Guerra si nos equivocamos
Primero la disculpa: los periodistas nos equivocamos terriblemente en la guerra de Estados Unidos contra Irak. Dejamos que el presidente George W. Bush se inventara unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron. Y ahora la advertencia: no dejemos que nos pase lo mismo con Irán. Si nos volvemos a equivocar, habrá guerra.
Oponerse a una guerra no es fácil. En marzo del 2003 los tambores guerreros retumbaban en todo Washington. Siete de cada 10 norteamericanos, según las encuestas, apoyaban un ataque contra el régimen de Saddam Hussein. Los periodistas en Estados Unidos que resaltaban que Irak no era una amenaza inmediata eran acusados de traidores y antipatriotas. Pero después de los bombardeos, miles de muertos y billones de dólares de gastos, la conclusión es ineludible: los periodistas debimos haber gritado más fuerte.
Bush se inventó esa guerra. Saddam Hussein no era un santo. Pero no tuvo nada que ver con los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, no tenía armas de destrucción masiva ni era una amenaza inminente para Estados Unidos. Y quizás hubiera sido derrocado en una primavera árabe con menos iraquíes muertos que en la guerra. (Hasta el momento han muerto al menos 105 mil civiles en Irak, según www.iraqbodycount.com)
Con Irán se está repitiendo el ambiente de guerra que precedió al conflicto contra Irak. Los candidatos republicanos a la presidencia amenazan con atacar Irán si el régimen de los ayatolas decide construir armas nucleares. Comentaristas y expertos guerreristas discuten en los canales de televisión por cable cómo y dónde realizar los primeros bombardeos. Pero la realidad es que, hasta el momento, no hay ninguna prueba de que Irán esté construyendo armas nucleares.
El diario The New York Times reportó recientemente que las 16 agencias de espionaje de Estados Unidos coinciden en que Irán sí quiere un programa nuclear pero que aún no ha decidido construir armas atómicas. (Aquí está el reporte: https://nyti.ms/yINlHb ) Este consenso de que Irán no es una amenaza todavía coincide con un informe del 2007 (que concluyó que Irán detuvo su programa de armas nucleares en el 2003).
La realidad es esta: hoy Irán no tiene armas nucleares y, por lo tanto, no hay motivos para iniciar una guerra. Pero también es importantísimo decir una cosa: no se puede permitir que Irán construya armas nucleares hasta que reconozca la existencia del estado de Israel y se comprometa a vivir en paz con sus vecinos.
Los principales líderes de Irán han hablado peligrosamente sobre la destrucción del estado israelí. El presidente iraní Mahmoud Amedinejab dijo en un discurso en octubre del 2005 que Israel “debe desaparecer del mapa”. Además, su negativa a reconocer el holocausto y sus constantes ataques a Israel no dejan la menor duda de que, si tuviera armas nucleares, las apuntaría en contra del pueblo judío.
La guerra es el fracaso. La guerra significa que todo lo demás no funcionó. Y en el caso de las ambiciones nucleares de Irán aún hay que explorar muchas alternativas antes de tirar la primera bomba. Existe, desde luego, la esperanza que el propio pueblo iraní se deshaga de sus líderes autoritarios, como lo han hecho Egipto, Libia y Túnez. No es imposible pensar que los ayatolas iraníes caigan como ahora lo hace Bashar al-Assad en Siria.
Pero si esto les suena como una alternativa muy ingenua y a largo plazo, las presiones financieras al régimen de Teherán y el ojo vigilante de las principales potencias mundiales son fundamentales para evitar que Irán tenga armas nucleares. Las bombas para destruir bombas deben ser el último recurso, no el primero.
La corresponsal de guerra, Marie Colvin, muerta recientemente en la ciudad siria de Homs, solía decir que los periodistas tenemos la obligación de mostrar lo peor de los conflictos bélicos. “Podemos hacer una gran diferencia si exponemos los horrores de la guerra y en especial las atrocidades en contra de civiles”, dijo Colvin en un discurso en Londres el año pasado. “Nuestra obligación es reportar estos horrores de la guerra con precisión y sin prejuicio”. Es decir, estamos obligados a decir que una guerra contra Irán sería espeluznante y con horribles consecuencias. He estado en cinco guerras y les puedo decir que no hay guerra buena.
Las guerras casi nunca dejan las cosas mejor. Afganistán e Irak son los mejores ejemplos de que una década de guerras no significa paz, democracia y estabilidad. Atacar Irán, sin pruebas contundentes de que están construyendo armas nucleares, afectaría gravemente las vidas de toda una generación de israelíes, norteamericanos e iraníes. Si Corea del Norte anunció un alto a sus pruebas nucleares y a su programa de enriquecimiento de uranio, Irán podría hacer lo mismo.
Entiendo que Israel no se puede equivocar en este asunto. Su supervivencia está en juego. Si Irán construye armas nucleares, Israel sería el primero en sufrirlo en carne propia. Pero, por ahora, tiene la garantía del presidente Barack Obama quien dijo que Estados Unidos “usará todos los elementos a su disposición para evitar que Irán desarrolle armas nucleares”. Eso incluye diplomacia, presiones económicas y amenazas militares.
El problema es que ya se habla de una nueva guerra como si fuera algo inevitable. Irán e Israel se han acusado mutuamente de atacar a sus científicos y diplomáticos. La tensión crece. Y no hay ningún foro en el mundo con la suficiente fuerza y legitimidad como para resolver sus diferencias de forma pacífica y permanente. Naciones Unidas, una vez más, se ha quedado corta.
No cometamos el mismo error que con Irak. Los George W. Bush del mundo no merecen dirigir ningún país. Miles hoy pagan las consecuencias del invento de un líder mediocre y sin la capacidad de autocrítica. Si no hay evidencias concretas sobre los planes de Irán de construir armas nucleares, no podemos atacar. Tropezarnos por error con otra guerra sería lo peor que podría ocurrirnos a todos. Eso ya lo vivimos antes.
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