Ecuador: El sindrome de Hybris y el 30 de Septiembre
El galés David Owen es un neurólogo que participó en la política británica durante 26 años. Estudió medicina en Cambridge. Entró al Parlamento donde permaneció desde 1.962 hasta 1.994. Fue dos veces ministro laborista en Gran Bretaña, en las carteras de Sanidad y de Asuntos Exteriores. Ha escrito decenas de libros y entre ellos “En el poder y en la enfermedad”, donde analiza como las dolencias de Jefes de Estado y de Gobierno han afectado la toma de decisiones. Allí se repasa los casos de Anthony Eden durante la crisis de Suez; de Kennedy en la invasión a bahía de Cochinos y luego frente a los misiles soviéticos, afectado que estaba por medicamentos extremos para vencer su dolor de espalda; la próstata de Mitterrand en sus catorce años de gobierno y muchos otros casos incluido el de Ronald Reagan de quien se dice asumió la Presidencia ya con manifestaciones de Alzheimer.
Analizando los casos de Tony Blair y George W Bush en relación a Irak, no habiendo enfermedades físicas convencionales, aplica lo que se ha llegado a conocer como síndrome de hybris, una enfermedad psíquica, muy habitual en mayor o menos medida en muchos gobernantes, especialmente cuando inesperadamente han llegado a ejercer un poder inusitado ,que en el caso de Blair y Bush lo encontraron un 11 de septiembre, y se trasmutan en una suerte de dioses designados. Estos seres se trastornan y evalúan las situaciones en términos de ideas preconcebidas e ignoran o rechazan todo signo o señal contraria. Una de las características de la “hybris es la incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría admitir que se ha cometido un error y eso no es propio de los dioses. Actúan con una confianza excesiva, rechazan las advertencias de sus colaboradores y por eso son dominados por el impulso irresistible de meterse en camisas de once varas.
Esta enfermedad del poder de hecho afecta a los procesos de gobierno y la toma de decisiones de los dirigentes. Quienes rodean al endiosado son arrastrados irremediablemente pues saben que es imposible racionalizar con el dios que los ha seleccionado para que lo acoliten. Es un indicio de locura en el sentido de estupidez, obstinación o irreflexión. Juegan al todo o nada y mientras más tiempo ostenten el poder el síndrome se agrava y la desconexión con la realidad se acentúa. Es como una borrachera de la cual nunca se sale y que inhabilita para la conducción de un vehículo en el cual están embarcados tantos pasajeros. El poder deja de ser un instrumento y pasa a ser un fin en sí mismo. La democracia queda anulada ante su sed insaciable.
El síndrome o dolencia señalada, Owen la bautiza como “Hybris”, siguiendo la mitología griega. “Según Esquilo, los dioses envidiaban el éxito de los humanos y mandaban la maldición de la Hybris a quien estaba en la cumbre, volviéndole loco”. …”La Hybris es desmesura, soberbia absoluta, pérdida del sentido de la realidad. Unida a un fenómeno bien estudiado por los psicólogos y denominado “pensamiento de grupo” (según el cual un pequeño grupo se cierra sobre sí mismo, alienta con fervor las opiniones propias, demoniza cualquier opinión ajena y desdeña todo dato objetivo que contradiga sus prejuicios), las consecuencias pueden ser catastróficas”.
La hibris o hybris alude a un orgullo o confianza en uno mismo manifestándose a menudo en un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno, unido a la falta de control sobre los propios impulsos. Así queda envuelto en un sentimiento violento inspirado por pasiones exageradas manifestadas muy frecuentemente por el trato insolente y menosprecio a quien le signifique un obstáculo, llegando a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz de cualquier cosa. Al desarrollar esa desmesurada confianza en sí mismo interpreta equivocadamente la realidad que lo rodea. Esto genera una tendencia a cometer atropellos que los trasmite a sus colaboradores contaminándolos por semejante aureola.
Esta entrega que ahora publico fue inspirada el 29 de septiembre mientras Gamavisión trasmitía su programa que exaltaba la fiesta gubernamental organizada para celebrar el año de lo que ellos han denominado un “golpe de estado” y que no fue sino, a mi humilde criterio, una suma de sucesos desafortunados. Yo estaba twitteando y decidí mientras lo hacía comparar la trasmisiones que hizo Ecuavisa con la que realizó la televisora del Estado. La primera duró menos de treinta minutos y tenía el formato de reportaje. La segunda era una auténtica telenovela y duró dos horas. Hubo una parte en la que el Presidente Correa hizo pucheros y parecía que iba a llorar ante los gemidos de una madre cuyo hijo había muerto durante aquella balacera. Primeros planos y cambio dramático de voz del Presidente que me motivó a comentarlo en el twitter. Fue suficiente. Un twitt de @mashiroberto, un joven asistente de Fernando Alvarado, me llamó la atención pidiéndome respeto, y fue como una orden instantánea para que una manada de twitteros gobiernistas me caigan a palazo limpio. Imposible batirme ante la calidad grosera de tales garrotazos decidí meditar antes de dar una respuesta rabiosa. La hybris se ha tomado a esos jóvenes corazones. Ya no hay capacidad de raciocinio.
El síndrome, en el caso de Rafael Correa explica como una demanda de reparación por ofensas personales puede alcanzar a la pretendida suma de 80 millones de dólares. ¡Desmesura! Explica, además, como se puede ir a misa y arrodillarse ante Dios durante una celebración macabra de un aniversario de algo que debería llevarnos al recogimiento, y en lugar de dar la paz como se estila en la Santa Misa, no perdona las sorpresivas disculpas que ha presentado el Comandante de la Policía, forzadas quizás ante la sed de poder de la cual se hace gala en tantos enlaces nacionales.
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