El ombligo en la escuela
La Vanguardia, Barcelona
Una escuela de Girona ha provocado la última noticia que nos devuelve a un debate recurrente. El colegio Les Alzines envió a casa a treinta chicas que vestían de manera muy exagerada. "Pero dónde van: ¿a la escuela o a la discoteca?", se preguntó la portavoz del centro y, a tenor de la descripción, sin duda las chicas iban a la discoteca.
Camisetas de tirantes, tacones altos, tal vez algún ombligo al aire y, si hago caso de lo que he visto en otras escuelas, incluso algún tanga escapado de los pantalones de cintura baja. No es que a la escuela se vaya como a la discoteca, es que muchos jóvenes creen que ambos lugares son el mismo. Y este problema que la escuela de Girona ha intentado resolver de manera expeditiva –después de aprobar una normativa– es el paisaje común de la mayoría de escuelas del país. Y no se trata de una exigencia moral, aunque el colegio esté vinculado al Opus.
Pero antes de que toda la progresía saque el fusil porque es una escuela religiosa, habrá que reflexionar sobre la razón que tienen. Religiosa o no, la escuela no puede ser un lugar cualquiera, y tratarlo como tal es perderle el respeto. De hecho, el mismo respeto que se ha perdido hacia la mayoría de las instituciones de la sociedad, pérdida que ha ido paralela a la erosión que ha sufrido el concepto de autoridad.
La escuela tendría que ser un templo, un espacio solemne donde el conocimiento, los valores y la convivencia, se concilian en la formación de los jóvenes. No es, pues, un lugar cualquiera. Muy al contrario, es el lugar más importante de la vida de un joven después de la familia. Sin embargo, desde que tuvimos una indigestión de mayosesentayochismo y confundimos la libertad con la jungla, hemos ido devaluando estas ideas fundamentales y la realidad es bastante explícita: ni el Parlamento, ni la policía, ni los médicos, ni los maestros, ni ninguna autoridad está bien vista y, en coherencia, se usa la pancarta de la libertad para cualquier acto de menosprecio, de imposición e incluso de vandalismo. Es como si quisiéramos retornar a los tiempos anteriores a las tablas de la ley, aquellas que nos enseñaron que la civilización nacía el día que supimos que no todo estaba permitido. Obviamente un ombligo al aire en la escuela no es el fin del mundo.
Pero es el síntoma de este pensamiento débil respecto a algunos de los conceptos más profundos de una sociedad. Es decir, es la expresión externa de un pasotismo que equipara inconscientemente aquello que es fundamental con aquello que es fútil. Por eso, muchos chicos confunden la escuela con la discoteca, porque no ven ninguna necesidad de establecer diferencias. Y, sin embargo, debemos enseñarles que no tienen nada a ver. A la discoteca van a divertirse, pero a la escuela van a formarse y, si no respetan este verbo fundamental de su existencia, nunca se respetarán a sí mismos.
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