Cuba, paraíso del golf, ajeno para los habitantes comunes
La Habana – Los surtidores de agua cubren de humedad el amplio terreno con sus leves ondulaciones. De tan recortada, la hierba parece artificial y los carritos cargados de pelotas relucen como sacados de un dibujo animado. Todo es tan perfecto que duele a la vista, tan cuidadosamente preparado que resulta irreal, onírico, lejano. Los nuevos campos de golf que comienzan a extenderse por toda Cuba provocan una profunda extrañeza en los ojos nacionales, conocedores como nadie del deterioro y la improvisación que recorren el resto del país.
Su surgimiento ha venido aparejado a infinitas discusiones en voz baja sobre la pertinencia o no de erigir en medio de la crisis económica esos espacios de lujoso entretenimiento para turistas. Los chistes populares se han nutrido del absurdo que significan esos reductos de ostentación colindando con la estrechez generalizada.
La última palabra en esta discusión la ha tenido el sexto congreso del Partido Comunista Cubano. La justificación oficial ha sido la imperiosa necesidad que tienen las arcas nacionales de ver llegar a visitantes de bolsillos más espléndidos y con billeteras mejor provistas. Los paquetes de viaje con «todo incluido» han resultado un negocio poco rentable para las autoridades de la isla, pues una buena parte de la tajada financiera que éstos producen se la llevan las turoperadoras extranjeras, dejando en el país apenas lo necesario para sostener los hoteles. De ahí que la nueva estrategia de mercado incluya el fomento de otras modalidades recreativas más glamorosas, que atraigan a potentados, millonarios y aristócratas del mundo. Curioso giro dado por un Gobierno que confiscó y satanizó los clubes privados que antes de 1959 ofrecían a sus miembros un rato de diversión con el palo y la pelota.
Por más que sean hermosas estéticamente, esas verdes extensiones nos provocan dudas en lugar de certezas porque esos paradisíacos sitios de recreo se desarrollarán justo en un país marcado por la ineficiencia productiva, la improvisación en todos los órdenes y la falta de calidad de la mayoría de los servicios. Si a eso se le agrega el déficit de agua, que con la actual sequía se ha profundizado aún más, resulta entonces normal que la gente en la calle se esté preguntando angustiada cómo van a mantener el impecable césped sino a costa de disminuir el suministro del preciado líquido a otras zonas urbanas. Se teme que, al igual que ha ocurrido con proyectos anteriores, toda la economía se lance ahora en pos de apoyar la nueva idea del «turismo de lujo» en detrimento de proyectos de desarrollo quizá menos altisonantes pero con mayores posibilidades de sostenerse.
No obstante, la molestia principal la causa la exclusión, el saber de antemano que todas las inversiones en esas áreas no están destinada a nosotros. Que entre los requisitos indispensables para cruzar el umbral de esos centros recreativos está no sólo tener una chequera con números de más de cinco dígitos sino también poseer un pasaporte de cualquier otro país menos el nuestro. Saber que están allí, pero no nos pertenecen, es uno de los aspectos que más molestias ha causado entre habitantes que aún no se acostumbran a ser ciudadanos de segunda categoría en su propia nación.
Sin nuestra presencia, los campos de golf parecerán más irreales.
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