Repsol no es inocente, es cómplice
La prepotente expropiación, por parte del Estado argentino, del paquete controlante que la petrolera española Repsol tenía en YPF, pone en el radar la importancia que tienen las formas en el mundo civilizado.
Permite, asimismo, reflexionar sobre la lamentable confusión, sembrada por gobernantes populistas, existente en nuestros barrios latinoamericanos entre los conceptos de Nación, de Estado y de Gobierno.
Sobre el primer punto, cabe recordar que la expropiación está aceptada por el derecho público en cualquier democracia moderna. Lo inaceptable, y lo nefasto para los intereses de una Nación, es que el Estado expropie mal. De cualquier forma, negando culpas propias. A los gritos. Y al margen de procedimientos serios.
Vamos a los hechos. Hace dos décadas el Estado argentino privatizó YPF, la "petrolera de bandera" (¡?) (la sigla proviene de Yacimientos Petrolíferos Fiscales), la empresa más grande de Argentina. Era, quizás, la única petrolera del mundo que daba pérdidas: con sus ingresos subsidiaba el gasto público. En una escala mucho mayor, similar a lo que desde hace años ocurre en El Salvador con la CEL.
Repsol fue tomando el control accionario de YPF hasta llegar a ser mayoritaria. Entró, entonces, en complicidad con los gobernantes argentinos para acomodarse al calor del poder.
El de Repsol, por cierto, no fue el mejor ejemplo de privatización en un país latinoamericano: sus ejecutivos aceptaron dócilmente presiones gubernamentales para incorporar a un socio local, la familia Eskenazi, de nulos antecedentes en el negocio del petróleo. Y que hizo nula aportación de capital. La bendición de los Kirchner era su capital. Capitalismo de amigos.
El presidente de Repsol, Antonio Brufau, pretendió justificar su claudicación a tales presiones gubernamentales con un desafortunado argumento: que los Eskenazi eran "expertos en mercados regulados"…, léase expertos en lobby.
Lo que siguió fue la crónica de un vaciamiento anunciado: distribución de dividendos muy superiores a las ganancias…, para que Repsol pudiera cobrarle a los amigos de Kirchner los aportes de capital pendientes. Esa distribución inflada, obviamente, redujo el programa de inversiones de YPF. De paso, Repsol recuperaba su dinero aceleradamente. Fraude redondo.
Todo se agravó, además, por los controles de precios establecidos por el Gobierno argentino, que desincentivaron la producción: ¿para qué producir gas natural si debe venderse a US$ 2 por millón de BTU, cuando el mercado internacional lo paga cinco veces más caro? Era preferible guardarlo.
Brufau probablemente debiera estar preso en Buenos Aires. O quedar preso al bajar del avión en Madrid. No irá preso en ninguna parte. El Gobierno español, equivocadamente, muestra a Repsol como víctima, cuando siempre fue cómplice. Repsol obró muy mal, pero es su problema. La ley debiera castigarlo.
El problema de Argentina, y esto le cabe a cualquier país latinoamericano, es el camino absolutamente perjudicial tomado por su Gobierno: no se puede expropiar tan torpemente. La Nación argentina terminará, como siempre, pagando los platos rotos.
Finalmente, sobre la diferencia entre Nación, Estado y Gobierno, cabe destacar que las naciones existen y los estados se crean. Primera diferencia, fundamental.
Las naciones se componen de tradiciones, valores y creencias comunes. Nada menos. Es de patriotas respetarlas.
Los estados son figuras jurídicas creadas para facilitar la interrelación humana, actuando como árbitro imparcial en disputas, oficiando de recaudador y tesorero de cuentas públicas, y haciendo respetar el orden jurídico en su territorio. Para ello tiene el monopolio del uso de la fuerza. Es un instrumento que permite la convivencia civilizada en un territorio. Nada más. Es de esclavos sacralizarlo.
Los gobiernos, finalmente, constituyen apenas la administración temporal de los intereses del Estado. Su forma de elección varía según los países. La evolución ha demostrado, como afirmó Churchill, que la democracia es "el menos malo de todos los métodos conocidos".
Y siempre hay que prepararse para rechazar las tentaciones totalitarias que invaden a los circunstancialmente favorecidos por las urnas…, recordándoles una sentencia de Borges: "la ética no es una rama de las estadísticas".
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
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- 8 de junio, 2012
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