Cuidado con el populismo
El populismo es un término que lleva de moda decenas de décadas en Latinoamérica. En eventos públicos y en discusiones privadas, es un concepto ocupado a menudo y muy a la ligera. El problema es que si el concepto se utiliza de forma holgada, similar al uso generalizado de la izquierda y la derecha, el populismo termina equivalente a todo, y a nada. Por ello es imprescindible tener cuidado al emplearlo.
El que un político prometa solucionar los problemas de la población, así como también bajarles la luna y las estrellas, para después de ser electo no hacerlo, no es populismo propiamente. Si lo fuera, todos los políticos del planeta serían populistas. El que un político sea campechano tampoco lo hace automáticamente populista. Un estilo de gobernar carismático es uno de los elementos, pero no lo es todo. El populismo tampoco es exclusivo de los líderes anti-imperialistas como Hugo Chávez, porque han sido electos líderes populistas pro-sistema, pro-Estados Unidos y pro-neoliberalismo.
Muchos académicos han hecho lo suyo para enriquecer el estudio del populismo. Un buen inicio es determinar la definición mínima. Populus es la derivación etimológica de populismo y connota un grado importante de afinidad con la gente y de contacto con las masas. Esto está íntimamente relacionado con el carisma del líder y su particular estilo de gobernar. El problema de esta definición es que no explica el tipo de base social que sustenta al populista y el modelo de políticas y el estilo organizacional que adopta. Aunque los expertos están de acuerdo que el populismo no puede ser menos que esta interpretación, también señalan que la explicación debe ser más completa.
La definición clásica de populismo cubre además del elemento de un líder carismático, temas políticamente estratégicos como el tipo de organización, la ideología y la agenda programática. Esta caracterización es comúnmente asociada con los presidentes Cuauhtémoc Cárdenas, Getulio Vargas y Juan Perón. La teoría clásica indica que el movimiento, líder o régimen populista tiene que contar con una base de sustentación conformada por diversas clases sociales, como la trabajadora y el campesinado. Según politólogos como Torcuato Di Tella, la base de sustento no es autónoma y por tanto es más propensa a responder y seguir la directriz del líder. Otro componente de la definición es la ideología basada en un discurso dicótomo de nosotros contra ellos y una agenda programática cuyo corazón es la justicia social y el nacionalismo. El nacionalismo es obvio, por ejemplo, en el discurso de Cárdenas durante el periodo de la nacionalización del petróleo en México en 1938.
A veces es más fácil exponer lo que el populismo no es que lo que es. Analicemos la definición mínima y la clásica de populismo con el ejemplo del actual presidente de El Salvador Mauricio Funes. En cuanto a la primera, el mandatario salvadoreño pasa más tiempo tras bambalinas que dando la cara carismáticamente en público para intentar forjar un lazo o cierta afinidad con el "populus". La comparación con la definición clásica es aún más interesante. El mandatario salvadoreño no tiene partido, mucho menos un movimiento. Si bien su agenda programática –en papel– se concentra en la justicia social, la inclusión social y la equidad, su ideología aparentemente social demócrata no es de una dicotomía tan marcada como la de Vargas, Perón e inclusive Chávez, Morales, Correa y Ortega. Por lo tanto, una primera apreciación indica que Funes no es populista. Una segunda apreciación indica que si bien se dice que el populismo es malo, su ausencia tampoco es garantía de lo bueno.
No existe un único modelo de populismo. De hecho existen otros tipos como por ejemplo: el "populismo económico", según descrito por Sebastian Edwards y Rudiger Dornbusch; el neopopulismo particular de los líderes populistas neoliberales como Carlos Menem, y el recientemente bautizado "populismo revolucionario" de Hugo Chávez, que es similar al clásico pero discrepa en optar por revolución en lugar de reformas para lograr cambios.
A pesar de la persistencia del populismo en la región desde el Siglo XX a la fecha, existen variantes. La diversidad de populis- mos –el clásico, el neo, el económico y el revolucionario— es prueba que el concepto es flexible. Por la complejidad inherente en la definición del fenómeno, no es correcto encapsular precipitadamente en esta categoría a cualquier gobernante que invierta fuertemente en políticas sociales, o a cualquier político que se refiera excesivamente a Dios y/o a los pobres y a las clases oprimidas en su intento por sellar una conexión políticamente conveniente y duradera con el pueblo. Cuidado con el uso excesivo y generalizado del concepto del populismo. Aunque esté de moda, es mejor utilizarlo a discreción.
La autora es columnista de El Diario de Hoy.
- 23 de enero, 2009
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