El triunfo de ETA
La historia de ETA acaba como predijimos los más pesimistas, o los más realistas, con el triunfo terrorista. Con su brazo político en las instituciones y su ideario y sus crímenes reivindicados desde esas instituciones. Esa es la mala noticia. La peor es que ese final ya no tiene vuelta atrás.
Ningún matiz altera la sustancia de ese triunfo. ¿Que Bildu no es lo mismo que Batasuna? Cierto, pero los miembros de EA y de Alternatiba que se han sumado a Bildu lo han hecho sabedores del control ejercido por el brazo político de ETA en la coalición. ¿Que quizá ETA no vuelva a asesinar? Cierto, pero a cambio de la cesión del Estado a una parte de sus reivindicaciones, comenzando por la legalización de Bildu. ¿Que una parte de los etarras está cumpliendo sus condenas? Cierto, pero mientras son reivindicados como héroes desde las propias instituciones y mientras una buena parte de los delitos y de sus responsables van a quedar sin investigar e impunes. ¿Que Otegi está siendo juzgado? Cierto, mientras el Estado hace un ridículo, el de la incongruencia entre el trato a Bildu y el trato a Otegi, que desactivará la acusación en muy poco tiempo.
Fuera de esos interrogantes, hay dos logros de ETA que son contundentes y ni siquiera admiten matices. La legitimación de su historia y la legitimación del terrorismo como método para lograr fines políticos. Podemos mirarlo del derecho o del revés, pero la llegada triunfal de Bildu a las instituciones con el apoyo de todo el nacionalismo y la comprensión del socialismo ha transmitido un mensaje nítido a los ciudadanos vascos: la definitiva aceptación de las «razones» de ETA. Y, por añadidura, la consolidación del mensaje de los dos bandos y las dos violencias.
Y lo anterior es irreversible. Sobre todo, porque se ha hecho con la aceptación del socialismo. Por pragmatismo, por el largo brazo del antifranquismo, por lo que sea. El resultado es que la rebeldía antiterrorista ha quedado reducida en el País Vasco a una minoría. Y en el resto de España, también a una minoría en lo que a élites intelectuales se refiere. Hemos llegado a un punto en que la denuncia de la legitimación terrorista comienza ser tachada de extravagante, propia de personas incapaces de adaptarse a la realidad, a la «nueva realidad». De interesada, incluso, de «chollo» que se nos acaba, como escriben algunos anónimos en los blogs de internet.
Y no hay manera de recomponer el discurso de la primacía de los principios democráticos, cuando, 35 años después, una buena parte de los partidos, muchos intelectuales, un tribunal, envían tales principios a la extravagancia, al frikismo, al interés.
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