El triste ‘come back’
La Vanguardia, Barcelona
Han plegado la bandera, han subido a sus aviones y se han despedido de la tierra donde han muerto 4.000 compañeros y más de 30.000 han quedado heridos. La guerra ha sido su cotidianidad, una guerra feroz y extraña, sin trincheras ni líneas de combate, sin excusas en sus inicios y respuestas en su final. ¿Han ganado o han perdido?, se preguntan mientras aterrizan en unos Estados Unidos que no los recibirán con paradas militares.
Quizás alguna medalla otorgada en un rincón discreto de un centro militar, pero estos jóvenes que durante años han peleado contra un enemigo inconcreto y escurridizo no tendrán su desfile militar por la Quinta Avenida. Y esa es la cuestión, ¿para qué? Ahora que ya sabemos que no había armas de destrucción masiva, la única y triste excusa sería aquella cantarela de "derrocar a un dictador", pero esa mentira no se la creen ni los que escriben las mentiras.
El mundo "libre" sólo es enemigo de los dictadores derrotados, pero su larga lista de amigos tiranos nos recuerda hasta qué punto la geopolítica no sabe de valores. Al contrario, ese mundo "libre" es esclavo de esos dictadores, especialmente los que están asentados en barriles de petróleo. No. Nadie hace guerras para derrocar a dictadores, ni tan sólo el simulacro de Libia, cuyos intereses energéticos movilizaron un ejército internacional que nunca se habría movilizado por los derechos humanos. Ahí está Siria, o el resto de dictaduras amigas… Entonces, ¿por qué fueron a Iraq? Y esa pregunta martillea en sus fatigadas almas, como un repique del absurdo.
Fueron a Iraq porque las guerras son productivas. Es cierto que había argumentos pensantes, habían atentado contra las Torres Gemelas, el terrorismo islamista crecía, el mapa de la zona era cada día más explosivo y el imperialista Sadam era un serio peligro. Pero dos guerras y miles de muertos después la zona es aún más inestable, Iraq se mantiene frágil, Afganistán es un campo de tiro, Irán está a las puertas de tener armamento nuclear, las dictaduras caídas han dado paso a los grandes movimientos fundamentalistas y en los despachos de Occidente no se sabe qué hacer con Oriente Medio. Es decir, nadie sabe por qué murieron esos 4.000 soldados, y los miles de iraquíes y otras nacionalidades que los han acompañado en su destino trágico.
Si sólo fue un negocio, fue el negocio de la muerte. Si fue negocio y un enloquecido intento de resolver los problemas complejos de la zona a base de cañonazos, sólo ha servido para tirar gasolina a un fuego que hoy amenaza con quemar toda la región. Por eso estos jóvenes vuelven a casa sin honores ni desfiles. No se ha perdido la guerra, pero tampoco se ha ganado, así que no hay nada que festejar.
En el campo de batalla queda el dolor y el rencor de los vivos, y el silencio de los muertos. No hay honor. No hay victoria. No hay derrota. No hay nada.
- 23 de enero, 2009
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