Desdolarización en El Salvador: Que parezca un accidente
Hace ya casi un año, en noviembre de 2010, el presidente Funes tuvo que desactivar, de manera personal y con firmes declaraciones, la recurrente bomba de la desdolarización. No fue el "triunfo de la dolarización", sino apenas el del sentido común.
Algunos ingenuos pudieron haber creído hace diez años que con dolarizar se llegaría mágicamente al desarrollo económico. Como si abstenerse de tomar drogas garantizase hacer un buen tiempo en una maratón, sin necesidad de entrenarse bien todos los días. La droga es la emisión monetaria, claro.
Otros, no menos ingenuos, viven obsesionados pensando que lo único que le falta a El Salvador para salir de sus problemas económicos es sumergirse en el vicio de la emisión monetaria: hay que estar muy desorientado para creer que luego de una abstinencia tan larga, quien decidiera comprar drogas no terminaría con una violenta sobredosis.
Y ahora, con una persistencia digna de mejor causa, vuelven a reactivar la bomba. Lo hacen, una vez más, con excusas carentes de fundamento técnico. La cantinela es esta vez que "los costos de importar y exportar especies monetarias se han incrementado sensiblemente". Es simpática. Al punto que despierta una sonrisa.
Quienes piensan en emitir monedas localmente parecen ignorar las expectativas devaluatorias que generaría tal tipo de anuncio, más aún ante una situación fiscal apretada, aunque no insoluble, como la que experimenta El Salvador actualmente. Sería una medida equivocada, en el momento incorrecto y con una mala excusa.
La emisión de moneda local, con el inevitable mensaje de inminente devaluación que dispararía (aun cuando se dijese que sólo sería para bajas denominaciones…), estaría muy lejos de solucionar algo. Por el contrario, lograría el milagro de agregarle a El Salvador la amenzada del único problema económico que actualmente no tiene: el monetario.
Una amenaza que de concretarse lo llevaría a caer en la adicción a dos fármacos duros: la emisión inflacionaria y la manipulación de las tasas de interés. Coctel letal para bastardear cualquier moneda.
Se pongan el disfraz de izquierda o de derecha, a la "política monetaria" algunos la promueven para abaratar artificialmente los costos de producción medidos en dólares, comenzando por su salario ("su", de usted…), con el falaz argumento de impulsar las exportaciones.
Naturalmente, sería a costa de su poder adquisitivo ("su", de usted…), reduciéndole el acceso a productos importados, pues su salario quedará devaluado en dólares.
Pero eso sí, que la desdolarización parezca un accidente. Algo no buscado. Porque "no es que estemos queriendo emitir", insinúan ahora sus promotores: ocurre que traer monedas con la imagen de George resulta muy caro…, mientras que si la imagen fuese la de Cristóbal (o mejor aún, la de Atlacatl, el indígena que combatió a Pedro de Alvarado) las monedas serían más baratas. Tienen razón: serían tan baratas que no valdrían nada.
A esa película, la de la manipulación monetaria, la proyectan seguido en varios países de Sudamérica. Pero hay ciertas locuras sudamericanas que El Salvador no puede darse el lujo de copiar: en el rubro de materias primas exportables la naturaleza fue menos generosa con la tierra cuscatleca, que por tal razón no goza de los altos precios internacionales de soja, carne, trigo, petróleo o cobre. Que la puedan rescatar de torpezas monetarias.
Por el contrario, a esos precios internacionales El Salvador en gran medida los padece: los vientos de las materias primas le soplan en contra. Es una realidad. Y sería poco inteligente empeorarla con drogas.
Es cierto, en Panamá circula el balboa. Pero ni lo pusieron a circular ahora, ni las expectativas de devaluación canaleras se parecen a las cuscatlecas: Panamá lleva más de cien años de estar dolarizado. Y nadie habla de desdolarizar.
Comparar la realidad del balboa con la del (¿nuevo?) colón sería como hacer subir al ring al potente Rocky Balboa contra un viejito genovés de apellido Colón. Sabiendo que, al fin de cuentas, el único campeón es Apollo Creed.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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