A diez años de la creación del Euro
El acontecimiento era para celebrar: algunos países de la Vieja Europa adoptaban una moneda común, en lo que parecía un paso importante en el proceso de integración europea que había sido puesto formalmente en marcha en 1958, con la firma del Tratado de Roma, pese a que sectorialmente -en materia de carbón y acero, concretamente-Europa ya caminaba en dirección a la unificación. Con el horror de la Segunda Guerra Mundial y la pesadilla del nazismo todavía frescos, lo que sucedía era realmente un momento para ilusionarse.Diez años después, el aniversario del nacimiento de la moneda europea transcurrió casi en total silencio. Como si nadie quisiera acordarse ni hablar de él.
Ocurre que hay crisis de deuda pública y que el Banco Central Europeo acaba de inyectar la friolera de 640 billones de Euros en el vacilante sistema financiero europeo. Y, por todo esto, su valor está en baja, pese a que todavía está bien por encima de su paridad de lanzamiento, que fue -recordemos- de 1,18 Euros por Dólar norteamericano.
La lección parece evidente y debe tenerse en cuenta para otras experiencias comparadas en materia de integración. Una Unión Monetaria sin prestamista de última instancia y sin homogenización -en paralelo-de las políticas financieras y presupuestarias es como un edificio sin cimientos: una construcción esencialmente enclenque. Porque para construir no se puede fallar por la base, sin que en algún momento aparezca el peligro de derrumbe. Así de simple.
Para América Latina, región políticamente proclive a la declamación, en la que ni siquiera la integración comercial se ha perfeccionado y donde la integración económica es muy poco más que un capítulo de la retórica política, esencialmente grandilocuente, no hay peligro inmediato. Nosotros no tomamos la integración en serio. Es tan sólo una pantalla política. Una cortina de humo. Una más.
¿Podría hoy pensarse en que Argentina o Brasil confíen entre sí tanto como para unificar sus políticas monetarias y adoptar una moneda común? Simplemente: no, nos parece.
El Euro, a diferencia del dólar norteamericano, no ha sabido o podido asumir el carácter de símbolo de una nacionalidad común, o conjunta en el caso de Europa. Parece pertenecer a una realidad incolora. Insulsa. Aséptica, en todo caso. Casi neutral. Por esto, es difícil enamorarse de ella.
Ocurre que el Euro parecería no ser de nadie. Pero tampoco es de todos. A diferencia del franco y del marco o de la lira y hasta de la vieja peseta, no ha logrado transmitir contenido político, pese a que ciertamente lo tiene. Ha sido mal manejado, en este sentido. A la hora de las urgencias, esto se nota.Pocos imaginaron, diez años atrás, un aniversario tan chato. Pero esta y no otra es la realidad.
Cuando algo importante se construye apresuradamente, quemando etapas, las consecuencias a veces son duras. Esta es la gran lección, me parece, a tener en cuenta. La cuestión de la moneda es tan delicada que no puede terminar siendo una materia lejana, a resolver por instituciones sin alma y personajes casi sin caras.Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
- 28 de diciembre, 2009
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