¿Celulares contra la inteligencia?
Daba un poco de impresión: la damita -alta, linda, elegante- bajaba las largas escaleras de la facultad de Derecho, que dan a Libertador, casi a los saltos, mientras tecleaba su celular , los ojos fijos en la pantallita.
En cambio, ver a los jóvenes y no tanto caminar o hasta manejar mientras teclean no impresiona: ya es parte del paisaje urbano.
El domingo Clarín publicó una nota del lúcido filósofo y escritor español Fernando Savater en que la apuntaba contra la progresiva extinción de una cualidad. “ Sin atención nadie puede aprender , ni comprender las razones de los otros, ni disfrutar de la belleza de la naturaleza o del arte, ni enamorarse, ni participar en la mejora de la sociedad”.
“En las aulas, el profesor tiene que aceptar l a competencia de Twitter, mensajes y videojuegos mientras imparte su lección”, agregaba.
¿Ni tanto, ni tan poco? ¿Y el justo medio aristotélico? No parece mal que quienes ejercemos la docencia suframos competencia electrónica. Nuestra función también consiste en interesar, persuadir, apasionar. Que tengamos que demostrar que la aventura de saber es más excitante y embriagadora que jugar al Angry Birs o chatear con un amigo no debería suponer un desafío mayúsculo para quien intenta operar una transmisión.
Y si hay alumnos que van a la facultad a pasarse mensajitos o a chusmear no es problema del profesor sino una decisión soberana de ellos sobre el empleo de su tiempo.
Pero quizá, en esta época hipercomunicada, haya dado luz a otro tipo de atención. Aquella que permite abordar varias actividades al mismo tiempo y que no pocas personas han desarrollado desde siempre.
Nadie ha podido determinar que los chicos de hoy muestren menor nivel intelectua l por su fervor por el celular o su adicción a la TV.
¿Quién concluyó en que la concentración sea una de las formas de la inteligencia? Seguramente no el poeta Fernando Pessoa, que escribió: “sentir es estar distraído”.
Lo cierto es que cuanto más mayores nos hacemos tendemos a caer en la superstición del pasado, tan dañina como la de lo nuevo. Al fin y al cabo, la biología nos acosa y castiga, y no los hábitos de los jóvenes.
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