La falta de conducción política sigue complicando al gobierno argentino
La Prensa, Buenos Aires
Hace una semana se señaló en este espacio la existencia de una fuerte incertidumbre en el kirchnerismo respecto de la candidatura de Cristina Fernández. En el Congreso había comenzado a circular la versión de que no se presentaría en octubre y las dudas se transformaron en paranoia cuando la Casa Rosada desmintió duramente al diputado ultra "k" Carlos Kunkel que se había animado a profetizar que el 23 de junio la propia presidenta anunciaría su postulación.
Pocos días más tarde los rumores llegaron a los mercados. En los Estados Unidos subió la cotización de los bonos de la deuda argentina ante la posibilidad de que la presidenta no se presentase y el jueves la bolsa local tuvo un repunte atriguido a la misma causa. Cuando la versiones entraron en estado de ebullición el ministro del Interior, Florencio Randazzo, tuvo que salir públicamente a decir que a él no tenía dudas de que la presidenta competiría en octubre. La presidenta, en cambio, se mantuvo en un silencio que resulta para unos inexplicable y para otros, ominoso.
Ya todos los candidatos de la oposición están en carrera, por lo que su silencio no puede ser atribuido a especulación política. Tiene además una ventaja tan amplia sobre cualquier representante de la oposición en todas las encuestas circulantes que no se entiende qué demora su lanzamiento, si no son sus propias dudas. Esas dudas que Randazzo dice no tener personalmente.
Pero más allá de cuáles sean las verdaderas razones del silencio, sus consecuencias políticas no resultan neutras. El caso más evidente fue el efecto que tuvieron sobre el escándalo Schoklender. En un primer momento el gobierno trató de proteger a Hebe de Bonafini que aparece muy comprometida en el episodio, mientras descargaba toda la responsabilidad en Sergio Schoklender. Aníbal Fernández, Timerman, De Vido y otros voceros pretendieron poner bajo un "paraguas" a la jefa de las Madres, mientras la presidenta guardaba distancia defendiendo la política habitacional, pero sin nombrarla.
En eso estaba medio gabinete cuando Estela de Carlotto defenestró a Bonafini de un golpe y otro tanto hizo Luis D"Elía que pidió que fuese investigada. Como son dos soldados "k" no se trató, obviamente, de una "operación" de la prensa opositora sino de un problema cuyo impacto sobre la candidatura presidencial oficialista aún se ignora, pero será sin duda fuerte en la Capital Federal, por lo menos.
Cuando D"Elía pidió la investigación de Bonafini se quejó, de paso, de que había sido "maltratado" por la presidenta en el proceso de negociación de candidaturas. Se trata de viejos agravios nunca reparados, porque la presidenta no se ocupa del armado oficialista. Quiso organizar una suerte de Frepaso con peronistas "presentables de izquierda", pero delegó esa delicada tarea en funcionarios de segunda línea. Prefirió convertirse en el centro de una monumental campaña mediática, en lugar de conducir alpartido del gobierno, tarea de la que se había encargado hasta octubre su difundo marido.
Pero la televisión, la inauguración de obras públicas y programas como milanesas-merluzas-plasmas para todos no sustituyen el trabajo político. En especial los peronistas, si no tienen un conductor que les marque el camino se ponen belicosos. Y si no son atendidos en privado, presionan y mandan mensajes por los medios aumentando la sensación de anarquía. Como D"Elía o como Moyano que volvió a quejarse de la inflación que según el gobierno no existe. O un organismo de tercera línea pero con mucha prensa como el Inadi termina provocando un escándalo con intervención policial incluida, porque dos directivos de cuarta fila se pelean sin que nadie los encuadre a tiempo.
En suma, el gobierno tiene una excelente candidata, la presidenta, pero no conductor, porque la presidenta no quiere, no sabe, no puede o no le interesa ejercer ese rol. Por eso la "tropa k" está desorientada. En este marco la oposición puede dividirse o unirse que no cambia nada, porque quien más daño le puede causar al gobierno es el propio gobierno.
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