El virus griego
Libertad Digital, Madrid
Tampoco eso que dicen 15-M resulta ajeno a los muchos, demasiados, inquietantes rasgos de la Europa de los treinta que hoy vuelven a infestar la escena continental. Acción sin pensamiento, el requisito esencial de toda performance mediática, las telegénicas brasas que ahora se aventan reproducen dos ingredientes básicos de los movimientos antiliberales y antidemocráticos de entreguerras. Por un lado, el juvenilismo, la pueril vitalidad de la inmadurez tan celebrada siempre por fascistas y comunistas. Por el otro, la sentimentalización de la política, la huida de la razón en pos del escapismo romántico. Las llamas tintineantes de los mecheros a media noche como tosco sucedáneo estético de un ignoto discurso cívico.
Un tercer rasgo, la inmensa empanada mental de sus protagonistas, asimismo retrotrae a aquella abigarrada confusión de entonces, cuando extrema derecha y extrema izquierda clamaban al alimón su común condena al orden capitalista. Repárese al respecto en que las consignas anti-sistema del 15-M podrían ser suscritas por un demagogo populista de cualquier pelaje. Desde el repudio de los rescates bancarios hasta la deslegitimación tácita del sufragio universal. A fin de cuentas, tras la ubicua pancarta del "no nos representan" igual desfilarían, y sin cautela ninguna, tanto Lenin como Le Pen.
Identificar los problemas de mucha gente y, acto seguido, postular soluciones fáciles de entender pero imposibles de aplicar. He ahí el modus operandi común a todos los agitadores, demagogos y charlatanes populistas que en el mundo han sido. Como las votaciones a mano alzada en vociferante, intimidatoria asamblea, nada más ajeno al espíritu de esa democracia real que se dice vindicar. En otro orden de perplejidades, que el revival ha fracasado oigo sentenciar con cándida alegría. Craso error. Muy al contrario, lo en verdad nocivo del 15-M es que ha triunfado incluso extramuros de sus etéreas lindes ideológicas. Si no en las calles, sí en las percepciones. El descrédito popular de la política democrática es aquí parejo al clima de nihilismo que franqueó el paso a los totalitarismos de cuando entonces. Y ello pese a que aún operan los cortafuegos del Estado del bienestar que, mal que bien, evitan una fractura civil. Nadie se llame a engaño, el virus griego hace tiempo que se incuba en la península. Acaso nada más hayamos visto el principio. Solo eso.
- 23 de enero, 2009
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