Destruyendo los mercados bursátiles (I)
El comportamiento de las Bolsas constituyó para mucha gente el heraldo de la crisis global que se avecinaba. Allá por el verano de 2007, tras más de un año de verdadera euforia en los mercados financieros, con el IBEX-35 en los 16.000 puntos, recuérdese, comenzaron a aparecer los números rojos, extraños para los recién llegados al mundillo al calor de la euforia.
Poco después, comenzarían las "inyecciones" de dinero por parte de los bancos centrales para "estabilizar" la situación. A no mucho tardar, caería Lehman Brothers. Y así seguimos hasta hoy, cuando Grecia parece apunto de quebrar, y a su estela se agrupan otros países europeos. Desde entonces, los índices bursátiles son una verdadera montaña rusa que puede llevarles a descarrilar.
Como es bien sabido, en las Bolsas (o mercados secundarios de valores) se intercambia un determinado tipo de bienes: las acciones. Una acción es un título que representa una parte alícuota del capital de una empresa, de forma que los accionistas o tenedores de acciones son, en realidad, los propietarios de la empresa en cuestión. La alternativa a un sistema accionarial sería mucho más compleja: la distribución nominal de cada uno de los activos entre los accionistas. En fin, mucho más complejo, pero no inverosímil. De hecho, intuyo que en los orígenes de las empresas, los bienes utilizados se mantienen en propiedad de cada socio hasta que se va formalizando la figura.
Sin embargo, tal asignación presenta indudables dificultades, análogas a las que pueda tener el sistema de intercambio directo. De la misma forma que éstas hacen aconsejable la aparición de un activo universalmente aceptado como dinero, se tiende a generalizar la instrumentación de la propiedad de empresas mediante el uso de acciones.
Las acciones se pueden intercambiar como cualquier otro bien. Sin embargo, las acciones de una misma empresa son bienes bastante homogéneos; a su vez, en empresas de un cierto tamaño, su número puede ser lo suficientemente grande como para dar lugar a una gran cantidad de accionistas dispuestos a intercambiar los títulos. Es tal vez por ello que surgieron y se generalizaron las Bolsas como mercados organizados para el intercambio de acciones.
La importancia de las Bolsas en los mercados desarrollados no se puede despreciar. Por un lado, dota de liquidez a los títulos de propiedad, de forma que cada emprendedor puede con mucha facilidad salir y entrar al sector que considere atractivo, sin necesidad de enfangarse en peligrosas y arriesgadas inversiones hundidas. Las Bolsas permiten a cualquier persona invertir en el sector económico que represente el futuro para él sin requerirle conocimientos técnicos o compromisos duraderos. Las Bolsas, por tanto, disminuyen considerablemente los riesgos de la inversión, haciéndola más atractiva para cualquier individuo. Ello a su vez repercute en un aumento de la demanda de inversión (ceteris paribus) y una rebaja en su coste para las oferentes de inversión, lo que a su vez facilita el desarrollo de nuevos proyectos.
Como todo intercambio libre, la compraventa de acciones solo se produce si ambas partes valoran más lo que reciben que lo que entregan. Si los individuos estiman que una empresa está infravalorada, tenderán a comprar sus acciones para hacerse con la diferencia de valor, lo que hará subir el precio de la acción. Pero el que una empresa esté infravalorada significa que la gente piensa que su actividad va a ganar valor, esto es, va a ser demandada con más urgencia sobre otras. Si esto es así, lo lógico es que fluyan recursos a esa empresa con más prioridad que a otras. Por tanto, la subida de precios de las acciones de una empresa transmite el mensaje de que deben dirigirse más recursos a esa actividad.
Pero las acciones no dejan de ser un reflejo de los activos de la sociedad. En la medida en que suba (o baje) el precio de la acción, varía el valor de la empresa, que necesariamente se ha de reflejar en el valor de los activos que la constituyen. Por tanto, la Bolsa también consigue que los activos empresariales actualicen su valor con más rapidez y precisión que si lo hicieran a través de los mercados de los factores.
Esta revalorización de los activos encomendados a su gestión debería permitir a los gerentes del proyecto la obtención de recursos adicionales para el mismo, puesto que se muestran capaces de anticipar las necesidades de los individuos. Así se consuma la función "social" de las Bolsas: los precios de las acciones actúan como señal del lugar al que hay que dotar recursos para atender las demandas de los individuos.
Por tanto, un papel fundamental de las Bolsas es el de discriminar sectores y empresas alineados con las preferencias presentes y futuras de la gente de aquellos que no lo están. Si las Bolsas no son capaces de llevar esta señal de los ahorradores a los emprendedores, y viceversa, se pone en riesgo la afluencia de los recursos a los sitios donde son más valorados.
En este contexto, ¿qué sentido tienen subidas y bajadas generalizadas de los valores, como parece venir ocurriendo con especial virulencia desde 2007? ¿Qué efectos pueden tener sobre el funcionamiento de las Bolsas en el medio plazo? Sin embargo, no compliquemos más las cosas por el momento, y dejemos para dentro de un mes la respuesta a estas preguntas.
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