El socialismo bolivariano: ¿depredador?
El viernes de la pasada semana, Caracas se convirtió en una especie de estacionamiento público. Más de un compromiso debió cancelarse o postergar su inicio por el retardo de los asistentes. El origen de tal calamidad era la celebración que los partidarios del régimen hicieron de los acontecimientos de abril del 2002. Si tal celebración estaba justificada, no es asunto que me ocupe en este momento, pues los acontecimientos más esclarecedores de esa infausta fecha aún se desconocen y cualquier cosa que aluda a ellos corre el riesgo de transformarse en un ejercicio de retrospección especulativa. Lo que quisiera destacar del aludido viernes es lo que significa para el régimen el trabajo productivo.
Yo sufrí el embotellamiento en la Cota Mil, flanqueado por sendos autobuses que transportaban empleados de Pdvsa. Ese personal, procedente de Anaco, no vino a Caracas a inspeccionar oleoductos, ni a inyectar gas en los pozos, ¡no! Vino, una vez más, a hacer bulto en la concentración oficialista.
La lectura es muy sencilla. En vez de estar en sus puestos de trabajo, contribuyendo con la productividad y el crecimiento del país, estos empleados públicos se encontraban en una manifestación que no se podía medir en resultados operacionales y quizás tampoco en votos socialistas. Lo lamentable de esta práctica es que se desvirtúa la naturaleza del trabajo y se conforma una ideología de la improductividad.
Hay muchas maneras de destruir al país, una de las más eficientes es acabando con el capital humano y las instituciones en las que estos se desempeñan. Esta es una tarea que las guerras civiles hacen con gran eficiencia. Estoy persuadido que la revolución bolivariana es una especie de guerra civil en la medida que un grupo de venezolanos liderados por HCF tienen como cometido pulverizar a los otros venezolanos, en una contienda muy desigual, pues mientras en un grupo se esgrimen las armas de la paz, en el otro se arma a los que estaban en paz.
Esta destrucción abarca la aniquilación de las elites políticas, empresariales y sindicales y se complementa con la sustitución de las instituciones tradicionales por nuevas organizaciones y un nuevo capital humano socialista, que no privilegia ni la productividad, ni el valor del trabajo y mucho menos los resultados incrementales de una gestión. Como resultado, el capital humano excluido migra hacia otros países donde contribuye decididamente a su crecimiento.
Para construir y destruir también, hace falta un líder con capacidad innovadora, que piense diferente para crear algo nuevo de manera intencional y, por supuesto, hacerlo realidad. Para muestra las misiones, diseñadas por HCF para acabar con la burocracia pública tradicional y con la aparente finalidad de incluir a los pobres. En la práctica no hay evidencias que los subsidios misioneros hayan cerrado la brecha que se propusieron. Lo que no se puede discutir, es que estos ciudadanos se alejan cada vez más de las bondades vinculadas con el trabajo productivo y la tarea bien hecha.
La innovación socialista se agota una vez que se acaba con lo existente, a partir de allí la sociedad socialista no admitirá mejoras, ni modernizaciones y los ciudadanos serán socializados para fortalecer la sumisión.
La sociedad socialista no tiene capacidad para crecer e integrarse en procesos de modernización porque no tiene capital humano para tal finalidad. ¡Este es el más perverso de los objetivos del socialismo bolivariano!
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