El cóndor
¡Vaya un pajarraco! El cóndor al levantar el vuelo lo hace para, desde la cima de los cielos andinos de América, buscar algún bicho muerto que comer. Un buitre. El más grande de los buitres. Un ave de rapiña. De lejos majestuoso, de cerca aterrador, sobre todo por su cabeza roja -rojita- y su tamaño desproporcionado para un animal que pretende estar por encima de todo lo demás, esperando al moribundo para destriparlo. Una vez que encuentra a la bestia muerta que se va a zampar, no deja los cielos de inmediato para comer. Se queda dándole una y otra vuelta, como si estuviera hablando por horas, y dale que te dale, sin descuidar nunca lo que será su alimento. También puede posarse sobre algún pico, silla, o similar, a observar a sus futuras presas. Es después de dos días que se acerca, y con su pico rapaz engulle de lo que la muerte dejó.
Simbología esencial de Suramérica, gústele a quien le guste. Con su cabezota en la que crecen los pliegos y pellejos mientras más viejo se hace, difícilmente pasa desapercibido. La zarzuela boliviana que inspiró a Paul Simon en los 70 es prueba de ello. ¿Será verdad que el cóndor pasa? Veremos. Pavosa como todas las canciones de alabanza. La reverencia mitológica incaica por el cóndor lo hizo inmortal. Según ellos el animal al sentir que comienza a envejecer, busca el pico más alto del páramo, y se enrolla en sí mismo para dejarse caer al fondo del valle estrepitosamente. Una muerte simbólica, porque para ellos así el cóndor regresa al nido y a la montaña, renaciendo en una nueva vida. Como el fénix, pero andino. Pero más allá de tanto misticismo, lo importante es recordar siempre que cuando el cóndor alza vuelo, es porque por allí huele a podrido, y que mientras más alto dice que vuela, más duro se cae.
El problema, sin embargo, ya no es tanto el cóndor, que tan poco se le ve porque por Caracas nunca pasa. El problema son más bien los zamuros, que como aves de rapiña también, pero más pequeñas, esperan las sobras de mortandad invadiendo el espacio caraqueño y nacional. Profético Camilo Pino, y si no me creen lean su novela Valle Zamuro. Porque el exceso de estos cuervos criollos no es nuevo, y porque dará igual si el cóndor pasa o no pasa, o si el que toca es Simon o es Garfunkel. El rollo es que hay demasiadas bestias rapaces. Se les vio revolviendo porquería en Cotiza; haciendo desastres en el 23 de Enero; rapiñando por La Florida escoltados por buitres en vehículos de lujo. Terror que quizás apenas empieza, o quizás apenas se acaba. Porque para seguir revoloteando tiene que haber carroña, y de esa cada vez hay menos. Por eso el cóndor ya ni en pico se posa.
El terror de los pájaros ya lo puso en la pantalla Hitchcock y lo hizo poesía Poe, sin haberse ellos enterado del zamureo nacional. Por fortuna por allí hay otro pájaro de mejor agüero. Vuela en la punta de la formación de la bandada, alejando a los buenos pájaros de la mortandad y pudrición de la que los zamuros y carroñeros se alimentan. Pero lo importante es que no se la pase volando, sino que ponga bien los pies en la tierra, porque los buitres no perdonan al que se atonta. Y es que es cuestión ornitológica de toda la vida: más vale pajarraco en mano, que cien volando. Porque aunque a la garza (o garzón) de los llanos no la dejen juzgar más a carroñeros, lo cierto es que pase lo que pase, cóndor pasa, al pasado.
- 23 de enero, 2009
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