Educar para la paz
“La paz, en su sentido más pleno y alto, es la suma y la síntesis de todas las bendiciones,” afirma el papa Benedicto XVI. Mas no basta con deseárnosla al saludarnos, pues los padres de familia y los educadores debemos educar a los jóvenes para la paz. ¿Qué conlleva encarar el reto que nos lanza el Santo Padre con ocasión de la XLV Jornada Mundial de la Paz?
A través de la historia las diferencias entre pueblos y culturas han propiciado conflictos, abusos y destructivas guerras mundiales. Las nuevas generaciones están más conectadas y expuestas a distintas costumbres, y ello coadyuvará a la paz mundial en la medida en que los jóvenes aprendan “el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión”.
Llama la atención que la solución definitiva del Papa —formar a personas concretas una por una — se ubica en el plano micro, y no en el plano macro-colectivo de manifiestos supranacionales o edictos nacionales.
Aprender a convivir en paz en comunidades plurales implica reconocer, primero, la diversidad como una realidad positiva, y luego asignar valor a la virtud de la tolerancia. Aquellos que tienen costumbres e ideas divergentes de las propias merecen nuestro respeto, siempre y cuando no atenten contra los derechos inalienables de los demás. La tolerancia no riñe con la búsqueda de la verdad sobre la condición humana (ni de la Verdad). No es relativismo. Sí riñe con actitudes y prácticas coercitivas, pues favorece el método de la persuasión.
La exhortación de Benedicto XVI me recordó el libro clásico por Leonard Read, Cualquier cosa que sea pacífica (1898). Para Read, el cometido de nuestra existencia terrena es “expandir nuestra conciencia hasta entrar en la mayor armonía de la que somos capaces con la Conciencia Infinita, o, en términos más seculares, ver qué tanto cada uno puede aproximarse a la realización de esas potencialidades creativas peculiares a su persona, siendo cada uno distinto en este respecto”. De ahí que la paz, la verdad y la libertad se entrelacen: cuando cada cual es libre para perseguir sus metas lícitas, sin irrespetar las del vecino, la sociedad prospera sobre la base de relaciones voluntarias y pacíficas.
En este ambiente florece el ser humano íntegro o incorruptible, comprometido con su conciencia, dice Read. Dicha persona sabe que no puede dirigir la vida de los demás (es humilde), y trata al prójimo como quisiera ser tratado (es justo). Posee un sentido de lo correcto; su “silencio creativo” no llama la atención, aun cuando su conducta es extraordinaria.
Si queremos formar jóvenes íntegros según el perfil trazado por Read, tenemos que educar para la paz y para la libertad, desde la libertad. Son muchos los obstáculos a remover para crear tal clima educativo, pero Read nos alienta: “el arte de llegar a ser se compone de actos de superación. Y transformarse es el propósito primario en la vida; transformarse es, de hecho, iluminación y auto-educación, su propia recompensa”.
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