Un mexicano en Singapur
Singapur – Todo sorprende de Singapur: su limpieza, su orden, su seguridad y su arquitectura. Para quienes venimos de mundos menos organizados, Singapur se destaca por ser uno de los países menos corruptos del planeta y uno de los más desarrollados. Una pausa. Singapur no es, precisamente, ejemplo de democracia y de respeto a la libertad de expresión pero de eso hablaremos un poco más adelante.
Desde la rueda de la fortuna más grande del mundo (Singapore Flyer) pude apreciar el espectacular centro cultural (Victoria Concert Hall) al lado de una bahía invadida de pelotas blancas que se vuelven multicolores en las noches, y los edificios más ambiciosos que he visto en cualquier parte, incluyendo Barcelona y París. Estamos hablando de una sociedad multicultural (con tres cuartas partes de origen chino, y el resto malayo y de la India) donde las tensiones raciales, religiosas y étnicas están muy vigiladas y bajo control. Aquí viven y conviven budistas, musulmanes, hinduistas, taoístas y cristianos.
De entrada, como mexicano en esta ciudad-estado de cinco millones de habitantes, la pregunta es si México pudiera aprender algo de los singapurenses para controlar la violencia y la corrupción, y para crecer rápida y ordenadamente. Escribo esto al enterarme que 12 mil mexicanos, aproximadamente, fueron asesinados en México el año pasado en la guerra personal del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico -ya van más de 50 mil desde que llegó a la presidencia- y que el gobierno, otra vez, no cumplió su promesa de crear un millón de empleos al año.
Entiendo perfectamente las diferencias. Singapur es una isla, muy pequeña, mientras México tiene 113 millones de habitantes y una frontera de más de 3 mil kilómetros con el principal mercado de drogas del mundo, Estados Unidos.
Singapur, que alguna vez se dio a conocer por detener a los que tiraran chicles al suelo, ha creado una férrea cultura en contra de la corrupción. Casi nadie rompe las reglas. Es mal visto. Tanto así que ningún taxista se atrevió a llevar a mi grupo de cinco personas en sus amplios autos porque las leyes solo permiten un máximo de cuatro pasajeros.
Transparencia Internacional declaró a Singapur como el país menos corrupto del mundo en el 2010 y el número cinco en el 2011 (después de Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia y Suecia) mientras que México quedó en el poco honroso lugar 100 de un total de 178 países. (Venezuela fue el número 172.)
Para entender como Singapur pasó del tercer al primer mundo es fundamental ojear y hojear la biografía de su ex primer ministro, Lee Kwan Yew, un verdadero visionario. Su economía creció un increíble 14.5 por ciento en el 2010 (y 4.8 por ciento en el 2011) y tiene a los funcionarios mejor pagados del planeta; el primer ministro Lee Hsien Loong, hijo de Kwan Yew, gana 1.7 millones de dólares al año, mucho más que los 400 mil que recibe Barack Obama.
Singapur es una joyita financiera. Desde su independencia en 1965 -fue colonia británica y luego se separó de Malasia- Singapur no ha dejado de crecer. El Banco Mundial considera a Singapur como el lugar más fácil del mundo para hacer negocios, tiene proporcionalmente más millonarios que cualquier otra nación, alberga al segundo puerto de contenedores más activo del orbe y uno de los aeropuertos más modernos (Changi, donde mis maletas llegaron al carrusel antes que yo). Viajar en Singapore Airlines es lo más parecido a estar en una alfombra voladora con asientos que parecen anchas camas en la sección de business.
A nivel de seguridad, tras el secuestro de un avión de Singapore Airlines en 1991 y la ejecución en una operación de rescate de los cuatro secuestradores paquistaníes, se han incrementado las medidas antiterroristas. La efectividad de las fuerzas armadas, un estricto sistema judicial que usa (y a veces abusa) de la pena de muerte y de castigos desproporcionados, según reporta Amnistía Internacional, y una sociedad que se ha acostumbrado a no confrontar a la autoridad ha reducido el crimen a su mínima expresión. En Singapur las autoridades son particularmente duras contra los sospechosos de narcotráfico aunque el gobierno no da cifras oficiales de ejecuciones.
Singapur es, en nombre, una democracia parlamentaria. Solo en nombre. Un solo partido, el Partido de Acción Popular (People’s Action Party), ha controlado el gobierno por medio siglo y la voces de la oposición son muy pocas y con mínima representación oficial en el parlamento unicameral. Los medios de comunicación están subordinados al gobierno por lo que Reporteros Sin Fronteras considera a Singapur como una de las naciones con menos libertad de prensa y de expresión del mundo. Es, en pocas palabras, un estado autoritario con un solo partido en control del poder. El extraordinario éxito de Singapur ha tenido un costo específico en las libertades individuales.
La mano dura de los gobiernos singapurenses ha dado lugar a una sociedad que funciona pero donde hay poco espacio a las voces disidentes. ¿Es ese el único camino? Desde luego que no. Pero no hay ninguna indicación de que el “experimento Singapur” vaya a cambiar de rumbo.
Entonces ¿qué puede aprender México de Singapur? Lo fundamental es desarrollar una sociedad con cero tolerancia a la corrupción, una policía profesional y un sistema judicial que funcione. ¿Acaso toda la policía mexicana no puede ser como la que impone los alcoholímetros en la ciudad de México?
Estos cambios en México, al igual que el crear buenos empleos con una economía que mire hacia fuera y aumentar el nivel educativo, tomaría décadas. A Singapur le tomó 45 años. Pero a mejor situación económica y educativa menos crimen. Esa es su fórmula.
Pero si un país sin recursos naturales y una extensión de apenas 647 kilómetros cuadrados pudo, no hay ninguna razón para pensar que México y los mexicanos (con un país tres mil veces más grande y lleno de recursos naturales) no podrían.
Si México no empieza a cambiar ahora, corre el riesgo de convertirse en un país irrelevante antes de mediados de siglo. Y el ejemplo a seguir, sin perder las libertades individuales, está en una pequeñísima isla a 16,722 kilómetros de Acapulco.
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