderación en la sociedad. La realidad, sin embargo, es todo lo contrario. El negociar la justicia equivale a convertir en arena las bases fundamentales del orden social, invitando así al caos, que es el mejor caldo de cultivo para el extremismo y las tiranías. No hay nada que la gente tema más que el caos social. Lo teme a tal punto que cuando el orden desaparece la mayor parte de la gente prefiere sacrificar su libertad y todo lo que tiene con tal de no estar sujeta a vaivenes arbitrarios e impredecibles. Esa es la oportunidad para los tiranos.
Si queremos desarrollarnos tenemos que cambiar lo que hacemos, y nada hay más fundamentalmente equivocado en lo que hacemos que esta negociación de la justicia. Tenemos que apartar a los que nos aconsejan qué es lo que hay que hacer, dándonos cuenta de que siguiendo sus consejos hemos llegado a donde estamos, y que si los seguimos siguiendo no hay límite a la profundidad a la que vamos a caer.
El sugerir que la justicia debe negociarse no es signo de sabiduría, sino de la magnitud de la corrupción que el vivir por tanto tiempo en un mundo de mentiras ha infligido en nuestra mentalidad y en nuestra manera de vivir. Tenemos que entender que la solución a la usurpación del poder del pueblo por un grupo de políticos no es negociar para que sólo sea media usurpación (en cada negociación el grupo ganaría la mitad de lo que quedaría de la anterior), sino aplicar la ley para que el poder revierta íntegramente al pueblo. La soberanía y la justicia son indivisibles.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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