La Kodak y los partidos políticos salvadoreños

En los Setenta controlaba el 85 por ciento de las ventas de cámaras y el 90 por ciento de las ventas de películas. En los años Noventa, la empresa empleaba 30,000 personas en 195 edificios. En 1999, la empresa tuvo las utilidades más altas de la historia: 2,500 millones de dólares. Pareciera que la caída fue rapidísima.

En realidad duró treinta y seis años. Hace poco Spiegel On Line publicó un artículo contando la historia de ese proceso, que no por larga está exenta de sorpresas. A Kodak la mató la cámara digital. El comienzo de la caída de la empresa, entonces, lo podemos fechar en 1975, cuando alguien se inventó la cámara digital. La primera sorpresa es que el inventor fue la Kodak misma. La segunda sorpresa es que Kodak no se engañó con respecto a lo que ese invento le haría a la compañía.

En 1979, Kodak encargó a un empleado, Larry Matheson, que escribiera un informe sobre los efectos que este nuevo descubrimiento tendría en la empresa. Con extraordinaria clarividencia, Matheson predijo que todas las actividades que daban su rentabilidad a Kodak se convertirían a la tecnología digital para 2010 como máximo. La empresa producía películas y para entonces ya no habría necesidad de películas. Si la empresa no cambiaba de actividades, estaría quebrada para 2010. Quebró en 2012.

La tercera sorpresa es que la empresa no se quedó de brazos cruzados. Esta historia no es como los clichés de Hollywood, en los que una junta directiva de individuos soberbios no quiere cambiar porque no cree en el informe de Matheson. La junta directiva le creyó a Matheson y trató de cambiar por 36 años, y no pudo. Trataron cientos de opciones, diseñaron nuevos productos, promovieron el cambio de cultura, sin éxito. Todo lo que se les ocurría les salía teñido por la manera en la que siempre habían hecho las cosas. Esto era posible porque, aunque herida de muerte, todavía hacía grandes utilidades. Y, de pronto, las utilidades desaparecieron y Kodak quebró.

Estos procesos, que empiezan muy suavecito para luego convertirse en abrumadoramente grandes, imposibles de detener, se llaman no-lineales. Suceden en política también cuando las fuerzas políticas no saben o no quieren reconocer los cambios que ya están en marcha debajo de la superficie y sucumben a una nueva fuerza irresistible. La aprobación de la Ley de Medicamentos la semana pasada, con casi unanimidad, es una muestra de esta inhabilidad para cambiar a pesar de que los signos son claros de que la gente está harta del populismo y desea un cambio de la pura retórica a medidas que realmente resuelvan los problemas del país.

Pero los diputados y partidos no saben cómo hacerlo. Lo único que se les ocurre es más medidas populistas y más polarización ideológica en un ambiente en el que la gente ya se dio cuenta de que unos y otros proceden igual, que la polarización es del diente al labio porque en lo que vale, como en la Ley de Medicamentos, todos actúan igual.

Esto abre los espacios para nuevas opciones de partidos y líderes que saquen a la política salvadoreña de las costumbres pueblerinas del Siglo XX y la integren al Siglo XXI. Si no lo hacen los partidos que ahora tenemos, saldrán otros, que con la rapidez con la que pasan las cosas en nuestro tiempo, sacarán al país de su miseria política.

El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.