Argentina: La única oposición al gobierno es la incertidumbre económica
La Prensa, Buenos Aires
Como ocurrió en 1989 y en 2001, el enemigo más temible para el gobierno no es la oposición política, sino la situación económica. Si la economía funciona los oficialismos no corren peligro. Pero los problemas de los países centrales se han agravado y ya amenazan a las economías emergentes.
La cotización de la soja -lo único verdaderamente revolucionario que ocurrió en la Argentina en la última década- cayó 60 dólares la semana pasada. De acentuarse la tendencia, el "piloto automático" no servirá para evitar un duro aterrizaje y nadie sabe quién está en condiciones de hacerse cargo en la cabina de mando de una maniobra tan delicada: ¿Amado Boudou, la presidenta de la Nación, De Vido?
Por eso con la continuidad del gobierno asegurada, los dólares, sin embargo, constituyen el bien más demandado. La fuga de divisas alcanzó el récord de 18.500 millones de dólares en nueve meses. Los compradores de dólares oyen el discurso oficial, pero no creen en las palabras, sino en los hechos y hay desconfianza sobre la bonanza eterna que prometen desde la Casa Rosada los propagandistas del "modelo".
Esa desconfianza del gobierno sumada a la inexistencia de la oposición contribuyen para que a sólo tres domingos de las presidenciales la campaña muestre un encefalograma plano. Los candidatos opositores compiten por un segundo puesto catastrófico (a 30 puntos del oficialismo) sin propuestas ni ideas que merezcan ese nombre para afrontar una eventual profundización de la caida de los mercados. Entretanto la presidenta sigue inaugurando por cadena nacional obras ya inauguradas o que no funcionarán hasta dentro de un año e insistiendo con cifras provistas por el Indec en las que resulta muy difícil creer.
Bajo estas circunstancias la hegemonía política "K" no alcanza para despejar dudas, porque la incógnita no está en la política, sino en la real consistencia del "modelo" y en los nubarrones que se acumulan en el horizonte. Uno de ellos es el de los recursos para afrontar una caída de la actividad económica como en 2008. El alza fabulosa del precio de la soja -de 120 dólares en 2001 a 600 en el apogeo kirchnerista- hizo posible el aumento del gasto público hasta casi el 50% del PBI, dato clave para lo que la presidenta llama el período de mayor crecimiento de los últimos 200 años. Pero ¿cómo sostendrá el gobierno esa expansión nunca vista del gasto, si sus fuentes de financiamiento se deterioran?
El miércoles pasado el ministro de Economía concurrió al Congreso para presentar el presupuesto 2012 lo que permitió obtener una instantánea perfecta de la actualidad. Le dijo en la cara a la oposición que si no aprobaban el proyecto oficial, la presidenta seguiría asignando los recursos públicos por decreto, como había hizo en 2010 después de perder las elecciones de 2009 y la mayoría en Diputados.
Se supone que el 23 va a ganar y que a partir del 10 de diciembre próximo recuperará la mayoría, pero eso no tiene la menor importancia para el presente estado de la democracia. Gane o pierda seguirá manejando discrecionalmente el gasto público. El problema se le presentará, en cambio, si los fondos se achican por problemas internacionales o de los principales socios de la región. Brasil, por ejemplo, corrigió a la baja los cálculos del PBI y no se sabe si seguirá devaluando.
En 2008, cuando el gasto se desbordó los Kirchner quisieron aumentar las retenciones. Como la idea fracasó, se apropiaron de los fondos de las AFJP. Como con eso tampoco alcanzaba echaron mano de las reservas del Banco Central y como sigue sin alcanzar barajaron la idea de apropiarse de las obras sociales sindicales o de arreglar con el Club de Paris para volver a los mercados internacionales.
Pero se encontraron con una mala noticia: el FMI no afloja por los datos retocados del Indec y los Estados Unidos se oponen a que Argentina reciba créditos internacionales. Curiosamente la presidenta no usó este gesto hostil de Wáshington en la campaña para un "revival" del "Braden o Perón". ¿Por qué? Difícilmente su prudencia sea atribuible a una actitud pronorteamericana.
Quienes conocen la intimidad del gobierno insisten en que Boudou quiere mejorar las relaciones financieras internacionales para volver al mercado de capitales. La idea es pagar con deuda el gasto público y volver a la vieja receta que terminó dinamitando la convertibilidad. Por eso la gente compra dólares, mientras Cristina se encamina a un triunfo holgado a pura cadena nacional.
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