La batalla por el futuro de Miami
Finalmente, varios meses después de la euforia inicial por el anuncio de los planes de una empresa de Malasia de construir un megacasino de $3,000 millones en Miami, estamos viendo el principio de un debate sobre si eso cambiaría esta ciudad para bien o para mal. La batalla por el alma de Miami ha comenzado.
¿Debería Miami convertirse en otra Las Vegas, dedicada a atraer jugadores adinerados de Latinoamérica y Europa? ¿O debería seguir construyendo sobre su estatus de sede de las oficinas latinoamericanas de corporaciones multinacionales, y de centro bancario, de servicios de salud, artístico y educativo?
O, para decirlo de otra manera, ¿quiere Miami ser conocida por tener uno de los megacasinos más grandes del mundo — posiblemente el más grande — suponiendo que la Legislatura de Florida lo apruebe? ¿O prefiere ser conocida como centro de comercio internacional, que ya tiene 1,000 corporaciones multinacionales, un flamante Parque de Investigación de Ciencias de la Vida y Tecnología de la Universidad de Miami, y la feria anual Art Basel, una de las exhibiciones más importantes de bellas artes del mundo?
El Grupo Genting, de Malasia, anunció en mayo que había comprado el edificio frente a la bahía de The Miami Herald por $236 millones, como parte del plan de construir un gigantesco centro turístico. El megacomplejo tendría cuatro hoteles ultramodernos con un total de 5,000 habitaciones, dos torres de apartamentos con 1,000 unidades, más de 50 restaurantes y 60 tiendas de lujo.
Según Genting, si obtiene la licencia para juegos de ruleta, el proyecto creará 15,000 empleos directos e indirectos en la construcción, y otros 30,000 empleos permanentes. Los alcaldes de Miami y del Condado Miami-Dade respaldaron la idea del proyecto.
Pero Frank Nero, presidente de la agencia de desarrollo económico de Miami-Dade conocida como Beacon Council, rompió el casi unánime coro de apoyo el 12 de octubre, advirtiendo que el proyecto les robaría clientes al resto de los hoteles y restaurantes de Miami, y ahuyentaría a empresas con empleos profesionales de alta remuneración.
“En Atlantic City, había más de 300 restaurantes y bares antes de que llegaran los casinos”, me dijo Nero en una entrevista posterior. “Ahora quedan menos de 60 restaurantes fuera de los casinos”.
Y, peor aún, los megacasinos arruinarían el creciente estatus de Miami como centro de negocios internacional. Pese a su imagen de centro turístico en el exterior, apenas el 11 por ciento de la fuerza laboral de Miami está empleada en hoteles y restaurantes, dijo Nero.
“Si permitimos el establecimiento de los casinos, será mucho más difícil convencer a una empresa alemana de biotecnología, por ejemplo, de que instale un laboratorio de investigación en el nuevo Parque de Ciencias de la Vida y Tecnología de la Universidad de Miami”, dijo Nero. “La imagen que tendrán de Miami no será la de un centro de investigación”.
Cuando le pregunté al respecto, Donna Shalala, presidenta de la Universidad de Miami, me dijo que “no creo que el establecimiento de un casino afecte nuestra capacidad de atraer a investigadores y científicos de primer nivel, porque ya estamos asentados como una universidad de clase mundial”. Pero agregó: “No estoy expresando una opinión a favor ni en contra” de los casinos en Miami.
James Hughes, decano de la Escuela de Planeamiento y Políticas Públicas de la Universidad Rutgers y coautor de un estudio sobre el impacto de los casinos en Atlantic City, Nueva Jersey, dice que hay una gran diferencia entre la actual situación de Miami y la que existía en Atlantic City y Las Vegas hace unas décadas, cuando se establecieron allí los casinos.
“Allí no había nada antes de los casinos”, dijo Hughes. “Miami es un caso completamente diferente”.
Mi opinión: todo dependerá de cómo los legisladores de Florida regulen a los megacasinos. Si se les permite a los casinos construir gigantescas torres iluminadas con luces intermitentes, rodeados de carteles luminosos de “¡Chicas, Chicas, Chicas!” y casas de empeño, eso matará a Miami como centro internacional de negocios.
Por otro lado, si los legisladores exigen que los megacasinos tengan una apariencia discreta, como el actual local de máquinas de juego y póquer de GulfStream de Hallandale Beach, donde no se ven enormes carteles luminosos desde la calle, y si se adoptan leyes rigurosas para impedir que Miami se convierta en una meca de prostitutas, borrachos, carteristas y estafadores, el proyecto del Grupo Genting podría ser una buena adición para la ciudad.
Pero, por ahora, no soy neutral sobre el tema. Teniendo en cuenta que los legisladores estatales probablemente serán vulnerables a las grandes promesas de dinero en tiempos de crisis, me temo que no serán muy estrictos a la hora de regular a los megacasinos. A menos que la Legislatura estatal me convenza de lo contrario, creo que los megacasinos perjudicarán a Miami.
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