El retorno del verdadero Barack Obama
Durante un debate de 2008, el periodista Charlie Gibson preguntó a Barack Obama por su apoyo a elevar el impuesto de beneficios, teniendo en cuenta el precedente histórico de que el estado pierde recaudación pública neta como resultado. Obama perseveró: "Bueno, Charlie, lo que he dicho es que consideraré elevar el impuesto de beneficios a efectos de justicia".
La muestra más reveladora del interior político de nuestro presidente: imponer un impuesto que en la práctica empobrece nuestra cuenta bancaria común (el Tesoro estadounidense) es ridículo. No es sino punitivo. No beneficia a nadie — ni a los ricos, ni a los pobres, ni al estado. Para Obama, sin embargo, aporta justicia, que no tiene precio.
Ahora que es presidente, Obama se ha puesto realmente manos a la obra. Acaba de proponer un tsunami de subidas tributarias por valor de 1.5 billones de dólares encabezado por una "ley Buffett", que, aunque todavía confusa deliberadamente, incluye claramente elevar los impuestos de beneficios.
También vuelve a insistir en elevar los tipos marginales a las parejas "millonarias" que ganan de 250.000 dólares en adelante. Pero alrededor de la mitad de los ingresos de la pequeña empresa (es decir, las que declaran individualmente) se verán afectados por esta subida tributaria. Por tanto, si nos fiamos de la propia lógica de Obama que dice que su deducción propuesta a las empresas eleva el número de contratos, entonces desde luego esta subida tributaria reducirá la contratación de la pequeña empresa.
¿Pero qué es el empleo cuando está en juego la justicia? La justicia se impone al crecimiento. La justicia se impone a la recaudación. La justicia se impone a la lógica económica.
Obama en persona ha dicho que "en una recesión no se suben los impuestos". ¿Por qué se arriesga entonces a causar daños económicos enfrentándose a la reelección? Porque estas propuestas no tienen ninguna posibilidad de implantarse, habiendo sido rechazadas muchas de ellas por el Congreso bajo control Demócrata de los dos primeros años de Obama en la administración.
Además, para empezar no se trata de un plan económico, ni de un plan de empleo, ni de un plan de reducción de la deuda. Es un manifiesto de campaña. Es populismo anti-rentas altas como premisa a su reelección. Y como tal, ya está funcionando.
El electorado Demócrata de Obama está emocionado. Entre la izquierda, el nuevo mensaje recibe críticas favorables. Ha reavivado el entusiasmo de su principal electorado — los nichos electorales de los votantes de extrema izquierda del grupo MoveOn, de Hollywood, del Upper East Side, mejor descritos hace años por John Updike: "Como la mayor parte de su barrio, ella era una izquierdista combatiente, que combatía para que le quitaran su dinero".
Añade Updike: "A pesar de todos sus esfuerzos públicos, nunca se lo quitaron". Pero ahora con Obama – ¡sí! Resulta que Obama era realmente lo que venían esperando.
Es decir: el nuevo Obama, el actual abanderado autoproclamado de la clase obrera que enarbola vetos y es partidario de arruinar a los ricos a impuestos. De no ser porque el nuevo Obama es en realidad el viejo Obama — el Obama que, al llegar a la administración en mitad de una grave crisis económica, y decidido a no permitir que "se desperdicie una grave crisis" (por citar a su entonces jefe de gabinete), explotó la (presunta) maleabilidad de una ciudadanía desmoralizada y por tanto pasiva para implantar el mayor estímulo keynesiano de la historia conocida, acompañado de la práctica nacionalización de la sexta parte de la economía que es la sanidad.
Considerando la factura política — masivo rechazo electoral por parte de un enfurecido electorado en 2010 — esto es obra de un político convencido, un político profundamente comprometido con su propia visión socialdemócrata.
Ese político ahora vuelve. El nuevo populismo de Obama es desde luego un cálculo de que sus amagos fingidos poco entusiastas hacia el centro tras "la paliza" de las legislativas no sólo no fueron convincentes sino que de todas formas no le sirvieron de nada positivo con una economía estancada, un paro del 9% y unos asombrosos 4 billones de dólares en deuda nueva.
Pero esto es más que un cálculo político. Es más que un gesto a su electorado. Es un gesto hacia sí mismo: Obama es un miembro de su electorado. Él se cree estas cosas. Es un giro político fácil y cómodo para él, porque es un giro de retorno a su corazón socialdemócrata desde un centrismo raro, un giro desde posiciones de cara a la galería hacia la autenticidad.
El Obama auténtico es un distribuidor, un socialdemócrata comprometido, un fiel convencido del estado distribuidor de la riqueza, un tribuno, por encima de todo, de "la justicia" — entendida como igualdad impuesta por el estado e implantada por el estado.
Esa es la razón de que "arruinar a impuestos a los ricos" no sea sólo un gancho de campaña para movilizar al electorado. Es una misión, una vocación. Es la razón de todo su cinismo y demagogia gratuitos, de que la conferencia populista de Obama en la Rosaleda el lunes se pronunciara con tan evidente — e inusual — convicción.
Ha vuelto a la autenticidad de su discurso radical de los "nuevos cimientos" de abril de 2009 (en Georgetown) que anunciaba abiertamente su intención de transformar de forma radical América.
Bien. Tiene mérito por autenticidad. Una elección, no un eco, que decía Barry Goldwater. El país elegirá dentro de poco, si bien no lo bastante.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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