Una concepción todavía vigente de la nacionalidad
El Imparcial, Madrid
La editorial Hydra, de Buenos Aires, con el aporte de la Universidad Católica de Santiago del Estero, inició hace dos años una promisoria serie de excelente factura y títulos relevantes, el primero de las cuales fue El asesinato de Dios y otros escritos políticos, de Eric Voegelin, con prólogo de Peter Opitz. Le siguió otra cuidada edición de Elementos filosóficos. Del ciudadano, de Thomas Hobbes, con traducción y estudio preliminar de Andrés Rossler. Ahora se trata de la famosa conferencia ¿Qué es una nación?, de Ernest Renan, prologada por el destacado especialista inglés Anthony D. Smith.
Como se sabe, la conferencia, pronunciada por Renan (1823-1892) en la Sorbonne el 11 de marzo de 1882, es una referencia obligada en los trabajos sobre nacionalidad y nacionalismo. Terminada la guerra franco-prusiana, cuando aún desde Francia se intentaba rebatir las justificaciones de Alemania a la anexión de Alsacia y Lorena, la conferencia reflejaba en particular la réplica de Renan al historiador Heinrich von Treitschke quien, entre otros, esgrimía razones abiertamente opuestas a las que, desde el bando francés, apelaban a la libre determinación de las poblaciones involucradas.
En el fondo, se trataba de un debate que continúa tan abierto hoy como entonces entre una concepción cultural de la nacionalidad, que prioriza los elementos raciales, lingüísticos o consuetudinarios de origen, y una concepción voluntarista que privilegia, en cambio, la decisión deliberada y consciente de adherir a un proyecto colectivo: dos tipos ideales o paradigmas que, en los hechos, admiten ciertamente un sinnúmero de entretipos dado el carácter “multifacético”, como señala Anthony Smith, de un concepto que admite tantas definiciones como especialistas en el tema.
Ahora bien, uno de los aspectos salientes de la conferencia de Renan es que “sortea”, agrega Smith, estas clasificaciones logrando un “acertado equilibrio” entre voluntad e historia. No es este el espacio para reseñarla ni esbozar siquiera un análisis que nunca reemplazaría su lectura. Baste con recordar tan sólo que el texto rechaza cinco criterios que Renan considera inválidos a la hora de definir una nación (la raza, la lengua, la religión, los acuerdos comerciales y la geografía), para postular en su lugar que la nación es un “principio espiritual” constituido, por un lado, por “un rico legado de recuerdos” (sacrificios, dolores y abnegaciones compartidos) y, por el otro, por “el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común”. De ahí la metáfora del “plebiscito cotidiano”, fórmula en que viene a cifrarse esta concepción y quizá la más famosa del texto todo, que asimila la existencia de una nación a “la afirmación incesante” que es siempre la vida individual.
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