La impostura del populismo
El Deber, Santa Cruz
La tragedia ocasionada por el choque de un tren en la estación de Once, con el saldo de cincuenta y un muertos y mas de setecientos heridos, ha despertado una honda indignación en la hermana Republica Argentina y un amplio debate sobre la responsabilidad del gobierno de esa nación por la permisividad frente a la empresa concesionaria, propiedad de empresarios afines al oficialismo, que reciben generosos subsidios estatales para la operación de un servicio publico en el cual no invierten desde hace varios años, frente al silencio cómplice de las autoridades.
Esta responsabilidad es aun mayor porque la Auditoria General de la Nación había advertido en informes presentados en años anteriores que la falta de mantenimiento en la red ferroviaria y en maquinas y vagones, significaba un grave riesgo para los usuarios por crear las condiciones para que se sucedan graves accidentes como el que se acaba de sufrir. Las autoridades no solo no tomaron medidas preventivas sino que siguieron transfiriendo los subsidios sin control. Peor aun, la reacción después del accidente ha sido notoriamente insensible y, en cierta medida, protectora de los concesionarios. Una gran diferencia de como el gobierno trata a otras empresas que considera opositoras a su proyecto de poder, como los reconocidos periódicos La Nación y Clarín.
Esta tragedia nos muestra la constante y vergonzosa realidad del populismo. Sube en nombre de los pobres, pero rápidamente degenera y solo sirve a los intereses de poder y dinero de sus propios militantes. La corrupción empobrece aun más a quienes esperanzados los llevaron al poder y enriquece a políticos y falsos empresarios, que rápidamente se favorecen con negocios vinculados al Estado. Surgen nuevas empresas y supuestos exitosos y prósperos hombres de negocio. En realidad, es el drama permanente de la principal causa de la pobreza latinoamericana, la perversión de la política y la destrucción de la economía basada en la competencia y en la eficiencia.
También, es la muestra de las consecuencias que sufren las sociedades gobernadas por autoridades que abandonan la gestión pública para simplemente dedicarse a concentrar el poder y beneficiarse del mismo. El horizonte deja de ser el bienestar social o la prosperidad ciudadana y se confunde con el interés y la ambición del gobernante y su entorno.
El populismo no tiene ideologías. No es socialismo ni capitalismo. No es de izquierda ni de derecha. No es solidario ni sirve a los mas necesitados. Solo los utiliza y manipula para perpetuarse en el poder. Pierde la sensibilidad más elemental frente a los problemas diarios que enfrenta el ciudadano común. Sin embargo, es una realidad que vuelve una y otra vez por la incapacidad de quienes creemos en la libertad y la democracia de construir sociedades con instituciones que ofrezcan oportunidades, respeto y prosperidad a todos sus miembros. Esa es la principal lección que debemos obtener si queremos superar el círculo vicioso de corrupción e inseguridad que nos aleja del desarrollo.
El autor fue presidente del Senado Nacional de Bolivia.
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