La competencia por el caudillaje
En varias de sus obras, y muy particularmente en "Capitalismo, socialismo y democracia", el economista austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950), analizó el funcionamiento de la democracia marcando su paralelismo con un proceso de mercado. Con uno bien defectuoso, claro.
Puso de tal forma en evidencia un hecho muy habitual: que en nombre del siempre etéreamente definido "bien común"…, la mercadería que los políticos en campaña ofrecen es una simple "promesa de caudillaje".
Y lo hacen sabedores de que a muchos, digan ser de izquierda o de derecha, les encanta comprar tan lamentable baratija. Desafortunadamente.
La citada obra de Schumpeter fue escrita en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial, y habiendo transcurrido menos de diez años desde que Hitler había alcanzado el poder a través de métodos democráticos. Un poder que convirtió en absoluto cuando, en el mismo mes en que lo había alcanzado (marzo de 1933), obtuvo del Parlamento la "Ley para aliviar las penurias del pueblo y del Reich", conocida como Ley Habilitante.
Es decir, se trata de una obra por cierto impregnada por las circunstancias personales de su autor, aún cuando no costaría mucho trabajo imaginarlo escribiendo cosas similares si en vez de haber sido un europeo de épocas bélicas fuese un latinoamericano contemporáneo. Impregnado de este tiempo y de este lugar. Uno bien desengañado, claro. O como dicen ahora los españoles, indignado.
Schumpeter no cuestionaba el método democrático, "el menos malo de todos los conocidos", en palabras de alguien con quien coincidió no sólo en tiempo y lugar, sino también en su clara posición en contra del totalitarismo. Me refiero a Churchill.
Cuestionaba, eso sí, con mucha solvencia y con toda razón, la frecuente y enorme deformación que sufre la democracia, fenómeno que sin duda sería de mucha menor magnitud de no contar con la aceptación pasiva y ¿resignada? de ciudadanías habituadas a comprar baratijas electoreras. Me refiero a las promesas de caudillaje, estén disfrazadas de izquierda o de derecha. Que vienen de todos los colores.
No es casual que haya sido un economista quien se refiriera a la democracia, ya desde el título de su libro, pues la economía entendida en un sentido amplio excede el estudio de la producción y distribución de la riqueza, o el de sus transacciones financieras asociadas: su campo de acción está relacionado con toda acción humana, y con el sistema de incentivos. Ese que la política ha distorsionado tanto.
Los recientes episodios, aún no finalizados, que giran alrededor del decreto 743 dejaron en evidencia que los políticos olvidan con demasiada frecuencia que la obligación de los órganos legislativos es la de garantizar derechos generales, y no la de defender intereses (o satisfacer necesidades) particulares. Como que les cuesta entenderlo.
Y es por ello que se vio, una vez más, esa vieja película tan conocida en nuestros barrios latinos, la que muestra a algunos que en cuestión de horas se arrepienten de lo que votaron porque ahora sí tienen garantías (¿!), y a otros que obviamente van a pasar factura para acompañar con su apoyo a los ahora súbitamente arrepentidos. Se trata de facturas que, en definitiva, siempre termina pagando la ciudadanía. Cualquiera sea quien las pase, y vengan de la izquierda o de la derecha.
Finalmente, si bien es alentador ver que tantos jóvenes reaccionan "indignados", la realidad es que muchos de ellos van a envejecer…, y no me refiero al proceso biológico del cual hablaba con ironía Bernard Shaw ("la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo"), sino a un envejecimiento mucho más cruel. Uno que paradójicamente es evitable.
Me refiero al envejecimiento que implicaría ser absorbidos y neutralizados (léase domesticados) por las estructuras de vendedores de baratijas, de izquierda o de derecha, en vez de entrar a ellas para cambiarlas y desalentar su oferta de caudillaje. Para lo cual, claro, es imprescindible comenzar por desalentar la demanda. Un enorme desafío educativo.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires). Columnista de El Diario de Hoy.
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