Jubilaciones: cuenta regresiva a la miseria
La reciente publicación de un estudio titulado: "Diagnóstico del sistema de pensiones en El Salvador (1998-2010)" (FUNDAUNGO, julio 2011), elaborado por el profesor Carmelo Mesa-Lago, reconocido catedrático de la Universidad de Pittsburgh, pone sobre el tapete un tema que amerita ser analizado con lupa.
Algo funciona mal en un sistema de ahorro para pensiones cuando apenas el 28.1% de los afiliados está efectivamente cotizando. ¿Será que a la gente no le interesa garantizarse el futuro "brillante" que les venden las AFP?
¿O será que desconfía de la forma obligatoria (antes estatal, ahora privada…, siempre compulsiva) en que está estructurada la previsión social?
La realidad es que la previsión social en América Latina nunca fue ni previsora ni social: las evidencias están a la vista. No lo fue antes, cuando era estatal. Ni lo es ahora, que es privada. Privada de opciones, habría que decir…, pues es tan obligatoria como la estatal.
Para justificar la compulsión, se afirma que: "Un comportamiento irresponsable (de determinado trabajador) … termina imponiendo al resto de los trabajadores la necesidad de subsidiarlo a través de pensiones asistenciales … " (Alfonso Mujica V., Análisis del sistema de pensiones vigente en Chile, 1988).
Resulta difícil justificar que deban ser, puntualmente, los trabajadores responsables quienes, con sus aportes obligatorios, subsidien a los irresponsables.
De ninguna manera se niega que el Estado pueda, y deba, cumplir con su función subsidiaria en casos específicos. La pregunta es, ¿por qué se tiene que castigar, puntualmente, con tal carga a los salarios de la gente?, ¿por qué afectar la remuneración al trabajo? ¿Socialismo al revés? Piénselo.
Además, el comportamiento irresponsable suele estar en otras partes.
El análisis de Mesa-Lago evalúa pros y contras de los sistemas de capitalización frente a los de reparto, recomienda crear una APF estatal (¡?), e invita a que la OIT haga nuevos cálculos actuariales. Nunca cuestiona el carácter obligatorio del sistema: por el contrario, proclama que determinados trabajadores "deberían ser obligados de inmediato" a afiliarse.
Ignora que es precisamente la "privación de opciones" lo que explica que los sistemas de ahorro obligatorios, sean estatales o privados, generen tan poco entusiasmo: pingüe negocio para ciertos bancos (disfrazados de AFP) y tentación para el burócrata. Negocio para todos. Menos para el trabajador, que pierde su libertad. Y su dinero.
Hace ya veinte años, Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause abordaron ese punto en un documento que llevaba el mismo título que este ar- tículo, señalando: "… constituye una falta de respeto al prójimo y un elitismo en el peor sentido de la expresión el que algunos se arroguen la facultad de disponer del fruto del trabajo ajeno bajo el falso supuesto de poseer una mayor inteligencia y mejor conocimiento respecto de la previsión más conveniente del futuro que los que posee el propio interesado." ("Proyectos para una sociedad abierta", ESEADE, Buenos Aires, 1991).
Continuaban diciendo: "Este modo de razonar pasa por alto las preferencias temporales de cada persona y supone que la jubilación constituye el único sistema de prever las necesidades del futuro, con lo que se descartan otros tipos de inversión como la inmobiliaria que, precisamente, ha sido una de las características más sobresalientes de la previsión … antes de establecer el sistema compulsivo".
Y el remate era lapidario: "… resulta paradójico que se considere que la gente es capaz de elegir gobernantes pero no lo es para prever su propio futuro".
Justamente por esos días, Alberto y Martín eran mis profesores, por lo cual pude leer de primera mano ese estudio, premonitorio de catástrofes. Faltaban varios años para que, en 1994, en la Argentina el sistema de reparto estatal se transformara en uno de capitalización privado. Privado de opciones, por supuesto.
Y faltaban bastantes años más para que, en el 2008, unos gobernantes de comportamiento irresponsable, los Kirchner, re-estatizaron el sistema. Sólo Dios sabe adónde fueron a parar mis aportes jubilatorios compulsivos. Aunque lo sospecho.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
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