La misteriosa muerte de un disidente en La Habana
The Wall Street Journal Americas
Durante más de ocho años, el régimen de Castro hizo su mejor esfuerzo para silenciar a la líder de las Damas de blanco, Laura Pollán. Hace 10 días Pollán quedó en silencio. Falleció, luego de una breve enfermedad, en un hospital en La Habana.
Funcionarios del hospital inicialmente afirmaron que murió de un paro cardiorrespiratorio. Pero según Berta Soler, la vocera de las Damas de blanco en La Habana, el certificado de defunción dice que Pollán sucumbió a diabetes de tipo II, neumonía bronquial y un virus "sincicial".
Ya que no había atención médica independiente disponible para tratarla y no hubo autopsia, es improbable que alguna vez sepamos las causas reales de la muerte de Pollán. Sí sabemos que aunque era diabética con hipertensión, ambos cuadros estaban bajo control y no necesitaba inyecciones de insulina regulares. De hecho, estaba saludable sólo semanas antes de su muerte, según amigos y familiares. También sabemos que mientras más tiempo pasaba bajo cuidado médico estatal, más se enfermó.
No es sorprendente que la oposición cubana tenga sospechas sobre la muerte de Pollán, y sus preocupaciones merecen difusión aunque sólo sea por la naturaleza del régimen totalitario, que aprendió su oficio de la Europa del Este comunista, donde se refinó la práctica de eliminar enemigos mientras estaban bajo custodia estatal.
A lo largo de la dictadura cubana, las muertes sospechosas —más comúnmente ataques al corazón— de personas que estaban saludables y fueron consideradas desleales con los Castro no son algo completamente extraño. El más famoso fue José Abrantes, un ex ministro del Interior y confidente de Fidel, quien se alejó de su jefe, fue encarcelado y aunque era conocido por su buen estado físico, murió de un ataque al corazón en su celda en 1991. Más de un desertor del interior del régimen ha afirmado que Abrantes fue asesinado.
Pollán lanzó su causa cuando su esposo, Héctor Maseda, fue arrestado, junto con otras 74 personas, en una arremetida en toda la isla contra los disidentes en marzo de 2003. En busca de una forma de resistir la injusticia, se sumó a otras mujeres cuyos familiares recibieron largas condenas en la Primavera negra de Cuba. Juntas organizaron un acto simple y pacífico de desobediencia: luego de asistir a misa en la iglesia de Santa Rita en la Habana, marchaban por la calle, vestidas de blanco y llevando gladiolos. El grupo era pacífico y apolítico. Pero para el régimen era peligroso, y por lo tanto hizo lo posible por disolverlo.
Golpizas, detenciones, intimidación y acoso al grupo fueron en vano. Las Damas regresaron una y otra vez a sus prácticas "contrarrevolucionarias": misa dominical, procesiones en silencio, "tés literarios" de mujeres los miércoles en la casa de Pollán, vigilias con oraciones por los perseguidos.
El movimiento adquirió un poder visual enorme, y cuando las imágenes de las damas siendo atacadas en las calles se volvieron virales, la dictadura fue humillada. Los Castro fueron obligados a ofrecerles "liberación" a los prisioneros de la Primavera negra a través del exilio con sus esposas.
Pollán y su esposo lo rechazaron. En cambio, la dama expandió el movimiento en todo el país y prometió convertirlo en una organización de derechos humanos abierta a todas las mujeres. En declaraciones desde la prisión de Guanajay mientras la condición de Pollán se deterioraba, el ex funcionario cubano de contrainteligencia encarcelado Ernesto Borges Pérez le dijo a 'Hablemos Press' que hacer públicos esos objetivos probablemente selló su suerte.
El 24 de septiembre, Pollán fue atacada por una patota mientras intentaba salir de su casa para asistir a misa. Se informó que torcieron su brazo derecho, y fue rasguñada y mordida. Esto es notable porque durante más de un año, las Damas habían alegado que cuando los escuadrones de Castro venían a buscarlas, los matones lastimaban su piel con agujas. Esas mismas mujeres afirmaron que luego se sentían mareadas, con náuseas y fiebre. El periodista independiente Carlos Ríos Otero informó esto para 'Hablemos Press' antes de que Pollán fuera hospitalizada.
Según entrevistas con la hija de Pollán y su esposo y con Soler, realizadas por la organización sin fines de lucro con sede en Miami Directorio, ocho días después del ataque del 24 de septiembre Pollán comenzó a sentir escalofríos ya a vomitar. Con profundo dolor en sus articulaciones al día siguiente, fue trasladada al hospital Calixto García. Luego de una serie de exámenes le dijeron que todo estaba normal y le dieron el alta. El 4 de octubre tuvo fiebre y problemas para respirar. Un antibiótico recetado no ayudó. El 7 de octubre fue ingresada nuevamente al hospital, luego transferida a cuidados intensivos y al día siguiente la conectaron a un respirador.
A su familia le negaron derechos de visita hasta el 10 de octubre, cuando sólo le permitieron la entrada a su hija. Agentes de seguridad estatal rodearon su cama y monitoreaban a los médicos. El 12 de octubre los doctores informaron que tenía un virus respiratorio sincicial, que también se conoce como un resfrío. Obviamente estaba mucho más enferma.
El 14 de octubre murió. Cuando se le permitió ver el cuerpo a su familia, agentes de seguridad estatal otra vez estaban allí, así como en la velación de una hora permitida a la medianoche. En tiempo récord —sólo dos horas más tarde— Pollán fue convertida en cenizas. ¿Quién podría culpar a la resistencia por sus sospechas?
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