Elucubraciones sobre la realidad argentina: ¡Aguante Schoklender!
Hay que decirlo sin titubeos: como leí por ahí, este es un extraño país donde se suicida Favaloro y se resucita a Schoklender… De allí en más, esperar lógica es casi demencial. Si uno se deja llevar por los comentarios que escucha a diario, Cristina Fernández de Kirchner no podría sacar más de un 20 ó 25% de los votos, cifra benévola que arriesgamos para no quedarnos solamente con los dimes y diretes del centro urbano. Sin embargo, arrasó en las primarias con más del 50%. Cómo esa cifra no se corresponde con nuestra percepción aceptamos el rumor: “Hubo fraude”, pero nadie tiene una sola prueba que conforme a la Justicia y pruebe la premisa.
Cada candidato de la supuesta oposición posee un argumento diferente para justificar el triunfo oficialista. El fraude se realizó en la provincia, según Duhalde. Para Alfonsín, la trampa estuvo en los fiscales. Para la jueza Servini de Cubría hubo apenas “picardías”… Como sea, ya pasó el tiempo de los lamentos. En la multiplicidad de voces, el tema perdió sustento.
¿Qué sigue? La certeza de otra vuelta de tuerca para el kirchnerismo. Lo afirman muchos, otros lo suavizan, lo calla por disimulo el resto. Entra entonces a jugar la carta del consuelo. Demasiado abstracto. Pero en ese trance se yerguen la teorías según la cual, es bueno que gane Cristina así es a ella a quién luego, se le vendrá todo encima… Estos vaticinios, claro, no suelen darse con la premura de los deseos. La Argentina no es un país que se deshaga de la noche a la mañana por un determinado hecho, aún cuando éste pueda hacer caer, en otros países, gobiernos enteros. Acá hay un espíritu de supervivencia que da miedo. Es como si las crisis fuesen bienvenidas y hasta necesarias para explicar cómo pueden suceder las cosas que pasan, y justificarnos por la tolerancia.
En los últimos ocho años ha habido un récord de figuras providenciales que afloraron como puntos de inflexión. A los puntos, sin embargo, siempre siguió otra oración. Así la trama continúa, y se suceden redentores que duran, lo que dura un castillo de naipes cuando los idus de Marzo soplan el año entero.
Allá lejos y hace tiempo, fue el Obispo Piña: con él caía la gobernación de Carlos Rovira en Misiones, y se suponía finalizada la posibilidad de reelecciones indefinidas. En la volteada perdió Felipe Sola la oportunidad de quedarse al frente de su provincia. Néstor Kirchner tuvo, sin embargo, la habilidad para contrarrestar la partida. Sacó el as de la manga: si la mano veía complicada para su segunda postulación, había “pingüina” para disfrazar la reelección. De ese modo vimos asumir a Cristina.
¿Cuánto duró el logro de Piña? Hoy, la mayoría de las provincias siguen en las mismas manos. Pese a ello, la irrupción de un sacerdote en la política formoseña se erige otra vez como bisagra de la historia. Y nuevamente creemos en ello. Blancanieves resucita porque el Príncipe le da un beso…
También existió Alfredo De Angelis. Ese hombre rústico que asomaba como el paladín del sentido común. No hablaba de nuevos paradigmas ni de modelos de matrices invertidas… “Un kilo de lomo costará 80 pesos”, ocurrencia que pareció ser una desmesura. Detrás de él, los oligarcas, piqueteros de la abundancia, una mesa de enlace, y un desenlace que ya no asombra a nadie. Entremedio se sumó el “voto no positivo” de Julio César Cobos.
Durante un tiempo, éste era número puesto: futuro presidente de los argentinos. Ahora apenas si corre maratones los domingos.
La lista de providenciales es interminable. Son anécdotas de otros tiempos. Ninguno, de todos modos, causó daños severos. Pero la buenaventura de esas figuras se acaba en el momento mismo en que, prendiendo el televisor, surge Sergio Schoklender como la esperanza de ser el nuevo “redentor”. Nuevamente se agita la esperanza del otro 50% que no la votó: “Si el parricida habla y prende el ventilador, embarra a todos sin distinción”… Cuando un pueblo depende de quién asesinó a sus padres y robó luego para esperanzarse, la situación es peor de lo que creemos.
Faltaría que alguno de los candidatos devaluados que andan denunciando conspiraciones a falta de soluciones, lo convoque para sumarlo a su lista de diputados o senadores. Nada nos extraña porque somos nosotros mismos la extrañeza encarnada. No sabemos ni siquiera lo que queremos. Vulgarmente se diría que cualquier colectivo nos viene bien, menos claro este, el que ya tenemos. Queremos bajarnos pero apretamos el acelerador “al mango”… En consecuencia, no nos bajamos.
Todas estas elucubraciones son apenas eso: elucubraciones, pueden o no tener sustento. Ahora bien, que en este preciso momento esté mirando a Sergio Schoklender -luciendo un traje cuyo costo, probablemente, se mida en euros-, sentado plácidamente en un estudio televisivo, repitiendo: “tengo la conciencia tranquila”, sin que se le mueva en pelo, y muchos ciudadanos estén al unísono relamiéndose ante la posibilidad de que sus palabras generen una reacción social, me parece ya que es un síntoma de cuán enfermo estamos los argentinos.
Mientras en Brasil, por no irnos más lejos, se multiplican los reclamos para que la corrupción tenga freno; mientras en Estados Unidos dan muestra del respeto, uniéndose George Bush y Barack Obama en una conmemoración por sus muertos, y ningún medio de comunicación muestra un cadáver ni una gota de sangre a pesar de que las víctimas superan los tres mil cuerpos; mientras la indignación genera movimientos en los puntos más diversos del planisferio, acá…, acá gana la resignación y el atropello.
En lugar de buscar salidas, cerramos hasta los postigos y sacamos de lo malo, lo peor de nosotros mismos a modo de consuelo. Si no fuera así, Schoklender no sería a esta altura de los acontecimientos, una voz que expresa lo que varios callan por desidia, por cobardía o por miedo. Aceptar que un parricida se convierta en vocero para soñar con un freno concreto a este gobierno, es denigrarnos hasta el último de los subsuelos.
De allí ya no se sale ileso…
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